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"¡Sobre todo, no me falle!” fueron las últimas palabras de H.H. Holmes

Henry Howard Holmes
Foto(s): Cortesía
Redacción

¡Sobre todo, no me falle!”. Estas fueron las palabras que Henry Howard Holmes, más conocido como H.H. Holmes, le dirigió al verdugo encargado de su ejecución. El funcionario, que no podía ocultar su desazón ante la tarea encomendada, tenía dificultades para proceder con el protocolo previo a la activación del mecanismo del cadalso. Además de colocarle la soga en el cuello, debía atarle las manos a la espalda y ponerle una capucha negra que le cubriese la cabeza, pero los nervios complicaban la tarea.

Completadas finalmente esas operaciones, el alguacil le preguntó al reo si estaba listo. “Sí, adiós”, respondió un tranquilo Holmes, cuyo corazón continuó latiendo quince minutos más después del ahorcamiento y antes de que el médico pudiera certificar su muerte. Una vez descolgado, el cadáver descoyuntado fue introducido en un ataúd, cubierto de cemento y trasladado a un cementerio cuya dirección no trascendió por petición expresa del propio Holmes.

Las razones que llevaron al condenado a tomar tantas precauciones no eran infundadas. Su caso había despertado tal expectación entre la opinión pública, que eran muchos los que deseaban hacerse con un recuerdo del muerto, sin importar que fueran retales de su ropa o partes de su cuerpo. Incluso se llegaron a hacer ofertas para adquirir la soga utilizada para la ejecución, pero las autoridades judiciales prefirieron rechazar las generosas propuestas de compra y ordenaron que se conservase en el museo de la prisión de Moyamensing, Filadelfia.

Ese afán por rentabilizar económicamente la muerte de Holmes no era algo exclusivo de ese público impactado por el que, en la época, era uno de los casos de crónica negra más espectaculares de la historia de Estados Unidos. El propio Holmes hizo todo lo posible por sacar provecho de sus asesinatos y dejar en la mejor posición económica posible a su familia tras su muerte. De hecho, esa fue una de las razones por las que aceptó los cinco mil dólares que William Randolph Hearst le ofreció por escribir sus memorias desde la prisión, y a quien el criminal no decepcionó.

Si, en opinión de Michel Foucault, Yo, Pierre Riviére… (1973) –la confesión del parricida francés que en 1835 asesinó a su madre, a su hermana y a su hermano– era un ejemplo de honestidad literaria, las memorias de Holmes eran todo lo contrario. En el caso del norteamericano, lo verdaderamente relevante era lo truculento, lo espectacular, y no la veracidad de los hechos ni la búsqueda del perdón. Tanto es así, que ni siquiera entonces reveló el número real de sus víctimas. Aunque había sido juzgado por una veintena de asesinatos, los investigadores del caso barajaron cifras que podrían superar el centenar de muertes.

No obstante, la avaricia y ambición mostrada por Holmes y Hearst no era un rasgo exclusivo de la personalidad de estos dos emprendedores —cada uno en lo suyo—, sino fruto de una serie de cambios experimentados por la sociedad occidental en los apenas treinta años que separaban los hechos cometidos por Pierre Riviére y los de Holmes. En ese tiempo, la economía agrícola había dejado paso a la industrialización que, no solo había provocado un cambio tecnológico, sino que había trastocado la escala de valores de la sociedad estadounidense.

Estudiante de medicina, farmacéutico y bígamo, Henry Howard Holmes, una de las múltiples identidades usadas por Herman Webster Mudgett a lo largo de su vida, se dedicaba profesionalmente a la estafa. Su método más habitual era contratar pólizas de seguros a nombre de un tercero. Posteriormente fingía la muerte del titular y, tras comprar a enterradores de su confianza un cadáver más o menos parecido, procedía a cobrar el dinero de la compañía aseguradora. En paralelo a esta lucrativa actividad, Holmes puso en marcha diferentes iniciativas para satisfacer su inclinación a ejercer violencia y sufrimiento sobre otras personas.

Entre ellas estuvo la construcción en Chicago de un edificio con locales comerciales y más de cien habitaciones para viajeros de paso, al que dotó de túneles secretos, escaleras que conectaban unas estancias con otras y estas con la calle y una habitación casi hermética de la que era imposible salir y en la que recluyó a varias de sus víctimas hasta provocarles la muerte por inanición. También diseñó un enorme horno en el que llegó a quemar al que fuera su socio en algunas de las estafas y dotó al lugar de todos los avances del momento, como una instalación de luz eléctrica y gas, cuyas llaves de paso podían activarse desde otras habitaciones para provocar el aturdimiento de los moradores y, llegado el caso, su muerte por asfixia.

A pesar de la complicada arquitectura que requería un lugar de estas características, ninguno de los contratistas y obreros que levantaron el edificio fue consciente de esos mecanismos o de la intrincada distribución interior. La razón para ello era que Holmes contrataba a diferentes empresas y cuadrillas de albañiles a los que despedía poco después. De este modo, además de no pagarles los honorarios, ninguno salvo él pudo tener una visión global de lo que estaban construyendo.

La espectacularidad de la historia de Holmes y sus infinitas derivadas, más allá de las habituales de un caso de asesinato múltiple, ha llamado la atención de otros autores, además de Alexandra Midal. El periodista Erik Larson, por ejemplo, publicó en 2019 El diablo en la Ciudad Blanca, una novela sobre este asesino en serie en el marco de la Exposición Universal de Chicago de 1893, cuyos derechos fueron comprados por Martin Scorsese. En 2020, el realizador estadounidense anunció que comenzaría a rodar un largometraje basado en el libro, que estaría protagonizado por Leonardo DiCaprio en el papel de Holmes. Finalmente, el proyecto fue repensado y, en lugar de una película, será una serie de televisión para la plataforma de streaming Hulu, que no tiene todavía fecha de rodaje ni estreno. Habrá que esperar, al menos, hasta que el realizador finalice la promoción de, Killers of the Flower Moon, película sobre el origen del FBI que todavía se encuentra en fase de postproducción.

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