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EL LECTOR FURTIVO| Patroclea

Foto(s): Cortesía
Redacción

El canto 16 de la Ilíada, narra las hazañas y la muerte de Patroclo, héroe de la guerra de Troya y por eso a este capítulo se le conoce como Patroclea. Se dice de Patroclo, el mirmidón, que es auriga de Aquiles, el gran héroe, es decir, el que conduce su carro de guerra y que es muy querido de este y que juntos fueron enrolados para participar en la guerra de Troya.


En el último año de la guerra, Patroclo entra llorando a la tienda del pélida Aquileo (o sea de Aquiles, hijo de Peleo), y si algo “le puede” al héroe son las lágrimas de su dilecto y querido amigo (algunos dirán, de su amado). Patroclo llora, dice Homero, porque ahora que Aquiles y sus mirmidones enarbolan la rojinegra bandera y cual efectivos de la PFP hacen huelga de brazos caídos, los aqueos caen como moscas ante las armas troyanas.


La causa de la huelga, recordemos, es la ofensa que Agamenón le hiciera a Aquiles arrebatándole a su botín de guerra: Briseida, la de las mejillas sonrosadas. En los tiempos antiguos, los héroes se roban y arrebatan mujeres como si fueran pepinos. Entonces Aquiles, el de los pies ligeros, como acto supremo de rebeldía, se sienta en la banca a mirar sin inmutarse cómo los aqueos van abajo en el marcador; pero Patroclo que no es menos bravo, diestro, bello y patriota que su amigo, no puede hacer lo mismo y le suplica con lágrimas en los ojos que si no vuelve al campo de batalla, al menos le permita a él hacerlo. Aquiles accede conmovido por su amigo, le presta sus armas y le deja marchar a la cabeza de los mirmidones.


La sola vista de Patroclo, a quien confunden con Aquiles, hace mella en el ánimo troyano y la batalla parece favorable a los aqueos, pues los mirmidones atacan briosos a los enemigos que en franca huida son rechazados, y Patroclo, su líder por esta ocasión, destripa troyanos a placer, entre ellos al valiente Sarpedón, un hijo del mismísimo Zeus.


Sin embargo, o acaso por esto, su suerte cambia. Patroclo sigue avanzando contra Troya hasta toparse con su más grande héroe, Héctor, otro que fue conocido como domador de caballos. La voluntad de los dioses fue darle un empujoncito al héroe troyano y así Apolo, el dios, golpea a Patroclo por la espalda y este cae del carro para después desatar la armadura; así, Héctor lo encuentra en el suelo herido y desarmado de manera que se da gusto con él; hasta se da el lujo de insultarlo en repetidas ocasiones, pero Patroclo se da tiempo para recordarle que sin la ayuda de los dioses, las cosas serían muy distintas.


Este fue el fin de Patroclo. Héctor, no conforme, se da vuelo profanando el cuerpo del mirmidón, hasta que otros héroes troyanos le arrebatan el cadáver y lo devuelven al campamento aqueo, donde Aquiles embadurnará su cuerpo con ambrosía para evitar su descomposición y poder llorarle por días enteros, tanto lo amaba. Héctor terminaría pagando por esta muerte en “La venganza de Aquiles”, mejor conocido como el canto 22 de la misma saga.


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