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LLuvia, sin piedad para los pobres y sus hogares en Oaxaca

Foto(s): Cortesía
Redacción

ASUNCIÓN, NOCHIXTLÁN, Oaxaca.- Paula cuidaba a sus animales, unos cuantos chivos, unas gallinas, un guajolote y un burro. La brisa acariciaba su rostro, el cabello despeinado cayó suavemente hacia su espalda.


El viento, que anticipa la lluvia se llevó de tajo cuatro láminas de uno de sus dos pequeños cuartos.


Sus siete hijos, de entre uno y 15 años, se resguardaban en la habitación que quedó de pie y que soportó el ataque feroz de las ráfagas.


Las láminas, corroídas por el sarro rechinaban al ser dobladas como si se trataran de hojas de papel. La lluvia no tuvo piedad y cayó con fuerza. La noche fue larga para la familia de Paula López Zárate.


Vive en el fraccionamiento Cruz Verde, de Asunción Nochixtlán, en un terreno de no más de 200 metros cuadrados, sin luz, sin agua, sin drenaje y que le costó 80 mil pesos.


Su esposo trabaja en el campo. Va a los sembradíos o corta zacate, se ocupa en lo que encuentra, un día de trabajo vale 200 pesos para él.


 



Viven a escasos metros del precipicio.

 


A unos metros del vacío


La casa de Paula colinda con el vacío. Un arroyo que circula en un canal de 15 metros de profundidad por 50 de ancho. Temerariamente, dos de sus hijos juegan a la orilla del precipicio. Paula ni se inmuta.


Hizo una pequeña zanja que evita que el agua resbale en las paredes del barranco, “cada vez se derrumba más tierra y está peligrosamente cerca de la casa”, dice sin mostrar en su rostro señal de preocupación.


Mientras un gallo rasca el suelo para buscar alimentos, una niña de ocho años aparece con una bebe de un año en brazos, es la más pequeña de la familia.


Algunos de sus familiares trabajan para reconstruir el dormitorio destruido, “nueve personas no caben en un cuarto”, dice señalando su hogar, ese pequeña choza que no mide más de 15 metros cuadrados.
 


Sin medir el peligro


Érica tiene cinco años, con sus hermanos juega a escasos centímetros del barranco. El miedo no es para ella. Despeinada, con la ropa sucia y con zapatos viejos, primero se esconde tras su madre.


Después, con una agilidad envidiable, corre tras sus hermanos quienes la han molestado y busca venganza, sin éxito. Ajena a la situación de precariedad en la que vive, Érica regala una gran sonrisa.

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