Rosa Angélica Raymundo Hernández / Última de dos partes
July, con frecuencia se siente reflejada en la familia de su hermano y le atemoriza que éste vaya a repetir la historia llena de violencia de su niñez. Ella no comprende y le causa extrañeza por qué “cambió” su forma de ser, si hasta su adolescencia fue un muchacho muy tranquilo.
Muchas historias parecidas son relatadas por incontable número de personas. Esto da lugar a pensar que los niños entienden muchas más cosas de las que creemos no se percatan o toman en cuenta. Sin embargo, platicar sobre las decisiones y actitudes de los adultos -quienes cotidianamente los llevan, traen o dejan y no hablan con ellos en palabras sencillas respecto de los sucesos en su alrededor- podrían descifrar una gran cantidad de interrogantes que aparecen a lo largo de la vida de cada persona.
Tal parece que es común que esto pase en los adultos, lo cual se justifica con “las actividades infinitas” -o por estar ensimismados y abrumados por problemas cotidianos- sin permitirse un momento de calma para aclarar sus propios pensamientos o cuestionarse su proceder; menos aún se imaginan las dimensiones que esos actos tendrán en el futuro para ellos mismos y para los demás.
Todos los estímulos que cada persona recibe desde nacer, suelen estar acompañados de palabras ilimitadas sobre las que se edifican sus emociones y que muchas veces no alcanzan a identificar para entender(se). Es por eso que explicar a los niños de la manera más sencilla lo que está pasando en su entorno, sin ocultarles hechos considerados de mínima importancia, podría evitar muchas confusiones.
Por ello, el cuestionamiento y los miedos de July han de tener respuestas, no tan rebuscadas, en los acontecimientos y circunstancias ocurridos en su infancia, sobre todo dentro de su familia, donde su hermano obtuvo sus propias vivencias, mismas que fueron determinando su relación con las demás personas.
