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Al rescate de las máscaras de cartón para las muerteadas de Oaxaca

Foto(s): Emilio Morales Pacheco
Nadia Altamirano Díaz

Mirar la facilidad con la que su padre Mariano y su madre Alicia elaboraban máscaras de cartón para las muerteadas en la Villa de Etla, hizo que a sus cinco años Fernando Mario Orozco Amaya hiciera la suya.

"Era de una viejita", recuerda seis décadas después el hombre que conserva una tradición amenazada por los disfraces fabricados de materiales como hule espuma o plástico.

Salvo en 2020 y 2021, que los contagios de COVID-19 suspendieron la mayoría de actividades masivas, desde hace 20 años, cada mes de octubre, Fernando deja su casa en Tlaxcala y vuelve a la Villa de Etla -municipio a 15 kilómetros de la Ciudad de Oaxaca- para reabrir temporalmente su taller de máscaras de cartón.

“Sólo trabajo puros encargos”, expresa con la conciencia de que son pocas las personas que se apegan a la tradición de coronar su atuendo de Día de Muertos con la dureza de una máscara de cartón que lo mismo puede tener cuernos de un carnero, barbas de ixtle, cascabeles o simplemente las facciones imperfectas coloreadas por la pintura.

Vehículo de la representación 

La humanidad ha utilizado las máscaras desde tiempos inmemoriales, pero los historiadores identifican a la cultura griega como la primera que las utilizó en escenas teatreales, como un vehículo para que actores tuvieran mayor semejanza con quienes representaban.

Fue en la Edad Media -entre los siglos 5 y 15- que las máscaras se empezaron a usar para representar a personajes del infierno, incluso en fiestas religiosas, pero su auge se experimentó a partir del siglo 16 con los carnavales de Venecia.

En el Valle de Etla, diversas poblaciones anhelan la llegada del mes de noviembre para volver a darle vida a las comparsas, esa suerte de largos recorridos que terminan en los panteones tras horas caminando con el disfraz puesto y en un baile grupal que se ameniza con la música de banda.

De todos los municipios, el de Villa de Etla se ha distinguido por preservar el cuadro original de la muerteda, como se le conoce a la sátira en la que personajes específicos relatan -con humor y en forma de versos- los hechos más destacados entre las y los pobladores, empezando por los desatinos de las autoridades municipales que son evidenciados en los “raspaditos”.

Por décadas los personajes de curas, viejos, espiritistas, muertos, viudas, diablos y la misma muerte han tenido el rostro que les ha dado Fernando, como antes lo hicieron su padre Mariano o su tío Mario Castellanos, conocido popularmente como Marito.

Reabrir temporalmente su taller 

Fernando se siente cómodo, porta un mandil de mezclilla porque está en horas de trabajo. Abre la pequeña puerta del acceso de la casa en la que vivió su infancia e invita a subir a una planta alta.

Antes de llegar a las recámaras, inmediatamente después de terminar de subir las escaleras, está su pequeño taller en un sanitario deshabilitado, pero su espacio de trabajo lo extiende a la azotea si necesita secar el cartón que adquiere la forma de un rostro que sale de un viejo molde de yeso.

“Una máscara puede tardar 12 días”, explica, sabedor de que la humedad en el ambiente suele retrasar el proceso de secado del cartón ablandado por el engrudo, principal elemento para transformar un material usado en una máscara.

Si el personaje es un diablo, las facciones suelen exagerarse y los cuernos los obtiene de un animal muerto, tras otro proceso de secado que permite sacarle el hueso que pocos saben que tienen y que los hacen menos pesados para que Fernando logre sostenerlos utilizando alambre.

Con una sonrisa que deja ver los dientes blancos, con labios de un rojo intenso, con risa burlona, pero también serios, así pueden ser los rostros de las máscaras que pinta Fernando, quien puede usar estambre para emular el cabello y las cejas de una mujer o el ixtle como la barba de un hombre viejo.

Cada comprador decidirá qué tan grande y a qué altura estarán las perforaciones que le hará a la máscara para que pueda respirar y mirar, pues generalmente la boca queda sellada.

“Nos gustaban mucho las muerteadas”, rememora con la nostalgia de saber que repite la tradición de ser su familia parte de las personas que da rostro a los muerteros, como se le conoce a los hombres que este 1 de noviembre se disfrazan para reírse de la muerte.

Los siguientes once meses siguientes cerrará su taller, volverá a radicar la mayor parte de tiempo en Tlaxcala y esperará las vísperas de Día de Muertos para revivir otra vez la tradición que heredó de su familia.

¿Con qué hacen las máscaras?

Molde de yeso

Cartón

Engrudo

Alambre

Cuernos de un animal

Estambre

Ixtle

Cascabeles

Pintura acrílica

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