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El triple asesinato en Cipolleti, un crimen cometido "por error"

Foto(s): Cortesía
Aleyda Ríos

El 9 de noviembre de 1997 la ciudad de Cipolleti, provincia de Río Negro en Argentina, se vio conmocionada por el asesinato de las hermanas María Emilia, de 24 años de edad, y Paula Micaela González, de 17, y su amiga María Verónica Villar, de 22.

Sus cadáveres fueron hallados semienterrados junto a las vías del tren.

Claudio Kielmasz fue el único condenado por el triple crimen en julio del 2001 y cumple cadena perpetua en un penal de La Pampa.

Paseo hacia la muerte

Durante el caluroso atardecer de ese domingo, Verónica Villar fue a la casa de las hermanas María Emilia y Paula González. Las tres irían a un campo cercano a las vías del tren. Allí solía refrescarse la gente del lugar durante los días de calor.

Poco antes de las siete de la tarde, empezaron a recorrer a pie la calle San Luis. Nada hizo suponer que ese recorrido sería un "Paseo hacia la Muerte".

Por la noche, la ausencia de las chicas inquietó a sus padres: Juan Villar y Ulises González no tardaron en hacer la denuncia.

La búsqueda policial no arrojó resultados. La de los vecinos sí, aunque en la mañana del martes siguiente.

El hallazgo de los cadáveres

El cuerpo de Paula Micaela González tenía un disparo en la espalda que le perforó un pulmón y otro en la cabeza. Había sido golpeada y presuntamente violada.

El cadáver de María Emilia González tenía un disparo en la cabeza, a la altura del oído. Como su hermana, fue golpeada y presuntamente violada.

María Verónica Villar murió asfixiada por su propia sangre, debido a los cortes que sufrió en su cuello, presuntamente, con un cuchillo. Fue golpeada y también presuntamente violada.

Aparente negligencia de la Policía

Don Ulises, padre de las dos hermanas asesinadas, llegó a la escena del crimen justo cuando un grupo de policías, al mando del comisario Luis Seguel, aparentaba acordonar la zona.

Pero, el escenario del crimen se convirtió en una especie de romería: la Policía de Río Negro dejó entrar a familiares, periodistas y simples curiosos. Así se borraron toda clase de huellas, rastros y evidencias.

El comisario Seguel, quien debía preservar la escena de los crímenes, hizo todo lo contrario. 

Las falsas imputaciones

La muerte de las chicas enardeció a buena parte de los 85 mil habitantes de la ciudad de Cipolleti. Muchos apedrearon la Comisaría Cuarta. Justo entonces apareció el ministro de Gobierno provincial, Horacio Joulia, con un anuncio que sorprendió a todos: “¡El hecho está esclarecido!”, gritó a la multitud.

Según su versión, una llamada telefónica anónima a la sede policial había revelado los nombres de los presuntos asesinos.

Fueron señalados Horacio Huanca y Mario Sepúlveda, dos menesterosos que vivían en casas abandonadas no lejos del lugar de los crímenes. Los policías fueron a buscarlos a balazos. Uno fue malherido por varios impactos. Y el otro resultó ileso de milagro. Si hubieran muerto, el caso quedaba cerrado.

En cautiverio, fueron torturados para forzar una confesión de ser los violadores y asesinos de las tres mujeres.

En paralelo, trascendía un informe forense que descartaba la hipótesis de la violación. Entonces, el móvil del triple crimen adquirió rango de enigma.

Otro peritaje determinó la participación de por lo menos cuatro asesinos. Huanca y Sepúlveda estuvieron detenidos tres meses.

La ambición de Claudio Kielmasz

Durante el atardecer del 6 de diciembre siguiente, un lamento entrecortado alteró la siesta de Susana González, la madre de Paula y María Emilia, dos de las víctimas. Y al asomarse advirtió la presencia de una visita insólita.

Su esposo, don Ulises, lucía perplejo. El desconocido, que resultó ser Claudio Kielmasz. Aseguraba haber visto a los asesinos. Y también dijo saber donde habían tirado el arma.

A continuación, fue con don Ulises al lugar. El revólver estaba allí. Se trataba de un Bagual calibre 22.

