Pasar al contenido principal
x

La perturbadora mente de Cameron Hooker, un depredador s3xu4l

delincuentes
Foto(s): Cortesía
Redacción

Apenas se conocen datos biográficos de la vida de nuestro protagonista, salvo que nació el 5 de noviembre de 1953 en la californiana Alturas y que su familia se trasladó a otra población del condado, Red Bluff, cuando tenía dieciséis años. Tras su graduación, Cameron Hooker empezó a trabajar en un aserradero local, época en la que conoció a Janice, su futura esposa.

La adolescente, de quince años, provenía de una familia desestructurada, donde el maltrato físico y psicológico estaba a la orden del día. Con este historial, Cameron vio en Janice a una chica virgen, sumisa, manipulable e influenciable a la que doblegar en sus depravadas fantasías sexuales.

El joven, que ya por entonces era un adicto a la pornografía violenta, introdujo a Janice en la práctica sexual BDSM (bondage, disciplina, dominación, sumisión, sadismo y masoquismo): jugaba a inmovilizarla colgándola de las muñecas mientras la azotaba con un látigo. También, practicaba con ella la asfixia durante el coito, además de obligarla a realizar tríos con otras mujeres y a llevar a cabo todo tipo de actos sadomasoquistas.

Janice, harta de ser la esclava sexual de su marido, le hizo dos peticiones: la primera, que su marido solo practicaría la penetración con ella, y, la segunda, que tendría que buscarse a otra sumisa a la que azotar y fustigar para que ella se pudiese quedar embarazada. Cameron aceptó, y, así dio comienzo la búsqueda de potenciales víctimas para reemplazar a Janice.

¿Dónde está Marliz?

Eran las cuatro de la tarde del 31 de enero de 1976, cuando los Hooker merodeaban con su Dodge Colt por una de las avenidas de la población californiana de Chico. A lo lejos, divisaron a una joven haciendo autostop: era Marie Elizabeth ‘Marliz’ Spannhake, una guapa modelo de 19 años.

En cuanto la muchacha se subió al coche, Cameron la golpeó fuertemente y condujo apresuradamente hasta su domicilio, sito en el número 1140 de la calle Oak, en Red Bluff. Los Hooker se habían mudado allí tras casarse en enero de 1975. Los siguientes años, Cameron y Janice forjaron su particular casa de los horrores sin que los vecinos sospecharan nada.

Marliz tan solo duró viva unas horas: Cameron la desnudó y colgó de una de las vigas del techo, y la violó violentamente. Después, le disparó en el estómago y, para rematar, la estranguló. El psicópata, ayudado por su esposa, enterró el cuerpo cerca del Parque Nacional Volcánico Lassen. Sus restos jamás fueron encontrados.

Cuando la familia Spannhake denunció su desaparición, las autoridades investigaron al novio como el primer sospechoso. Pero nada más lejos de la realidad, ya que el autor era un completo desconocido. Un año después del crimen y tras el nacimiento de su primer hijo, los Hooker volvieron a las andadas en busca de su segunda víctima.

La pesadilla

Aquel día, el 19 de mayo de 1977, Colleen Stan, de 20 años, hacía autostop cuando el matrimonio paró y la invitó a subir. En un primer momento, se fio de ellos, tenían un bebé y aparentaban ser normales. Sin embargo, con el paso de los minutos, “una voz me dijo que corriera y saltara y nunca mirara atrás”, se decía la joven pensando que exageraba.

Entonces, Cameron la amenazó, le colocó una aparatosa caja en la cabeza que había construido para silenciar cualquier sonido, incluidos los gritos, y condujo hasta la casa. Una vez allí, dio comienzo el espeluznante calvario de la víctima.

Entre las depravaciones que Colleen sufrió: permanecer durante horas con los ojos vendados y colgada de unas correas a unas tuberías o a las vigas del techo mientras era violada y golpeada con un látigo, además de ser atada de pies y manos a un potro de tortura de fabricación casera.

A esto se sumaban quemaduras con cerillas, electrocuciones, asfixias y ahogamientos con la cabeza dentro de la bañera e innumerables prácticas de sexo oral y algunas más vaginales y anales, pero utilizando todo tipo de elementos externos. Recordemos que Cameron le había prometido a Janice que no habría penetración con su esclava sexual.

Asimismo, el psicópata ideó la mejor forma de evitar la huida de su presa mediante la construcción de un ataúd de madera. El encierro duraba unas 23 horas al día, y la joven solo salía de allí para ser violada y torturada. De hecho, miccionaba y defecaba en el interior del cubículo. 

