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"Es curiosidad lo que nos está faltando": Óscar de la Borbolla

Foto(s): Cortesía
Redacción

“Los periodos de atención se han abreviado tanto, que tengo que dar brincos cada uno o dos minutos para que mis alumnos no se distraigan en clase. Antes podía soltar un discurso extenso para profundizar en un mismo tema y el grupo mantenía una atención activa; me seguían sin mayor problema”.


Óscar de la Borbolla es ensayista, cuentista, poeta, conferencista internacional y ha incursionado en diversos proyectos de  radio y televisión.


Sabe que no es un filósofo “aburrido” y fuera de la academia ha logrado que su trabajo llegue a tocar la curiosidad de las audiencias populares. Sin embargo, en entrevista para NOTICIAS Voz e Imagen, reconoce que mantener la atención de sus grupos en las aulas universitarias le resulta cada vez más complicado.


Ha vivido casi 48 años como docente, y sabe que la transformación del paisaje tecnológico ha repercutido en las actividades de aprendizaje. Las pantallas de millones de internautas atestiguan la consolidación de una sintaxis digital marcada por la aceleración, con un radical incremento de fuentes informativas visuales y audiovisuales, y un sinfín de datos aislados que circulan por las plataformas de acceso.


Al mirar atrás, el académico originario de la Ciudad de México reconoce que echa de menos a las generaciones universitarias de otras décadas:


Los periodos de atención son los que más extraño. Actualmente, hay muchos casos de estudiantes que no pueden concentrarse para leer; cuando apenas avanzan unos renglones se distraen y empiezan a pensar en otra cosa. Y es que el cine comercial nos acostumbró al ritmo de las películas taquilleras, llenas de efectos especiales y con tomas que no duran más de dos segundos. La lectura y análisis de textos complejos se vuelve más difícil, porque las juventudes crecieron acostumbradas a una sintaxis muy acelerada, y no pueden profundizar en planteamientos complejos que requieren una concentración prolongada.



Privilegio de ser popular


El nombre de Óscar de la Borbolla ha crecido dentro y fuera de las fronteras académicas. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor en la FES Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde ha sido titular en el área de Metafísica y Ontología; maestro en la Escuela de Escritores de la SOGEM y coordinador de talleres en varias universidades y casas de cultura. Ha sido columnista en medios de talla nacional e internacional, y ha sido galardonado con el Premio Internacional de Cuento Plural 1987 por Las esquinas del azar, y con el Premio Nacional de Humor La Sonrisa 1991, por el texto Nada es para tanto.


Su obra ha sido traducida a los idiomas francés, inglés y serbocroata. Su libro “La rebeldía de pensar” (2006) fue recientemente reeditado por el Fondo de Cultura Económica. En septiembre pasado, el Palacio de Bellas Artes fue escenario de un emotivo homenaje por sus 70 años de vida, y en octubre estuvo presente en la 39 edición de la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO) 2019.


Realidad “a la carta”


El experimentado docente sigue buscando y encontrando atajos comunicativos que le permitan adaptarse a las juventudes que transitan las aulas. Pero al mirar atrás, la comparación surge por sí sola:


“Para pescar el interés de mis grupos, ahora constantemente tengo que soltar frases cortas, que atrapen, de esas que son como para poner en un meme, a veces con humor. Eso funciona para mantenerles atentos, pero un razonamiento prolongado les aburre muy pronto. Los periodos de atención son lo que más extraño de los alumnos que tuve antes”.
Y es que desde las ofertas de comunicación y entretenimiento en línea, formas distintas de interacción con el entorno social se han ido consolidando; fragmentación que el filósofo describe como “una especie de solipsismo”:


La atomización que se está dando, en la que cada quién construye su propia realidad virtual, donde se hace de la realidad un menú a la carta, deriva en que haya más jóvenes que permanezcan aislados espacialmente, en el imaginario de alguna otra parte del mundo. Se están trastocando las relaciones sociales presenciales y se está dando un fenómeno muy extraño de aislamiento. En la pantalla hay vínculos virtuales, pero no vínculos humanos.



Temas de conversación, discusiones, la retroalimentación y las confrontaciones de puntos de vista también son opcionales en los mundos virtuales individualizados, analiza el autor. Se vive en una socialización que puede resultar ilusoria: “Si ese mundo se le esfuma al internauta, sentirá que se ha quedado solo, porque en realidad siempre estuvo sólo. El mundo virtual tiene esta triste condición”.


