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La vida debajo de un puente en la zona conurbada de Oaxaca

Foto(s): Cortesía
Redacción

Aunque parezcan invisibles, no lo son. El hecho de que ocupen un espacio en una terracería bajo un puente, no los exime de sus derechos y responsabilidades como ciudadanos.



¿Cómo llegaron hasta aquí o qué tuvo que pasar para que terminaran así?... Nadie lo sabe, pero en medio de la pandemia y con el riesgo de un contagio, las personas en situación de calle sobreviven.


“La mayoría de banda está aquí porque viene de otros lugares y muchos no tienen familia aquí y otros sí tienen familia pero como somos adictos, aquí se encuentra un lugar, entre amigos, porque aquí todos nos respetamos, aquí a pesar de que somos viciosos todos, hay un respeto”, cuenta la señora Socorro.



Y es que en pleno semáforo rojo en la entidad y con el peligro latente por la COVID-19, vivir en un lugar en condiciones insalubres podría ser un desafío casi de vida o muerte, pero para ellos esto sólo es algo pasajero, "es algo más".



“Gracias a Dios no se han enfermado nadie acá”, es la escueta respuesta de la entrevistada, quien es una especie de madre o tutora para todos los huéspedes de este espacio de tierra bajo el puente de Nuño del Mercado, en las riberas del río Atoyac, en la capital oaxaqueña.


"La enfermedad", como la llaman, no les infunde miedo, ya que su fe es más fuerte que cualquier pandemia.


“Pues como dicen, solamente Dios sabe, Dios sabe que nosotros no tenemos casa, no tenemos dónde vivir y que estamos necesitados o estamos así por la droga… y si nos va a tocar, nos va a tocar. Así sea de un tropezón, pero la vida no la tenemos comprada”, afirma doña Socorro.



Y añade que es “gracias a Dios” que se encuentran con bien, a pesar de vivir así, “pues él nos protege, porque el tiempo que estamos acá, gracias a Dios, aunque estuvo lloviendo, ni un muchacho hasta la fecha se ha enfermado”.


Sobrevivir día a día


La situación del COVID-19 en la capital propició el cierre de muchos lugares en donde hay gran concurrencia de gente; por supuesto, el Mercado de Abasto fue uno de estos espacios en los que el hecho de que muchos comerciantes bajaran sus cortinas, generó una ola de desplazados por la falta de actividades comerciales.


“Aquí la mayoría de los muchachos se dedica a juntar aluminio, fierro viejo y todo eso para que tengan para sus gastos”, menciona doña Socorro respecto a lo que hacen desde que el comercio se vio interrumpido en el Mercado de Abasto capitalino.



Y en su caso particular, busca ingresos junto a su marido. “Nos dedicamos a juntar fierro, a tirar basura. Aquí pasan las camionetas, ya nada más les silban a ellos y ya ellos van y sacan la basura y la van a tirar. El dinero se lo ganan”, dice.



La poli los agandalla


Más allá de la pandemia, doña Socorro cuenta que hay un mal mayor que no los deja permanecer en paz en su hogar bajo el puente: los policías municipales. Y es que, asegura, los uniformados de la capital son “muy gandallas”.


“Aquí pues yo les digo que limpien y siempre tenemos limpio porque los policías a cada ratito vienen. Los estatales, de ellos no hay queja. Pero de los municipales sí, porque a veces vienen a altas horas de la noche, vienen a las dos, tres de la mañana y vienen y los muchachos están durmiendo y ya los vienen a gasear, los patean”, denunció.



Incluso, precisa que son uniformados en motocicleta quienes perpetran las agresiones contra las personas en situación calle, las cuales son constantes. “Apenas antier vinieron, le quitaron 40 pesos a un muchacho que apenas tenía para sus tortillas. Vienen los de la moto y si no les dan, les pegan y les echan gas”, aseguró Socorro.



Vivir en comunidad


Pese a que las precarias e insalubres condiciones en las que viven son evidentes, esta comunidad de ‘adictos’, como los autonombra Socorro, trata de no generar un problema que afecte a la paz social. “Siempre mantenemos limpio, quemamos la basura, porque el bien es para uno porque uno vive acá, uno está acá”, menciona.


En ese sentido, son ya casi 5 meses de que estos desplazados ocuparon este espacio para vivir. Aquí habitan alrededor de 20 personas, principalmente parejas, y otras tantas que solo pasan el rato con el grupo al que reconocen como familia.



Además de las personas, lo que abunda en esta comunidad son perros, sus fieles compañeros. “Andaba un perro con un muchacho y ayer falleció el muchacho del hígado, porque tomaba mucho. Entonces ahí anda el perro triste”, cuenta la entrevistada.


Y así, entre perros, chozas improvisadas con palos y telas rotas, junto a lo que un día fue el cauce del río Atoyac, las personas en situación de calle esquivan la COVID-19 mientras luchan por sobrevivir.


NUMERALIA


Invisibilizados


20 personas habitan bajo el puente Nuño del Mercado


5 meses llevan viviendo allí


1 persona murió, no por COVID-19, sino por cirrosis


 



 

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