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Sueltan los demonios en Tilcajete

Foto(s): Cortesía
Redacción

En las calles de San Martín Tilcajete, todos corren el peligro de convertirse en demonios. Los diablos aceitados son capaces de ennegrecer la piel de quienes osan conocerlos en su tierra alebrije.


El chapopote o la grasa oscura y quemada que corre por el cuerpo de estos entes negros, cornudos y de harapos vernáculos que parecen provenir del inframundo, son los matices que hacen una fiesta lóbrega en las calles polvorientas de este lugar.


Descender al infierno




El banquete devolvió la fuerza a los agotados demonios. FOTO: Javier Jarquín

Viajar casi media hora desde la capital hacia este municipio en tiempos del carnaval, es como descender a un infierno donde habitan oaxaqueños que por cientos de años han personificado la penitencia de los condenados, cientos de diablos aceitados que azotan sus cencerros para ahuyentar el mal, las vibras negativas y los malos espíritus que rondan en el municipio.


La tradición de liberar a los diablos está encarnada por todas las generaciones que habitan en esta zona; en el carnaval de San Martín Tilcajete, los padres y abuelos conservaron la enseñanza de estos bailes desatados y corretizas que hacen los diablos aceitados a lugareños y foráneos.


Espantar el mal antes de la cuaresma y el miércoles de ceniza, es la razón por la cual esta población ha conservado esta herencia cultural que se transmite a los hijos, quienes terminan de formar estas hordas aceitosas.




Esta tradición centenaria se transmite de generación en generación, de padres a hijos. FOTO: Javier Jarquín

La metamorfosis de los habitantes en diablos, un eterno baile sediento bajo los rayos del sol y la consumación de un matrimonio entre hombres disfrazados, son actividades de este tradicional carnaval que escenifican paisajes donde las identidades de los habitantes se olvidan: sudar aceite quemado, gritar y aullar tras una lúgubre máscara, vestirse y maquillarse como mujer o arreglarse y pintarse un bigote; aquí, todos son desconocidos.


En la comida suena fuerte la música de comparsa, en la pista de tierra bailan mujeres con manzanas de adán prominentes en sus cuellos y también hay turistas que en vez de diablos parecen mecánicos por las manchas de aceite en su ropa y cuerpo.


Convivencia de ultratumba




El mezcal es la bebida legítima para recuperar la vitalidad y la fortaleza. FOTO: Javier Jarquín

Aquí, los humanos y las criaturas conviven terminándose un caldo con un trozo de maciza, pero los aceitados no se comen la carne por la pesadez en la panza, prefieren un poco de la bebida de dioses y el mezcal llega hasta sus manos, al igual que el tepache y la cerveza.


Finalizada la boda y el banquete, la luz naranja que emite el sol en el crepúsculo anuncia las últimas horas con vida de estos seres endemoniados. El efecto de resurrección que ocasionó el mezcal y el tepache comienza a terminar; la sed y la fatiga provocada por bailar más de 11 horas secan hasta la última gota del elíxir obtenido del maguey.


Los diablos se ocultarán una vez más en los umbrales y rincones de Tilcajete, la luz dejará de tocar sus oscuros torsos durante un año, hasta que vuelvan a ser liberados en las calles para sanar la penitencia de la población y comenzar la Cuaresma en esta comunidad de los Valles Centrales.




Por tiempos, los diablos descansan en las terracerías y calles de este municipio. FOTO: Javier Jarquín

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