Pasar al contenido principal
x

Registran su tiempo

Foto(s): Cortesía
Redacción

MÉXICO, DF.- El novelista Élmer Mendoza responde a la provocación con un suspiro. ¿De haber tenido la oportunidad de hacerlo, hubiera ido a encontrarse con Joaquín "El Chapo" Guzmán como lo hicieran, hace unos meses, el actor de Hollywood Sean Penn y la actriz mexicana Kate del Castillo?


"Es probable que sí", responde, con un dejo de pesadumbre. "Me lo hubiera pensado, pero es probable que sí".


Mendoza, podría decirse, estaría compelido a hacerlo por los intereses que ha mostrado durante años. Desde El amante de Janis Joplin (2001), sus novelas se han adentrado, frontalmente y sin miramientos, al mundo del narcotráfico en México.


Se le considera, de hecho, como uno de los principales exponentes de algo que se atinó a nombrar como "narcoliteratura".


Con la publicación del texto El Chapo habla, firmado por Penn en la revista Rolling Stone, la discusión sobre el interés -fascinación, a veces- que la delincuencia ejerce en los artistas se ha reavivado. Las fronteras entre ficción, espectáculo, crónica y periodismo se hacen nebulosas.


En el centro está el narcotráfico, con sus cientos de muertos y los estragos de sociedades devastadas.


"La Reina del Sur medió en la entrevista al Chapo. No esperaba menos de ella", escribió el español Arturo Pérez-Reverte en su cuenta de Twitter, refiriéndose a Kate del Castillo, quien conectó a Penn con el capo del Cartel de Sinaloa y que interpretó a Teresa Mendoza, jefa del narco, en la adaptación televisiva que se hizo de su novela, La Reina del Sur.


Para Mendoza, las mejores épicas, las más potentes, están en la realidad social. "Cuando uno parte de la realidad para crear personajes de ficción, los personajes siempre salen más interesantes", asegura el sinaloense.


Reconoce en el narcotraficante una figura que causa fascinación, pero que debe ser narrada de forma precisa. "Busco encontrar las palabras exactas que puedan producir más bien reflexiones que angustia y apología", explica.


Una concepción similar del asunto tiene el dramaturgo y actor Antonio Zúñiga, quien ha escrito cuatro obras sobre narcotráfico y un guión de cortometraje.


"Todos son casos que vienen específicamente de la realidad", explica. "La apropiación de las dinámicas de la realidad para hacer una ficción empezó cuando los que escribíamos nos dimos cuenta de que el fenómeno del narco era tan fuerte que la ficción a veces se veía superada".


Rompe Cabeza, por ejemplo, muestra la historia de un narcotraficante que vengó a su amada regando las cabezas de sus asesinos en una pista de baile; Coctel margarita, sobre el asesinato de un capo en Ciudad Juárez, y Sol blanco, sobre una mujer usada como "mula" para cruzar droga por la frontera.


"El arte, la expresión popular, debe dar cuenta del tiempo en el que se vive, ser cronista de su época", afirma. Con ello no se busca la apología, pero tampoco niega que la figura del narcotráfico, para un artista, es un anzuelo difícil de rehusar.


"Tiene todos los ingredientes de la novelesca del thriller, de la caballería y del viejo y nuevo oeste", juzga. "Si se tienen todos los ingredientes para hacer una pizza, ¿por qué no hacerla?".


Sobre la posibilidad de encontrarse con "El Chapo", responde: "El temor es grande, el miedo es mucho, pero si no hay intereses económicos y hay un genuino interés investigador, pues oye... Sentiría el mismo miedo si me invitaran a hacer uno sobre Peña Nieto. La misma fascinación y el mismo miedo".


El sonido de las balas


La violencia que produce el narco no se soslaya. Hace dos años, la artista visual Luz María Sánchez dudó en asistir a la Bienal de las Fronteras, en Matamoros, de la cual resultó ganadora con la instalación sonora V.F(i)n_1. Ésta consiste en 74 radiorreproductores con forma de pistola, acomodados en un librero, que reproducen al mismo tiempo sonidos de balaceras reales. Este sonido es dolorosamente común en la ciudad tamaulipeca.


"Más que establecer una exaltación de la violencia, busco establecer una arena en la que nos pongamos a dialogar, porque la normalidad de la violencia, que ya no es un estado de excepción, no encuentra acuerdo en los distintos sectores de la sociedad", declara.


Desde 2005, Sánchez trabaja con el tema. Su pieza sonora Frecuencias policiacas, por ejemplo, expone las radiocomunicaciones entre las policías fronterizas de Nuevo Laredo (Tamaulipas) y Laredo (Texas), obtenidas por reporteros del diario El Mañana.


En su obra, lo que prevalece no es la figura del narcotraficante, sino la sociedad que destruye. "Lo que me interesa es la parte de la sociedad civil, los espacios donde están las madres que no pueden enterrar a sus hijos porque no saben si están desaparecidos".


Para Rubén Gutiérrez, artista regiomontano, la documentación de la cotidianeidad ha sido el principal motivo de su obra. Ésta, sin embargo, ineludiblemente remitía al narcotráfico hace unos años en Monterrey.


En el 2012, su exposición Dancing in the rain of bullets (Danzando en la lluvia de balas) contaba con una serie de 16 "dibujos" realizados con un material álgido: cocaína.


"No estoy hablando de los que hacen dinero con ella, sino de los que la consumen, de los que día a día viven con esta circunstancia", explica sobre las piezas. "Debemos darnos cuenta de que es una realidad que todos estamos experimentando y hay que asumirla como tal".


A pesar de la normalización de las drogas y la violencia que acarrea su comercialización ilegal, Gutiérrez sostiene que el problema del narcotráfico no es inherente al País o refleja la idiosincrasia de sus habitantes.


"Yo no creo que este problema represente México. Yo creo que hay cosas mucho más interesantes, propositivas y positivas que representan al País", reflexiona.

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.