Su testimonio, en parte, era veraz: el revólver era el arma utilizada en el triple crimen. Pero un detalle no lo favorecería: en los registros figuraba su propia mamá como propietaria.

Luego amplió su declaración en tres oportunidades. Ya en 2003, dio su versión final: “Yo necesitaba algo creíble para cobrar los 2.500 pesos de recompensa. En aquel momento, dos limosneros estaban acusados. 

Por eso no me pareció una mala idea dejar el arma cerca de donde vivían. Nadie iba a sospechar de mí. Le había borrado la numeración al arma, pero no sabía que era posible hacer un revenido químico. Y me mandé hasta el cuello por irme de boca”.

Revelación de los otros implicados

Claudio Kielmasz puso nombre y apellido a los involucrados en el homicidio múltiple en su declaración.

En ella afirma que las chicas murieron en medio de una fiesta de una banda tras una entrega de drogas.

Kielmasz dijo que era vendedor de mariguana y cocaína para Francisco, Fernando y Claudio Yacopino. El primero era el dueño de una cadena de corralones muy conocidos en Cipolletti; los otros dos son sus hijos.

Francisco Yacopino -dijo- le presentó al comisario Luis Seguel, al sargento Miguel Raylén y a un policía de apellido Yáñez, y le indicó que «a ellos debía acudir ante algún problema, que se manejara tranquilo porque nadie lo iba a tocar».

El 9 de noviembre de 1997 se hizo una entrega importante -prosiguió- para la cual llevó a Marcelo y José Luis Arratia y a su hermanastro Miguel Angel Torres como custodios. Estaban allí Fernando y Claudio Yacopino, y los policías Seguel, Yáñez, Raylén y Germán Valdebenito.

Se fue y volvió, y le dijeron que todos estaban borrachos y drogados. Se marchó de nuevo y regresó a las 21:00, para recoger a su hermanastro Miguel Angel Torres, que «le dijo lo que había pasado, y el dicente le dijo que no le creía, por lo que entonces fueron al lugar en la camioneta blanca de Yacopino que tenía el dicente en su poder. Cuando llegó a Los Olivillos (zona donde fueron encontrados los cadáveres), vio a las tres chicas, dice que para él las tres estaban muertas».

Testigos señalan a culpables

El relato de un testigo, Rafael Hurimán Lloncón, permitió a los jueces reconstruir la escena en la que fueron secuestradas las chicas.

En su relato Lloncón dejó claro que el 9 de noviembre de 1997 cuando eran poco más de las 20 y regresaba por la calle San Luis hacia Cipolletti vio venir a dos autos, uno blanco y uno verde. Casi al mismo tiempo vio a las víctimas que caminaban por la banqueta. En el coche blanco iban cuatro personas, en el otro dos más. Las chicas fueron obligadas a subir.

Entre los testimonios también fue importante el de una prostituta. Ella reconoció a los dos hombres acusados como a quienes vio llevarse a las tres amigas del mismo lugar donde las vio Lloncón, resultaron ser Guillermo González Pino y Claudio Kielmasz.

Crimen por error

En mayo de 1998 fue detenido Guillermo González Pino. El tipo era un hampón que se dedicaba a la compra-venta de vehículos robados y soplón de la Policía.

Esa relación robusteció la hipótesis de una pugna interna entre grupos mafiosos. En tal contexto, se planeó matar a tres prostitutas vinculadas a uno de los grupos en pugna. Pero los encargados de la faena, Guillermo González Pino y Claudio Kielmasz, habrían confundido a las víctimas. Un crimen por error.

El escándalo fue imposible de frenar: la cúpula policial de la provincia fue descabezada y sus integrantes fueron procesados por asociación ilícita, encubrimiento y apremios ilegales. Pero lograrían sus reincorporaciones por vía judicial para obtener los retiros y pensiones.

González Pino, que había sido condenado en primera instancia a 18 años de cárcel, salió en libertad en julio de 2005, tras una apelación en la que un tribunal lo benefició por falta de pruebas. En la actualidad no se sabe su paradero.

Kielmasz fue el único condenado por el triple crimen.

 

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