Tomar el dolor y convertirlo en aprendizaje, suena fácil. Uno, abrazado por el de aquellas que te rodean y al mismo tiempo parecen distantes. Es cierto que los pensamientos son muchas veces más certeros que las acciones, especialmente tomando en cuenta que muchas veces somos incapaces de sentir tanta empatía como quisiéramos, incluso ante el sufrimiento de las nuestras, mismo que se torna lejano a pesar del cariño. Cuando se comprende eso, comienza a tomarse conciencia de lo que implica vivir lejos, bajo circunstancias distintas al nuevo hogar.
Una ciudad desconocida, con calles imposibles de recorrer por completo, transportes tan exactos que se vuelven difíciles de descifrar, pero cuyas rutas terminan recordando a golpe de distracciones que se vuelven errores garrafales y terminan llevándote a sitios tan fascinantes como peligrosos. No es una queja, soñé con estar aquí desde que era niña, antes de entender la violencia de las grandes ciudades y el riesgo de vestir faldas aunque el calor fuera infernal. Mis amigas lo comprendieron mucho tiempo atrás, cuando desde su niñez las miradas de los hombres se tornaron insostenibles y no mirarlos a los ojos se convirtió en la primera acción de resistencia.
No puedo imaginarlo desde la distancia. De pequeña, mi mayor preocupación era perder un suéter, olvidar las capitales de ciertos países. Durante esa época no pensaba en la muerte, en correr desde la parada del camión hasta mi casa para evitarla. No vi morir a mis primas ni a mis amigas de la escuela. No sigo pensando, aún años después, cuáles fueron sus últimos recuerdos. La desesperanza llega inevitable mientras escribo todo esto. ¿Dejará de ser así algún día? ¿Seguiré viva cuando eso pase? Este sitio no fue hecho para nosotras. El recelo que guardo en las entrañas no es solamente mío, le pertenece a mi abuela, a mi madre, a mis hermanas y también a aquellas con las que me he cruzado en la calle sin cruzar palabra alguna. Cualquier rencor entre nosotras es incapaz de opacar el miedo que a todas nos une y a todas nos ahoga.
