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Una yanqui en la corte del Rey Arturo que algunos ingleses no aceptan

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Rafael Alfonso

Llegamos ya a la segunda y última parte de esta telenovela internacional patrocinada por el palacio de Buckingham y la BBC de Londres, que antes que ninguna otra emisora, de forma sutil y elegante, anunció a su auditorio el deceso de la monarca Isabel II, en aquel momento aún sin confirmar, cambiando a negro el color de su logotipo en redes sociales. Por eso es indiscutible el liderazgo inglés en materia de etiqueta y buenas maneras.

Precisamente por ello, la princesa Meghan (o para efectos formales, la Duquesa de Sussex) es percibida como fuera de lugar por muchos británicos, los más rancios, que no terminan de perdonarle una serie de eventos desafortunados que la tienen como protagonista.

Los tres strikes

Meghan acumula ya tres strikes en cuanto a su trato con la realeza. El primero de ellos, obviamente, al ser señalada como la responsable de que el príncipe Harry renunciara a sus deberes como miembro de la familia real. El segundo fue la entrevista con Oprah Winfrey en la que, a juicio de muchos, se fue de palabras cuando la tradición inglesa reza que “los calzones se lavan en casa”. El tercer strike, quizá derivado del anterior, fue reservarse el derecho de asistir a los funerales del abuelo de su marido, el Príncipe Consorte Andrés, hecho muy mal visto por la familia.

En ese sentido existen también un montón de detallitos protocolarios, que son pecata minuta comparados con los anteriores, pero que no dejan de ser relevantes, como el hecho  de poner en entredicho la puntualidad inglesa en la ceremonia fúnebre, pues su miedo a la multitud causó el retraso de toda la familia real. También ocurrió que en algún momento de la ceremonia, la duquesa, caminando a su paso, estuvo a punto de adelantarse a su cuñado, el príncipe heredero y futuro rey, debiendo ser detenida por su marido para no cometer tan grave falta protocolaria. Por último, en el colmo de la delicadeza, algunos medios le criticaron por vestir “demasiado corto” para una ceremonia fúnebre.

En este caso es fácil -en vista del sinnúmero de restricciones, ceremonias y protocolos- tomar partido por la Princesa americana,  sin embargo hay que considerar que ha de ser bastante complicado formar parte de una familia en la cual, todos los eventos relevantes de la vida: nacimientos, matrimonios y funerales, son de interés público.

En fin, termina la conmoción por la muerte de un reinado que duró más de 70 años, y asistimos al ascenso de un rey que no peca precisamente de simpático, basta recordar su idílica historia de amor que se llevó entre las patas a la princesa más popular de las que se tenga memoria, Diana de Gales, madre del futuro monarca y de su hermano Harry. Esta triste historia es claro ejemplo de que las pulsiones humanas difícilmente se pueden domeñar, por más reglamentos y protocolos que haya de por medio; de forma que los desatinos de la Familia Real se van pareciendo cada vez más a los de las familias comunes y corrientes.

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