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En Oaxaca, con música y bailes las muerteadas vuelven la noche en día

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Foto(s): Cortesía
Nadia Altamirano Díaz

Las obligaciones laborales, de casa o escolares pueden postergarse. En Soledad Etla, a 18 kilómetros de la ciudad de Oaxaca, el octavo día de noviembre se impone y cada barrio cumple con la cita añorada para repetir la muerteada que ocurrió una semana atrás.

Un kilómetro antes de llegar a este municipio, los vehículos estacionados en ambos lados de la carretera de acceso advierten que hay más gente que sus 6 mil 300 habitantes.

Alrededor de las 16:00 horas, los encabezados -como llaman a los organizadores de cada muerteada- llegan a la entrada de la población a recibir a una banda integrada por tubas, clarinetes, tarolas, bongos, timbales, trompetas, tamboras y güiros marcarán el ambiente festivo por 20 horas continúas, con apenas breves descansos para comer, cenar, volver a cenar y almorzar.

"Nos gastamos casi medio millón de pesos", calcula Eduardo, uno de los encabezados de la muerteada que organiza el Barrio de Arriba El Original Los Laureles, cuya capacidad la miden al poder contratar 85 músicos que lo mismo tocan merengue, mambo, sones, las mañanitas, popurris, música de carnaval o de banda estilo sinaloense.

 

Negocios y fiesta

Cuando el sol fenece, la luz artificial hacen transitables las calles, pero la presencia excesiva de personas dan a la noche el movimiento de una jornada diurna. Si hay hambre o sed, lo que sobran son negocios improvisados en cocheras de casas o negocios formales que amplían su horario de servicio porque la demanda lo amerita.

Una cartulina de color fluorescente se convierte en letrero para atraer a quien quiera comprar un paquete de seis cervezas por 120 pesos. Las latas terminarán en el suelo, la fuente de ingreso extra que mujeres que se improvisan como pepenadoras de aluminio. 

Gritos de gusto se emparejan con el estruendo que la pólvora causa al estallar en el cielo. Los ruidos de innumerables cascabeles advierten que por este día los diablos andan sueltos. Los disfraces en alusión a la muerte son tan innumerables como variados, sin importar la edad de quien lo porta: policías con cara de payaso, monjas trasnochadas, hadas, catrinas en zancos o apaches. 

 

La diferencia del disfraz

Seis horas después de caminar y bailar, Karla termina por cambiar las botas de su disfraz de catrín por sus tenis. No es la primera vez que acude a una muerteada en Soledad, porque su esposo Pablo, un joven de 24 años que le lleva tres, se disfraza desde que tenía 10 años de edad.

“Es cansado, porque por ejemplo el bastón, pesa bastante y no estoy acostumbrada a respirar con la máscara, pero voy a seguir  hasta que amanezca”, dice consciente de que puede más el gusto de portar un disfraz cuyo diseño comparte con su esposo y otros seis amigos, lo que les hace blanco de miradas y fotografías.

En los cuatro días previos, Pablo y Karla durmieron en promedio dos horas por noche porque además de su jornada laboral como empleados, daban forma con papel y engrudo a ocho bastones en forma de columna vertebral que con un cráneo decorado en la parte superior pesan en promedio 18 kilos.

Antes de empezar con esta octava de la muerteada, Pablo resentía el cansancio de dormir poco, pero la adrenalina que le inyectó el bailar le hacen sentir que el tiempo dedicado, su cooperación a los organizadores y los 500 pesos que pagó a un compañero para que lo cubriera en su turno laboral, “lo valen”.

Después de engrandecer el bullicio en la plaza frente al palacio municipal y de recorrer decenas de calles y casas, los músicos de La Reyna de México, una banda de Huajuapan de León  llega a la casa de Mundo, quien eligió junto con Pablo y Karla vestirse de catrín.

Tan sólo la máscara con forma de muerte, adornada con un sombrero alto que además de flores y luces tiene piedras brillantes pegadas para dar forma a una calavera, costó mil 500 pesos.

Una gran estola que parece tener tela en exceso adorna el cuello, los guantes blancos sobresalen entre el chaleco, saco, pantalón y botas negras, pero este es uno de tres disfraces a utilizar en noviembre, uno por cada muerteada que se organiza entre el 1 y 8 de noviembre.

