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Secta religiosa es consumida tras aterrador incendio dentro de iglesia

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Foto(s): Cortesía
Alejandra López Martínez

Agencias

Hace 22 años, en el distrito Kanungu, en el suroeste de Uganda, África, cientos de fieles fueron encerradas dentro de una iglesia y sus líderes le prendieron fuego al inmueble desde afuera. Hubo al menos 500 muertos.

La fecha del Apocalipsis

Para los cinco líderes del Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios, el Apocalipsis llegaría el 31 de diciembre de 1999.

El inicio del nuevo milenio acarrearía la debacle y sólo los fieles de la secta estarían libres de la condenación.

Para los -al menos- 530 creyentes que se encontraban esperando el Armagedón en una iglesia de Kanungu, Uganda, el Fin del Mundo debió ser tal como lo describe el Nuevo Testamento de la Biblia

Credonia Mwerinde y Joseph Kibwetere, fundadores del Movimiento, encerraron a cientos de sus fieles en un edificio y prendieron fuego el lugar con ellos adentro.

Nueva secta cristiana

El Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios fue una secta cristiana originada en Uganda en 1980 luego de que Mwerinde y Kibwetere tuvieran visiones de la Virgen María. Los otros líderes principales eran Joseph Kasapurari, John Kamagara y Dominic Kataribabo.

Mwerinde y Kibwetere organizaron el Movimiento como un grupo cuyo objetivo era obedecer los Diez Mandamientos y predicar la palabra de Jesucristo.

Los vínculos de la secta con el cristianismo eran muy débiles debido a que quienes mandaban eran sacerdotes y monjas que habían sido expulsados de la Iglesia católica.

Tampoco está muy claro qué fue lo que llevó a Kibwetere a cometer la gigantesca atrocidad. 

La Policía cree que la motivación de los dos máximos líderes de la secta era despojar y apoderarse de los bienes de sus víctimas, quienes creían en las apariciones de la Virgen María y de Jesucristo.

Los fieles, por su parte, vivían juntos en un valle alejado del pueblo. El lugar, repleto de colinas y granjas, hoy cuenta con un enorme montículo de tierra que tapa la fosa común en la que fueron enterrados quienes murieron en el incendio.

Cultivaban su propia comida, administraban escuelas y construían edificaciones. Su vida giraba en torno a la oración y, si pecaban, los líderes les hacían rezar el rosario mil veces.

La devoción al Movimiento consistía regularmente en peregrinar a una colina empinada y rocosa cercana. Después de una dura caminata a través de un bosque de eucaliptos, los creyentes alcanzaban una roca que creían que representaba a la Virgen María.

Gigantesco poder de persuasión

Los líderes creían que el Fin del Mundo llegaría el 31 de diciembre de 1999… o por lo menos eso le hacía creer a sus miles de seguidores.

Su poder de persuasión hizo que los seguidores del Movimiento se prepararan en comunidad para el Día del Juicio Final estudiando la Biblia, entregando posesiones a la iglesia, orando y hasta comunicándose entre ellos con lenguaje de señas.

Contra todo pronóstico, ese 31 de diciembre la Tierra estuvo más tranquila que nunca. 

El “desacierto” de los líderes provocó que sus fieles empezaran poco a poco a rebelarse contra ellos. La economía de la comunidad y de la iglesia flaqueaba. Había gente que dejaba de trabajar, se retiraba de la secta o incluso le pedía a los líderes que les devolvieran sus posesiones que habían entregado por la causa.

Al ver que la situación se les estaba yendo de las manos, Mwerinde, Kibwetere y compañía pronosticaron otro día de Apocalipsis. El 17 de marzo de 2000 fue el elegido.

Organizaron una ceremonia para ese día y otra para el 18. La jornada siguiente a la del supuesto Apocalipsis, luego se supo, la fecharon con el objetivo de engañar a la Policía por lo que sucedería el día anterior.

El quinteto le hacía creer a sus fieles que el Fin del Mundo había que festejarlo con “ceremonia y finalidad”.

Entonces llegó el tan esperado momento del Juicio Final.

Al menos 530 personas, entre ellas más de 70 niños, asistieron a la iglesia de Kanungu para esperar que todo acabara de una vez por todas. Asaron tres toros y bebieron setenta cajas de refrescos. Una comunión inolvidable.

Pero en un momento dado de la ceremonia hubo una explosión... y luego otra, y luego otra. Y así, seis. Y, acto seguido, un incendio incontrolable.

Ningún asistente pudo escapar porque los líderes del Movimiento habían sellado las puertas y las ventanas. El fuego ardió y el Apocalipsis, por lo menos para ellos, llegó.

Descartan suicidio colectivo

Inmediatamente después del hecho hubo varias teorías sobre qué fue lo que provocó el incendio. Primero se creyó que se trató de un suicidio colectivo con gasolina, pero la Policía rápidamente descartó esa idea porque divisó seis explosivos en el lugar.

Los líderes habrían usado ácido sulfúrico para causar las explosiones y, a su vez, hacer que el gas emitido por las mismas fuera letal.

Supuestamente, los líderes del Movimiento murieron en el incendio. Sin embargo, esto nunca se comprobó.

La investigación del caso fue tan superficial que ni siquiera se sabe qué ocurrió con los causantes de la masacre.

Pero los muertos calcinados en la iglesia incendiada no fueron los únicos asesinados por los líderes de la secta. Lo que sucedió durante las investigaciones posteriores al incendio reforzó la idea de que no se trató de un suicidio colectivo.

Aparecen más víctimas

Días antes, se presume, los líderes habían estado torturando y matando a cientos de sus fieles. A la larga, el número de fallecidos rondó los 930.

Cuatro días después de la masacre, la Policía investigó las casas de los líderes y descubrió seis cuerpos sellados en la letrina de un complejo de Kanungu; 153 en una propiedad de Buhunage; 155 en la finca de Kataribabo y 81 en la granja de Nyumurinda. Todos estaban en fosas y hasta había cámaras de tortura.

Se cree que estas personas fueron asesinadas unas tres semanas antes de la matanza apuñaladas y envenenadas. Los forenses determinaron que hubo también quienes fueron estrangulados.

Nadie fue juzgado a pesar de que la Interpol emitió avisos para el arresto de los líderes en abril de 2000. A sabiendas de lo que sucedía en el sur del país africano, casi no hubo medidas contra la secta durante los meses previos a la masacre.

Aunque a Kanungu solo se podía llegar de a pie, la comunidad no estaba aislada del resto de la sociedad y varias personas en puestos de autoridad, incluidos policías y funcionarios del gobierno local, estaban al tanto de lo que hacían.

 

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