Entre la apatía y la nostalgia por la terquedad


Amediados de los años setenta, cuando las ideologías derivadas del marxismo habían impactado con fuerza a jóvenes de México y Latinoamérica, el entonces joven catedrático explicaba al grupo las meditaciones metafísicas de Descartes:
“En algún momento, el pensador plantea que el mundo está suspendido, como entre paréntesis, por no encontrar prueba segura de nada más que su propia existencia. Una alumna fanática de Marx dijo que Descartes había suspendido el mundo para dar ventaja a los burgueses y que estos siguieran explotando al proletariado…”


Tal afirmación fue “aberrante” para el académico, quien no pudo contener la risa. Pero ahora extraña esa clase de errores en sus estudiantes que antes eran más proclives a discutir sobre sus convicciones:


Esa vez solté una carcajada, pero ahora lo extraño. Hay demasiados estudiantes que llegan en blanco a la clase, vacíos, tábula rasa. Antes había algo contra qué pelear; ahora el docente puede decir un disparate frente al grupo, y aun así todos permanecen indiferentes.



El “dato rápido”: curiosidad mutilada


En medio del actual paisaje tecnológico, el filósofo se muestra preocupado por las muchas opciones para satisfacer las dudas instantáneamente; nativos del acceso digital viven habituados al “hipertexto”, saltando entre enlaces e hipervínculos que conducen a datos simples, concretos y muchas veces descontextualizados.
Más que un aprendizaje, el autor aprecia una saturación de datos rápidos, que rara vez se mantienen en retentiva por largo plazo:


En las pantallas se navega sin detenerse, en medio del hipertexto, de un dato a otro, como mariposas saltando de superficialidad en superficialidad, pero sin profundizar en algo que resulte significativo. Satisfacer las dudas al instante no necesariamente es bueno para el aprendizaje.



Óscar de la Borbolla afirma que quien resuelve la duda con tanta prontitud termina por mutilar la curiosidad. Se deja de escarbar en busca de conocimiento, y termina por inhibirse el deseo de seguir en la búsqueda. Es entonces cuando la apatía sustituye al deseo, como una constante:


“Cuando la curiosidad es satisfecha de manera temprana, no se da el tiempo necesario para que arraigue el deseo.  La satisfacción inmediata no hace bien. Únicamente aprendemos con la satisfacción demorada, que nos ayuda a valorar aquello que por fin logramos alcanzar”.


—¿El problema, entonces, no sería la carencia de la curiosidad, sino una mutilación muy temprana…?
—Una mutilación temprana de la curiosidad por una satisfacción superficial de una necesidad incipiente. Cuando los seres humanos necesitamos algo y permitimos que el deseo madure de verdad, empezamos a idealizar la solución y el deseo se va acumulando paulatinamente. Cuando finalmente encontramos aquello que creíamos que nos iba a saciar, nos damos cuenta que nunca es suficiente, y por eso mantenemos el ánimo de seguir buscando. Ese deseo profundo es lo que nos está haciendo falta. Gracias al deseo bien macerado vivimos condenados a la insatisfacción, pero es así como podemos mantener viva la curiosidad.




Celebración de su cumpleaños número 70, en el Palacio de Bellas Artes.

 


Mientras algunos de sus textos se agotan en las librerías, el escritor sigue activo para rebasar constantemente los muros del quehacer académico y seguir contagiando la curiosidad a tantas personas como le sea posible.


Bitácoras como Google y Youtube registran la popularidad de un personaje que encontró la insatisfacción a muy temprana edad, cuando supo que tendría que encargarse de cuidar a su madre en una situación de salud desfavorable, leyéndole libros para hacerle compañía; y cuando en sus clases de catecismo no soportaron los cuestionamientos de un niño que pensaba con rebeldía.


 


La vida le dio una bofetada que lo empujó a la ruta del aprendizaje autodidacto, y él decidió aterrizar en el movedizo terreno de la filosofía, donde más tarde se dio cuenta que la insatisfacción jamás terminaría.
Por fortuna, fue de esa insatisfacción que surgió Óscar de la Borbolla.

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