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Tertulia literaria (primera de dos partes)

Foto(s): Cortesía
Redacción

En un local de la calle del Panteón, una noche de invierno, regocijadamente departían los amigos de doña Graciela Ambriz, quien fungía como anfitriona de la ya afamada Tertulia Literaria Sabatina, reunión consuetudinaria, cuya máxima popularidad fue alcanzada en un punto entre los años 40 y los 80 del siglo pasado.


Los asistentes traían en la memoria -como si bajo el brazo se tratara- las "500 poesías famosas de la literatura universal", o en su defecto las "100 poesías famosas" y "El declamador sin maestro". El objeto de las reuniones era para pasar un buen rato de  bohemia literaria acompañados por el maestro Pepe Medrano -esta vez sin piano-, y en las letras, por los grandes autores de todos los tiempos a quienes los entusiastas participantes declamaban esmeradamente en turnos perfectamente organizados por la anfitriona.


El primero en pasar al centro fue el pequeño Emiliano Mata, que con su voz todavía infantil anunciaba, porque así se estilaba:


—De Salvador Díaz Mirón, "Paquito": “Mamá, soy Paquito/no haré travesuras/ y un cielo impasible/ despliega su curva”…


Así entonaba el menor los tiernos versos del autor veracruzano que, cuesta trabajo imaginar, paró varias veces en la cárcel por su afición de dispararle al prójimo.


En un intento por arrebatar la atención al párvulo declamador, su hermano, Rosendo Mata, cuya cita le tomó a la salida de la infancia con el consiguiente cambio de voz, nos brindó los versos de la obra de Vicente Neira, "Guaja":


—¿Bebió la lechona? /¿Cogiste los huevos? /¿Mudaste la cabra?/¡Hum!/ ¿Y a ti qué te importa?/ ¿para qué quieres cansarte? Si aquí está la burra que todo te lo haga…


Aunque el púber declamador tuvo su buena cosecha de aplausos, comparados con los brindados a su hermano, estos fueron más bien fríos.


En cambio, las cosas fueron distintas cuando la Nena Rodríguez Ambriz, hija de la anfitriona, subió a un banquito y enfundada en su vestido blanco y almidonado, se dirigió con voz pomposa al respetable para anunciar:


—Del poeta nicaragüense Rubén Darío, "Los motivos del lobo": “El varón que tiene corazón de lis/ alma de querube, lengua celestial/ el mínimo y dulce Francisco de Asís/ está con un rudo y torvo animal”… escuchamos así, a golpe de versos la historia de la bestia convertida al cristianismo y que termina renegando de él tras descubrir la maldad de los hombres.


En torno de la mesa del rincón se apretujaban las almas ansiosas por aspirar los vapores de ron, whisky y ajenjo que ahí se evocaban. La tertulia se desarrollaba en la más alegre excitación, con excepción de un joven melancólico que, aturdido por las penas de un amor no correspondido, procuraba las sombras antes que la luz, sin animarse a participar de los versos y los aplausos.


Los arpegios y valses del maestro Medrano hubieran sido el marco ideal de las sendas participaciones de Pilar y Malú, las hermanas Domínguez, quienes declamaron "La rosa blanca" de José Martí y "En paz" de Amado Nervo, respectivamente. De repente, sin que nadie supiera explicar por qué, la animación cedió a un minuto de silencio pesado como loza. Una figura atravesó el salón y se dirigió a la concurrencia.



La Nena Rodríguez Ambriz, hija de la anfitriona, subió a un banquito y enfundada en su vestido blanco y almidonado, se dirigió con voz pomposa al respetable”.


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