Para más inri, todas estas abyecciones eran presenciadas por Janice, lo que psicológicamente hundía aún más a la víctima. Colleen era consciente de que jamás saldría viva de allí.

Al margen del sometimiento físico, el agresor también ejerció una fuerte subyugación psicológica sobre la chica, que terminó sufriendo el síndrome de Estocolmo. Además, Cameron le hizo creer que una poderosa y peligrosa secta llamada La Compañía la observaba, y que, si se resistía, su familia correría la misma suerte que ella. El secuestrador la tenía sometida en cuerpo y alma.

La visita

Entre tanto, la familia Stan buscaba desesperadamente y sin éxito a la joven. Los investigadores centraron las pesquisas en su exmarido, Tom Smith, al que colocaron en la diana como sospechoso. Pero al tiempo, la policía tuvo que descartarlo porque en el momento de la desaparición de Colleen, el joven se encontraba en otro estado. Su coartada era veraz.

La sorpresa llegó cuando en marzo de 1981, casi cinco años después de su desaparición, la joven regresó a casa de su padre acompañada de un supuesto novio. Era Cameron Hooker. Para ello, Colleen logró persuadir a su captor asegurándole que lo amaba y que necesitaba ver a su familia por última vez.

El depredador, convencido de la absoluta sumisión y obediencia de su esclava, aceptó la propuesta y viajaron hasta Riverside. Antes de este momento, Colleen ya había logrado pasar varias horas fuera del ataúd, pero jamás trató de escapar. La abducción era real.

Cuando los Stan vieron a Colleen pensaron que se había metido en una secta. Su apariencia demacrada y su comportamiento completamente servicial hacia su acompañante la delataban, pero nadie hizo nada por retenerla cuando se marcharon, al día siguiente. La única foto que hay de la víctima y su secuestrador es la que aparece en este reportaje y que hizo una de las hermanas de Colleen. En ese momento, la joven aseguraba sentirse feliz.

Tras regresar de ese viaje, Cameron comentó a Janice su intención de construir nuevas celdas para otras esclavas, además del deseo de tener una segunda esposa. Tal era su sentimiento de impunidad que pensaba que lo tenía todo bajo control. No era cierto.

Aquella declaración de intereses hizo despertar a Janice: reveló lo ocurrido al pastor de su parroquia, quien la instó a abandonar la casa y liberar a Colleen. Las dos mujeres y los dos hijos del matrimonio huyeron el 10 de agosto de 1984, pero fue el testimonio de la esposa quien llevó a la detención de Cameron.

Mientras Colleen siguió manteniendo comunicación telefónica con su captor desde el hogar familiar, Janice denunció a su marido por el asesinato de Marliz y el secuestro y torturas de Colleen a cambio de inmunidad.

Entre rejas

Cameron fue detenido el 19 de noviembre de 1984 acusado de un delito de asesinato en primer grado de su primera víctima, y otros cargos por secuestro, tortura y violación sobre la segunda. Durante el juicio, celebrado en septiembre de 1985, los psicólogos ratificaron los abusos físicos y psicológicos ejercidos sobre Colleen y el consecuente síndrome de Estocolmo que la llevó a enamorarse de su secuestrador.

“Aprendí que podía ir a cualquier parte de mi mente. Solo dejaba de estar en la situación que estaba viviendo y me iba a otro sitio de mi cabeza más agradable”, declaró la víctima subida al estrado. Aquella forma de compartimentar su mente ante las torturas sufridas, la ayudó a sobrevivir.

El tribunal sentenció a Cameron Hooker a 104 años de prisión, una pena con la que el acusado estuvo completamente de acuerdo. Incluso, se atrevió a ironizar con sus abogados: “Quiero que le den las gracias al juez de mi parte. Tengo una biblioteca, un gimnasio y tiempo para disfrutarlos. Y eso es mucho mejor que vivir con esas dos mujeres”.

Mientras el psicópata permanece en la cárcel de San Mateo, a la espera de una posible libertad condicional que se sigue demorando, Janice se cambió el nombre por el de Lashley y ejerce como trabajadora social en California, donde vive.

En cuanto a Colleen, a la que los medios de comunicación bautizaron como La chica de la caja, estudió contabilidad, se cambió el apellido, pasó por la vicaría en cuatro ocasiones y tuvo un hijo. 

Y, aunque la tragedia le hizo mella en su autoestima, esto no impidió que tuviese ilusión por las pequeñas cosas de la vida o que se sintiera feliz de “estar viva”. De hecho, la ahora sexagenaria dedica parte de su tiempo libre a ayudar a otras mujeres víctimas de abusos.

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.