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Cihuapipiltin o la muerte que da la vida

Foto(s): Cortesía
Redacción

Segunda de tres partes


Tonatiuh era un bebé risueño, en cuanto lo vi me encariñé con él, parecía que me extendía los brazos para que lo cargara, mi abuela me ayudó a sostenerlo con cuidado. Su risa solar era una música que envolvía la atmósfera.


 La alegría que inundó nuestra casa era equivalente a la inquietud que manifestaban las madres en la comunidad. La vieja leyenda de Cihuapipiltin, mujer primeriza que vio truncada su maternidad y su vida de un solo tajo, advierte que su ánima volverá en busca de su hijo o de cualquier otro niño o niña que le sea agradable, por lo que muchas mujeres dejaron de dar permiso a los niños para salir a jugar; al menos hasta que el pequeño Tonatiuh fuera bautizado, pero para esto había que esperar al domingo, cuando llegaba el cura a oficiar misa.


Quienes tenían muy arraigadas las creencias al respecto, prefirieron no esperar al domingo. Colocaron altares en sus puertas, pusieron flores, cruces y quemaron copal, además de preparar algunos panes con diversas figuras, como pájaros y mariposas, que pudieran agradar a la presencia de esta mujer. En la casa, mis abuelos no eran apegados a estas ideas a las que llamaban supersticiones, pero respetaban y en ocasiones secundaban con respeto ciertas prácticas, de manera que también elaboramos una ofrenda. La verdad, cuando escuché a las mujeres hablar mientras llevaban a cabo el ritual, no podía imaginar que la mamá de Tona viniera en forma de espanto para llevárselo, más por la forma en que se expresaban de ella; hasta ganas de llorar me dieron cuando decían que era una mujer muy amorosa que durante su embarazo tejía y cantaba ilusionada por la llegada de su bebé.


Esa noche nos fuimos a dormir a buena hora, porque a la mañana siguiente llevaríamos a Tonatiuh con el médico para que le revisaran el ombligo. Eran más de las doce cuando nos despertó un abrupto llanto, Tona estaba empapado, mi abuelo lo cargó y le tomó la temperatura con el dorso de su mano. “Está hirviendo este niño” dijo; el bebé no dejaba de llorar, le pusimos paños de agua para que la fiebre bajara, finalmente se quedó dormido. También nos dormimos, pero entre sueños escuché pasos en el pórtico, mi corazón latía, me quedé inmóvil, intenté, pero una sensación de ahogamiento se apoderó de mí. 


Continuará el próximo miércoles


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