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Niz: la transición de mujer a hombre en Oaxaca

Foto(s): Cortesía
Nadia Altamirano Díaz

Vivió con el “miedo atroz” de no conocer su cuerpo, de no aceptarlo. Acalló su voz. Evitaba verse frente al espejo. Era seria. Miraba el mundo “con total timidez”. Vivía con el vértigo de no saberse.


Nació hace 33 años con genitales de mujer, pero es hombre. Carece de pene, pero para él no es necesario.


Hace tres años empezó a vivir una segunda pubertad. La voz suave engruesó. Sus senos disminuyeron de tamaño. En su rosto apareció el acné y el vello facial. La grasa corporal se redistribuyó. Las caderas desaparecieron.


La registraron con el nombre de Nizaguié. Como si volviera a nacer, pero en otro cuerpo, el 10 de abril de 2015 legalmente adquirió una nueva identidad. Ahora él es Daniel Nizcub. Poeta, comunicólogo, transexual.


Reapropiarse


Las nubes ocultan algo de la luz del sol. La actividad en el mercado de la Villa de Zaachila se desparrama hacia las calles aledañas y llega a las escaleras del atrio del templo católico. Es día de plaza.


Niz, diminutivo del segundo nombre que eligió, llega en su bicicleta negra al pie del reloj del pueblo; en esa comunidad vive con su familia desde hace 21 años.


Sobre la parte trasera de su bicicleta, en el guacal pintado de amarillo, guarda un bolso que oculta un sombrero negro que usa para protegerse del sol. Hoy no lo necesita.


Las calles están húmedas. Camina a su casa sin esquivar los charcos. Hurga en sus recuerdos de la infancia en la Ciudad de México, una etapa feliz, con todo, y que debía asistir a fiestas y a la escuela ataviado con falda.


Recuerda cómo, a los cinco años, empezó a expresar que de grande quería ser “hombrecito”; eran sus deseos de despertar siendo un niño a pesar de que sabía que esa “magia” no sería posible.


El caos de la adolescencia coincidió con su llegada a la Villa de Zaachila, de donde es originaria su madre. Dos veces intentó tener novio. En ambas descubrió lo que no quería. Hasta los 26 años empezó a investigar cómo llevar a cabo una transición física de mujer a hombre.



Cambiar de hombre a mujer "ha sido cabrón, porque no es como cambiar de calcetines". FOTO: Emilio Morales

Hombre desde siempre


Desde septiembre de 2014 que empezó el remplazo hormonal, los cambios físicos han sido tantos que “ni rastro queda de lo que fui”. Para sí, siempre ha sido hombre, pero decirlo no ha sido fácil “porque la sociedad me veía como mujer, algo que cómodamente adopté en lugar de pelear con la gente”.


No hay sol, pero él suda. Su cabello corto, su fleco largo y lacio tienen el mismo efecto de haber pasado bajo la lluvia.


Camina sin reparar si alguien le mira, habla con fluidez. Ha llegado a casa de su familia. Los perros lo reciben. Al fondo está su departamento, donde nadie le interrumpe.


Tesoros de otra vida



Durante un año mensualmente grabó su voz para documentar los cambios en los tonos. FOTO. Emilio Morales

El orden y la paz es como lo que ahora él siente en su vida. Tiene lo que le gusta. Atesora objetos que alguna vez sirvieron, con esa valía emocional. Un teléfono de disco, juguetes de su infancia, discos compactos, películas, botellas de vino sin contenido y otras que sirven como maceta.


Niz es feliz y se le nota cuando habla. No duda, reflexiona y se nombra como lo que es: un hombre trans heterosexual.


Sus ojos brillan detrás de los lentes. Sus orejas están perforadas, pero no usa aretes, prefiere un percing en su ceja izquierda.


Se expresa con alegría y transparencia: “Estoy reconociéndome porque mis emociones cambiaron mucho, se desbordan, las siento más, pero las controlo mejor”.


Cuando era mujer, los señalamientos no iban más allá de identificarla como lesbiana y de ciertos “chismes de pueblo”. Lo más doloroso fue ese miedo personal y de su familia que le había advertido que jamás lo verían con barba en su casa.


Ese dolor, sus miedos, el vértigo de “no saber ni qué onda”, esa valentía de aventarse “a dar el paso y que todo me vale” lo ha sintetizado en 17 poemas publicados en el cuadernillo Poesía en transición (Pez en el árbol, Marzo 2017).


Pasar inadvertido


El sistema machista le permite ser invisible. Si fuera un hombre intentando ser mujer, sería a la inversa.


Ahora está de vacaciones. Escribe, “freelancea” como diseñador, está por estudiar una segunda profesión, la de ingeniero en agricultura comunitaria porque “el campo me gusta”, quiere aprender a tocar la guitarra debido a su gusto por la trova.


Sale con su novia, una chica heterosexual que era su amiga cuando aún era mujer y a la que le gustan los hombres. Si tiene que imaginarse en diez años se ve “comiendo de lo que siembro, con mis cuates”.


- ¿Casado?


- Estaría genial algo así, pero son demasiadas trabas para que pase, la familia, los padres, el sacerdote, una fiesta bailando con el guajolote… Como es, tal cual, no creo, pero si estar con alguien.


- ¿Hijos?


- Pensaba que si, dos. No lo he repensado. ¿Tenerlo yo? Eso sería raro, un poco extraño. Podría adoptar, tengo un acta de nacimiento que se me reconoce como tal. ¿Inseminación artificial en mi pareja? No es sólo elegir la opción, sino pagarla.


Desde que decidió vivir la terapia de reemplazo hormonal, Niz se acercó a esa felicidad que cada vez es más plena, más suya. Se ha apropiado de su territorio: su cuerpo, pero no como debería ser, sino como decidió ser.

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