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Altares de muertos, una tradición que llena de vida a los hogares en Oaxaca

Foto(s): Cortesía
Citlalli López Velázquez

Al centro la fotografía del abuelo Ángel. Hace más de 22 años que falleció. Veladoras alumbrar su alrededor. Su recuerdo se perfuma con copal, que en espirales danza con el frío de muertos. Así, la casa de los Guerrero Ortiz se viste de altar, de tradición que es alegría y melancolía mezclada.


“Siempre nos dijo, si yo me llego a morir nunca los voy a venir a asustar”, recuerda don Reynaldo, mientras arma el arco de flor de cempasúchil.


Herencia de generación en generación, él y su familia colocan con gusto la ofrenda de fruta y flores. “Nuestros padres nos enseñaron y ahora la colocamos a su recuerdo. La tradición dice que hay que ponerle lo que a ellos les gustaba y disfrutaban vida. Le ponemos pan y chocolate, era una bebida que sólo tomaban cuando era un momento de fiesta”, recuerda.


A esa hora la cocina huele a chiles secos y tortilla tatemada, un procedimiento tradicional para dar gusto a los seres queridos con un platito de mole.


Costo de la ofrenda 


El costo no fue menor, pero vale la pena, afirma Reynaldo con el corazón lleno de cariño. Se destinaron mil 200 pesos aproximadamente, lo más caro fue el pan que va de los 80 a los 120 pesos la pieza, la flor de cempasúchil al que le destinaron 120 pesos, mientras que a la caña 80 pesos.


Recuerda que años atrás, al llegar la época de muertos el abuelo Ángel compraba un guajolote, ponía una olla grande con agua, ya hirviendo metía el guajolote muerto para ablandar las plumas, una vez realizado lo anterior lo sacaba y colgaba de un árbol. La sangre la recogía en un traste y la enterraba en la tierra. “Nunca me dijo por qué lo hacía, era como un ritual de estas fiestas. Esa era su tarea. La abuela Toña se encargaba de destazarlo y preparar el caldo de guajolote, que era parte de la tradición de la familia”.


A lo largo de los años – recuerda- la festividad de muerto ha cambiado, lo que no cambia es el cariño con el que se recuerda a los fieles difuntos. Siempre se hace con alegría, a veces con toques de nostalgia.


Entre la tranquilidad y la tristeza


Conchita, esposa de Reynaldo, se esmera en el altar. “Disfruto prepararlo: hacer los tejocotes en dulce, el mole. Siento esa espiritualidad y fe de que vienen nuestros seres queridos. Preparo las cosas pensando en que ellos lo van a disfrutar”, expresa con emoción.


“Es un alivio que no tengamos ninguna pérdida a pesar de que mi hija y mi hijo, ambos médicos, han estado en el área Covid-19. Es algo esperanzador, es un alivio, tranquilidad a pesar de que están al frente de todo esto. Le damos gracias a Dios de que no les ha pasado nada. Sin embargo, también hay tristeza. Esto ha sido difícil porque amigas queridas han perdido a un hijo, a un hermano, es un sentimiento de dolor saber que pierden a un ser amado”.

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