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Percibe Sánchez el jazz como filosofía

Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

CIUDAD DE MÉXICO.- El jazz entró en su vida de manera fortuita, sin darse cuenta, a través de su curiosidad por improvisar.


Antonio Sánchez (México, 1971) no sabía que aquello era ya el jazz. Tenía cinco años y se sentaba a pegarle a la tarola. Una libertad que lo destinaría al género.


"El jazz es una filosofía de ver la música y la vida", dice en un visita relámpago a la Ciudad de México, hospedado en la casa de su madre, la crítica de cine Susana López Aranda, en Tlalpan. Pudo visitar a su abuelo Ignacio López Tarso, ya con la salud recobrada y de vuelta en el escenario.


Aún conserva su primera batería, una Tama azul. Y hubo también una tarola, luego un platillo, y, aunque su madre trató de disuadirlo, él no cedía. Después vino el bombo. El corazón. O en palabras de Antonio: la parte más visceral del instrumento.


Dispone de su batería como un pintor de la paleta de colores. Un instrumento con algunos extras: siete platillos y stacks -un platillo encimado con otro-, y tres tarolas con afinaciones distintas. Más tonos para experimentar.


"Lo que me gusta también del jazz es que no hay tanto fantoche. Tocas o tocas, compones o compones", asegura.


Tiene un estudio en su casa del barrio de Queens, en Nueva York. Pocas veces como baterista ha podido experimentar en el estudio, y está empeñado en lograr un disco resultado de la improvisación, a pesar de su apretada agenda como integrante del Pat Metheny Group desde hace 15 años y su propio trabajo con su banda Migration desde 2011.


En su calendario se añade ahora su concierto del 26 de noviembre en el Palacio de Bellas Artes a las 19:00 horas. Una plaza que se le había resistido.


Trae La suite de los meridianos, trabajo que, piensa, lo afianzó como compositor; pieza autobiográfica donde incluyó muchas de sus influencias: desde el rock y el jazz latino, con el que empezó en México y luego, tras su mudanza, prosiguió en Estados Unidos, donde se metió de manera más formal al género.


Es una pieza sin pausas, cuya escritura compara con una novela. Pero la escritura es sólo el principio. "Cuando tocas una obra, comienza a cobrar vida. Es como pelar la cebolla. Ir descubriendo capas constantemente. Es casi un ser viviente", dice.


Y se descubre en las giras, tocando, oyendo. Ambiciona un disco con una versión en vivo de la suite.


Después de Birdman, banda sonora del filme homónimo ganadora de un Grammy, escribió música para el documental del español Fernando León de Aranoa sobre la fuerza política Podemos y para la película inglesa Hipopótamo. Pero es incierto si volverá al cine. "No me gusta no tener el control del producto final". Y en una película, su voluntad no es la única.


"El deber de un compositor es contar una historia", dice.


Escribe pensando en contar la suya. Una que empezó con una batería Tama azul.

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