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Se va Padilla entre cuentos

Foto(s): Cortesía
Agencia Reforma

CIUDAD DE MÉXICO.- La primera en llegar al panteón fue una lluvia pertinaz salpicada de granizo. Después, poco a poco, fueron llegando los deudos del escritor Ignacio Padilla.


Bajo un techo cercano a las rejas del Panteón Francés, un grupo de profesores de la Universidad Iberoamericana, donde el autor impartía clases, conversaba sin ánimo. "Los alumnos están desechos", dijo una de ellas, mirando fijo la cortina de agua y los pedacitos de hielo que rebotaban contra el piso.


Desde que se supo que Padilla, de apenas 47 años, había fallecido en un accidente automovilístico, los docentes y alumnos que le conocieron han estado compartiéndose en redes sociales un cuento suyo sobre la muerte: "Lápidas, círculo sexto", de Los reflejos y la escarcha.


"Recordaba también el tránsito luminoso de su propia muerte, la tarde en que un disparo estremeció la serranía, cuando él, por un instante, se creyó alzado a los cielos en brazos de una legión de ángeles (...)", comienza el relato.


Lo que reinaba en la antesala de su funeral era eso: el estruendo de un disparo incomprensible. Desde el día anterior, cuando el autor era velado en una funeraria en la Ciudad de México, sus colegas y amigos reparaban, antes que otra cosa, en la velocidad de su partida.


"Ignacio Padilla era una persona muy veloz en términos intelectuales y se fue con esa velocidad", dijo Adolfo Castañón a la prensa la mañana del domingo.


"Es una pérdida de la que todavía no nos damos cuenta", concluyó. "Es como cuando a alguien le cortan la cabeza y sigue la cabeza en su lugar y todavía no se da cuenta de que se la cortaron".


Esa mañana, horas antes del funeral y la lluvia, el velatorio fue concurrido por miembros de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), como Silvia Molina, Carlos Prieto y Julieta Fierro, quienes fueron a despedir a su joven colega.


"Yo me siento, no tengo por qué ocultarlo, orgulloso de haber sido el primero que publicó al grupo del Crack", recordó Jaime Labastida, presidente de la AML, con una sonrisa. "Los Tres bosquejos del mal los publiqué en Siglo XXI".


Ahora se sabe que los tres autores de esos bosquejos -Padilla, Jorge Volpi y Eloy Urroz- habrían de consolidar sus carreras a partir del manifiesto que, entre admiradores y detractores, ha marcado una época de la literatura mexicana.


"Eran unos jovencitos, unos jovencitos irreverentes, llenos de audacia y eso nunca lo perdió Ignacio, nunca lo perdió", apunta también Labastida.


Todo de negro, Jorge Volpi habría de ingresar al Panteón Francés caminando desde la calle, una vez que amainó la lluvia. Desde la noticia del accidente, el escritor acompañó a la familia de Padilla -"mi querido hermano", escribió en su cuenta de Twitter- sabiéndose parte de ésta.


Amable, el otro iniciador del Crack declinó ofrecer unas palabras. Prometió que escribiría algo sobre ello, pero su rostro ya decía bastante.


Al funeral acudieron también el escritor Jesús Silva-Herzog Márquez, el editor Martín Solares, el periodista Ricardo Raphael y el crítico Gerardo Kleinburg.


Apenas tres semanas antes de ese entierro, la trayectoria de Padilla había sido reconocida en el Palacio de Bellas Artes. "No me alcanzará la vida para narrar todo lo que quiero contar", dijo entonces.


En vida, Padilla lo mismo escribió sobre el autor del Quijote (Cervantes y compañía) que sobre los autores que fueron sus amigos (Si hace crack es boom).


Su padre, Francisco Padilla, confía en que todavía hay muchos textos guardados en el escritorio. "Ya irán saliendo y desde luego los daremos a conocer", declaró a la prensa en nombre de su familia.


Por lo pronto, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara le prepara un homenaje y la Secretaría de Cultura, como se informó ayer, editará un libro con el vasto proyecto de narraciones cortas que él llamaba su Micropedia.


A Padilla -"Nacho", como le dicen todos con insistencia- lo despidieron algunos con rezos, pero sin un ritual religioso formal. Para llegar a su tumba, y luego para alejarse de ella, hubo que sortear los charcos y el lodo en el camino.


Sobre los adoquines de la avenida central del panteón, una ligera capa de bruma se levantó tras la lluvia. 


"Como para un cuento", suspiró una de las profesoras de la Ibero. En la mente de todos, fija, estaba la imagen de quien pudo haberlo escrito.

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