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La leyenda del Cura Sin Cabeza de Ecuador

Foto(s): Cortesía
Redacción

En Ecuador, cuenta la leyenda que hace más de un siglo había un sacerdote al que le gustaba tener relaciones prohibidas con varias mujeres después de concluir sus misas.


A medianoche cabalgaba por las calles escondiendo su cabeza debajo del hábito para no ser reconocido, para visitar a su novia en turno.



Obviamente este tipo de conducta era rechazada por los moradores de Cuenca, pero lamentablemente nadie podía hacer nada para evitarlo, ya que el cura era amigo de las autoridades eclesiásticas que en algún momento pudieron removerlo.


El sacerdote siguió saliendo con varias mujeres, hasta el día de su muerte. Se dice que a su funeral no acudió nadie, salvo el sepulturero.


Cuando el enterrador comenzaba a echar la tierra sobre el ataúd, la tapa de éste se abrió, permitiéndole ver que aquel cuerpo no tenía cabeza.


El hombre terminó de hacer su trabajo y luego se dirigió a una cantina en la que les relató a los asistentes lo sucedido. De inmediato hubo quienes afirmaron:


– De seguro fue el demonio el que se llevó su cabeza al infierno.


Desde ese momento, el cuerpo del cura vaga por las noches con la esperanza de recuperar su cabeza.


La leyenda


Cuenta la leyenda del Cura Sin Cabeza, que en la hermosa ciudad de Cuenca, se presentó un extraño hecho.


En el popular barrio de San Roque, antiguo Sucre, se dice que vagaba una figura sin cabeza que vestía una sotana negra de sacerdote.



Por las noches, se escuchaba un caballo que recorría las solitarias calles asustando a los pocos habitantes que se encontraban afuera a esas horas y tenían la mala suerte de encontrarse con el temido cura sin cabeza.


En el inicio de las apariciones, la gente comentaba con temor, sobre el insólito cura sin cabeza que atemorizaba a los paseantes nocturnos. Sin embargo con el paso del tiempo, empezaron a circular comentarios de que el Cura Sin Cabeza, no pertenecía al Más Allá, sino que formaba parte de algún convento.


Finalmente se descubrió que la aparición que asustó a los noctámbulos, era un sacerdote de cuestionable moral, que escapaba de su convento, para visitar a varias mujeres con las que mantenía idilios pasajeros, en San Roque.


Cuando todo se descubrió, sabían hasta el nombre y apellido, del clérigo, y los feligreses que salían de misa comentaban las andanzas del cura sin cabeza.


Se cuenta que este sacerdote era un hombre escandaloso y lujurioso; todo lo contrario a lo que debería ser un servidor de la Iglesia. Lo que más le gustaba era salir con las mujeres del pueblo, fueran solteras o casadas. Tenía una preferencia particular por las jovencitas, a quienes sin ningún decoro cortejaba.


Esto desde luego que no gustó a gran parte de las familias cuencas. Padres, esposos o novios iban a reclamarle constantemente, disgustados por el hecho de que rompiera sus familias o compromisos.


Ganas no les faltaban de moler a golpes al cura, pero como todos eran muy respetuosos de los hábitos, tenían que contenerse de lastimarlo.


Muchos intentaron hacer que fuera removido de la casa parroquial. Lamentablemente, al mantener una amistad muy fuerte con las autoridades eclesiásticas, el sacerdote consiguió quedarse donde estaba.


La gente, descontenta, acudía los domingos a escuchar misa por obligación y se iba a disgusto por la hipocresía del religioso.


Condena a su alma a penar


Así pasaron los años y llegó el día en el que sacerdote murió, para gran alivio de los lugareños. Nadie acudió a su entierro. En el camposanto, el sepulturero se encargó de cavar la fosa para el ataúd, ansioso por marcharse a casa. En un momento dado, al estar bajando el féretro sin ayuda de nadie, éste se precipitó en el hoyo cavado en la tierra violentamente y la tapa se abrió revelando el cuerpo del difunto.


El pobre hombre casi se muere del susto al verlo. Rápidamente dejó lo que estaba haciendo y corrió a una taberna cercana.


Dentro los clientes se mostraban de buen humor; sobre todo al saber que ya no tendrían que lidiar con el mal comportamiento del párroco. Ahí fue cuando el sepulturero los sorprendió, pálido y asustado.


—¡Jesús, María y José! ¡Lo que he visto! ¡Lo que he visto!


—Cálmate, dinos que te sucede…


—¡Acabo de ver al difunto en su ataúd! Estaba enterrando la caja cuando se abrió la tapa.


—Y bueno amigo mío, creíamos que ya estarías acostumbrado a ver este tipo de cosas en tu trabajo…


—Difuntos, claro que sí. ¡Pero nunca a ninguno al que le faltara la cabeza!


Asombrados, los presentes se dirigieron al cementerio con él para comprobar que efectivamente, al cura le faltaba la cabeza. Y al enterrador le constaba que durante el velatorio; en el que solamente él había estado, más para vigilar que por voluntad propia, el cuerpo estaba completo.


Las personas dejaron salir exclamaciones de sorpresa y miedo. Alguien se santiguó y dijo algo que a todos les heló la sangre:


—Bendito sea el Señor. Seguramente fue el demonio el que se llevó su cabeza al infierno.


Ahora por las calles de la ciudad ecuatoriana de Cuenca, vaga un espíritu que aterroriza y atormenta a sus habitantes. Dicen que es tan espeluznante, que su sola visión podría provocar la muerte: se trata del Cura Sin Cabeza.


Este clérigo se encuentra condenado a vagar por el resto de la eternidad, a causa de lo mal que se comportó en vida.

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