Mónica Ortiz Sampablo
Segunda de tres partes
Pese a que los poemas de Emily eran poco o nada comprendidos por Thomas Wentworth Higginson, éste colaboró con empeño en la primera publicación de su obra.
La relación epistolar que mantuvieron generó una amistad entrañable, no obstante, se conocieron en persona hasta 1870, más o menos ocho años después de haber iniciado su carteo. Fue a él a quien Emily en una de sus cartas escribió su definición de poesía: “Si leo un libro y se me enfría el cuerpo entero de modo que ningún fuego me pudiera calentar, sé que eso es poesía. Si siento como si me hubiera quitado la coronilla de la cabeza físicamente, sé que eso es poesía. Ésta es la única forma en que podría saber. ¿Existe otra manera?”
Emily dejó escritas al menos unas mil cartas; amigos, familiares, editores eran sus destinatarios; en ellas se aprecian las inquietudes filosóficas de la poeta, sus reflexiones, sus afectos sin reserva y temas recurrentes como la relación con su padre, por cierto, un hombre autoritario, y su inconformidad en cuanto a la condición de la mujer en la sociedad.
Como es de esperarse, tenemos la interrogante. ¿Existe un destinatario amoroso en algunas de sus cartas? La respuesta es que sí, más de uno si nos ponemos a dar interpretaciones empapadas de subjetividad. Se ha especulado sobre quién o para quién eran los afectos más íntimos de la escritora; en sus misivas fluyen las palabras amorosas, sobre todo en las que escribió Susan Gilbert, con quien compartió gran parte de su vida, primero como amiga y luego como cuñada.
Emily amaba profundamente a Susan y le dedicó al menos un tercio de todas las cartas que fueron encontradas. “Están limpiando la casa hoy, Susie, y he hecho un rápido bosquejo de mi cuarto, donde con afecto, y contigo, yo pasaré esta mi hora preciosa, la más preciosa de todas las horas que marcan los días al vuelo”.
Estas cartas, que además son poemas, guardan la riqueza de la verdad en el corazón de una mujer.
Continuará el próximo miércoles…