“Le invertimos entre tres mil y cuatro mil pesos a cada disfraz porque tenemos a un compañero que los empieza a hacer desde agosto, por lo regular siempre nos disfrazamos de cosas alusivas a la muerte, porque la tradición nos dicta que en algún momento de toda la noche los muertos nos acompañan en esta verbena”, dice Mundo fascinado de abrir las puertas de la casa de su familia para servir la cena a la banda de música y quienes alcancen.

 

Bailar casi sin pausas

En cuanto los músicos terminan de cenar, retoman su función de hacer bailar. Del piso de tierra se alza una nube de polvo, un hombre baila feliz sin pareja, con tres cervezas en la mano, una máscara de plástico, un sombrero y su ropa habitual.

Las pausas entre canción y canción son breves para no despertar el enojo de quienes sienten que la noche es corta si se trata de cumplir con la tradición de bailar hasta el amanecer, que para eso se disfrazaron.

Una catrina con los hombros y parte de la espalda desnuda no deja de mover las caderas. Cuando levanta sus brazos los músculos dejan claro que es Dayan, un joven de 23 años que viajó 8 kilómetros desde San Agustín Etla, otro municipio destacado por las muerteadas que organiza, porque ahí no se sintió cómodo en la muerteada del miércoles anterior.

Las notas del mambo El Ruletero de Pérez Prado se siente una tonada conocida, a ésta le siguen El venado, La iguana. La banda se enfila a volver a recorrer las calles y visitar más casas.

Franklyn, uno de los 50 encabezados de esta muerteada que organiza El Lujoso Barrio de En Medio, asegura que en cuanto termina la octava empiezan a visitar a las personas que les apoyarán económicamente, con comida o simplemente recibiendolos en su casa en algún momentos de la noche o el día.

“El primero de noviembre se disfrazan alrededor de 100 o 150 personas por barrio (El de Arriba, El de Abajo y El de En Medio), pero en la octava se suma un poquito más de gente, ya que no todos los pueblos vecinos la realizan”, asegura.

Uno de los atractivos que agregan vistosidad a los disfraces es elevar la altura caminando sobre zancos de madera, como lo hace Eduardo, cuyo rostro, dorso y brazos están cubiertos de látex color blanco para mejorar el efecto de la pintura que su esposa Karla le aplicó después.

La peluca hecha con cabellos artificiales de varios colores, junto con el corset y la larga falda de tul las usará Karla en la próxima muerteada de mujeres. Ella y otros tres amigos se encargan de cuidar que Eduardo "no pise una lata tirada con la que puede resbalar o le agarro la mano si se encuentra un bache o una piedra, porque si nos disfrazamos los dos al mismo tiempo, pues no podemos cuidarnos”, reflexiona.

 

Las obligaciones se imponen

Geovanny es un adolescente de 12 años que por tercer año se disfraza, ésta vez de payaso con una máscara de mil 500 pesos que le pagó su papá, pero que debe guardar para dormir al menos seis horas antes de asistir a su escuela secundaria en Reyes Etla, donde a diferencia de Soledad, las clases no se suspenden el 9 de noviembre porque ahí la octava de la muerteada es en fin de semana.

“La emoción lo mantiene de pie, supera al cansancio, pero me lo llevo porque se tiene que levantar a las 5:30 de la mañana para cumplir con su escuela", expresa su madre María de Jesús.

César, quien junto con su esposa y tres hijos se disfrazaron de muertes zapotecas con tela y artículos que tenían en casa o buscaron para la ocasión, también envió a dormir a su hija e hijo más pequeño, porque es insano que no duerman una noche.

Rosalía, profesora de preescolar, sabe que no tiene caso que las escuelas abran este jueves, pues no llegarán las y los alumnos porque todo el pueblo está inmerso en la octava de la muerteada.

En vez de usar las palabras, cada persona disfrazada recurre a la tela costurada con brillos o manchada a propósito, a las máscaras ostentosas y a los accesorios detallados para dejar clara la emoción que sienten al bailar toda una noche, porque en lo que menos piensan es en el sueño o el cansancio.

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