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Ejercicio ayudaría a evitar perder la memoria en la vejez, según estudio de Harvard

Foto(s): Cortesía
Israel García Reyes

Investigadores dirigidos por Bruce M. Spiegelman, titular de la cátedra Stanley J. Korsmeyer de Biología Celular y Medicina del Instituto de Cáncer Dana-Farber y de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, realizaron un estudio en ratones descubriendo que una hormona producida por los músculos durante el ejercicio puede pasarse al cerebro y mejorar la salud y la función de las neuronas, con lo que mejora el pensamiento y la memoria tanto en animales sanos como en los que padecen una versión roedora de la enfermedad de Alzheimer, un padecimiento humano.



Cabe recordar que investigaciones anteriores han mostrado que las personas también producen esa hormona durante el ejercicio y, en conjunto, los hallazgos sugieren que movernos podría alterar el curso de la pérdida de memoria al envejecer o si se padece de demencia senil, entre otros padecimientos relacionados.


De este modo, investigaciones tanto en personas como en animales muestran que el ejercicio estimula la creación de neuronas nuevas en el centro de memoria del cerebro y luego ayuda a esas nuevas células a sobrevivir, madurar e integrarse a la red neuronal del cerebro, donde pueden ser de ayuda para pensar y recordar. Los estudios epidemiológicos a gran escala también indican que las personas activas tienden a ser mucho menos propensas a desarrollar alzhéimer y otras formas de demencia que las personas más sedentarias, según se observó.


Los científicos han especulado que quizá el ejercicio modifica de manera directa el ambiente bioquímico dentro del cerebro, sin que tengan que involucrarse los músculos. O, también, los músculos y otros tejidos podrían liberar sustancias durante la actividad física que viajan al cerebro y ahí dan inicio a ciertos procesos, lo cual lleva a mejoras subsecuentes en la salud del cerebro. Pero en ese caso, las sustancias tendrían que poder pasar por la red de vasos sanguíneos que separa nuestro cerebro del resto del cuerpo y evita que sustancias ajenas pasen al encéfalo, respectivamente.


En 2012, Bruce M. Spiegelman, identificó una hormona hasta entonces desconocida que se produce en los músculos de los roedores de laboratorio y de las personas durante el ejercicio y que luego se segrega en el torrente sanguíneo. A la nueva hormona la llamaron irisina, en honor a Iris que en la mitología griega era la diosa mensajera.


Posteriormente, al seguir el trayecto de la irisina por la sangre, descubrieron que esta a menudo se dirigía al tejido graso donde era absorbida por las células adiposas, desencadenando una cascada de reacciones bioquímicas que contribuían a convertir la grasa blanca ordinaria a un color marrón. La grasa marrón es mucho más activa desde el punto de vista metabólico que la blanca (que es mucho más común), es decir, quema un gran número de calorías. Por lo tanto, la irisina, al ayudar a crear grasa marrón, estimula nuestro metabolismo sensiblemente.


Spiegelman y sus colegas sospecharon que la irisina también podría desempeñar un papel en la salud del cerebro. Un estudio realizado en 2019 por otros investigadores había demostrado que la irisina se produce en el cerebro de los ratones después de que hacen ejercicio. La investigación anterior también había detectado esa hormona en la mayoría de los cerebros humanos que se donaron a un gran banco de cerebros, a menos que los donantes hubieran muerto de la enfermedad de Alzheimer, en cuyo caso sus cerebros prácticamente no contenían dicha hormona.


Asimismo, ese estudio sugería claramente que la irisina disminuye el riesgo de padecer demencia. Y en el nuevo estudio, que se publicó la semana pasada en la revista Nature Metabolism, Spiegelman y sus colaboradores, entre los que se encuentra Christiane D. Wrann, profesora asociada del Hospital General de Massachusetts y la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard y autora principal del nuevo estudio, se propusieron cuantificar cómo sucede dicho proceso.


Criaron ratones con incapacidad congénita para producir irisina y luego permitieron que esos y otros ratones adultos normales estuvieran varios días corriendo en ruedas, algo que estos animales parecen disfrutar. Esta forma de ejercicio suele elevar el rendimiento posterior en las pruebas de memoria y aprendizaje de los roedores, lo cual ocurrió entre los corredores normales. Pero los animales incapaces de producir irisina mostraron pocas mejoras cognitivas. Esto llevó a los investigadores a concluir que la irisina es fundamental para que el ejercicio mejore el pensamiento y la capacidad de la memoria.


Después observaron con mayor detenimiento el cerebro de los ratones corredores con y sin capacidad de producir irisina. Todos contenían más neuronas recién nacidas que los cerebros de los ratones sedentarios. Pero en los animales sin irisina, esas nuevas células cerebrales se veían extrañas. Presentaban menos sinapsis, las uniones en las que las células cerebrales envían y reciben señales, y dendritas, los ramales serpenteantes que permiten a las neuronas conectarse al sistema de comunicación neuronal. Los investigadores concluyeron que estas neuronas recién formadas no se integrarían fácilmente a la red existente del sistema nervioso.


No obstante, cuando los científicos utilizaron sustancias químicas para aumentar los niveles de irisina en la sangre de los animales incapaces de producirla por su cuenta, la condición de sus cerebros cambió bastante. Los ratones jóvenes, los animales ancianos e incluso los que padecían casos avanzados de alzhéimer en roedores empezaron a tener mejores rendimientos en sus pruebas de memoria y capacidad de aprendizaje.


Finalmente, estos nuevos experimentos sugieren que la irisina es un elemento clave para poder hacer un vínculo entre el ejercicio y la cognición, por lo que se cree que algún día la hormona podría desarrollarse como medicamento. 


 

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