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Aguas Calientes de Perú, un lugar cerca del cielo

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Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

Fernando Toledo/Agencia Reforma

AGUAS CALIENTES, PERÚ.- Dicen que este mágico lugar es como una mujer que no revela sus encantos a la primera oportunidad, hay que cortejarla y hablarle suavecito para que poco a poco desvele sus encantos, los cuales suelen estar cubiertos, sutilmente, por nubes que parecen de algodón.

Para constatar hay que viajar hasta la cima del imperio inca, a esas mágicas montañas donde los pobladores lograron construir magníficos templos, sin caballos ni tecnología de avanzada. Hay que lanzarse a esta odisea, aunque sea una vez en la vida. El lugar, cuyo nombre significa en quechua "montaña vieja", sigue siendo un misterio.

Tras dejar Lima, la capital, hay que llegar al Valle Sagrado para empaparse un poco de la historia de los incas y aclimatarse a las alturas. Es en el pequeño poblado de Ollantaytambo donde abordamos un tren que nos lleva a las faldas de las montañas.

Durante el trayecto usamos doble cubrebocas así como careta. No se pueden ingerir líquidos ni alimentos. Sin embargo, está la opción de ir al carro bar y desde un balcón-ventana respirar aire fresco y fotografiar el paisaje.

Al llegar a Aguas Calientes, pintoresco pueblo que está al pie de la que es considerada una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno, hay que subirse a un autobús para seguir la ruta que realizaban los antiguos incas. Hay aventureros que se animan a ir cuesta arriba a pie.

Para hablar con los dioses Un manto cerrado de nubes y una llovizna pertinaz aparecen como bienvenida. La niebla inunda nuestros ojos.

El guía, orgulloso de sus antepasados, comenta que este importante centro ceremonial llegó a albergar a más de mil personas y fue edificado en el año 1450 de la era cristiana, durante el reinado del inca Pachacútec.

Nuestro anfitrión también nos habla sobre los productos estrella de esta cultura: el maíz y la coca, plata medicinal muy valorada entre los incas.

Pero, sobre todo, nos invita que pidamos a la Pachamama o Madre Tierra, nos permita ver la prodigiosa construcción.

De pronto, un suave viento aleja a las abigarradas nubes. Poco a poco avistamos un mosaico simétrico de piedras que parece colgar de las montañas. Disfrutamos de la zona urbana, con las residencias y recintos para los sacerdotes. Más abajo están las terrazas de cultivo.

A lo lejos aparecen las llamas mirando hacia el infinito y estirando sus largos cuellos. De igual forma vemos una vizcacha, animalito mezcla de conejo con ardilla, que parece estar siempre listo para la foto del recuerdo.

El aire puro llena tanto los pulmones como el alma. Se siente una energía muy especial. Más de uno piensa en cómo el hombre se impuso a las fuerzas de la naturaleza para lograr hablarse de tú con los dioses.

En medio de la ensoñación, el guía agrega que fue en 1902, cuando el peruano Agustín Lizárraga descubrió estas ruinas; y 9 años después, el profesor estadounidense Hiram Bingham, las dio a conocer al mundo.

Es bueno escuchar la historia, sin duda, pero es mejor sentir la brisa en las mejillas, llenarse los ojos con el verde del horizonte, pulsar el peso de la historia bajo las piedras milenarias y sentirse afortunado por poder admirar esta joya. Una muy esquiva que, por cierto, ya vuelve a cubrir su rostro con un abanico de nubes.

Antes de que se esconda podemos decir: ¡Misión cumplida!


 

 

 

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