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Central de Abasto: entre el desorden y la necesidad

Foto(s): Cortesía
Redacción

Son las siete de la mañana; a unos metros de la entrada de la Central de Abasto sobre el Periférico, taxis uniformados de color guinda, que parecieran de un solo sitio, corean con su cláxon de manera estruendosa; unos, molestos por el atraso de su salida y otros parecen tomarlo con naturalidad.


Entre risas, la joven que se encuentra a la orilla del camino vendiendo gelatinas y cajetillas de cigarros, comenta: “Y esto no es nada, falta que abran los locales de discos de al lado para que los pitazos se mezclen con alguna cumbia; y esto es de todos los días".


El sonido comienza a tomar forma desde muy temprano hasta las dos de la tarde, cuando la mayoría de los conductores descansa para ir a comer.


Sobre la explanada de la entrada a la Central de Abasto, no falta el señor que vende tamales, champurrado, atole de panela y pan; además, los diableros que corren de un lugar a otro para tomar algunos viajes; aunque de ese lado hay poca gente que solicite dicho servicio, ellos se dirigen en voz alta a los visitantes: “Le llevamos sus cosas, cobro bara doña, para dónde quiere que le cargue”.


Los primeros establecimientos que se ubican en el primer pasillo del lado del Periférico del Mercado "Margarita Maza de Juárez", se encuentran a oscuras; conforme se avanza hacia los siguientes locales, la cantidad de personas aumenta y los susurros se convierten en una gran bulla entre los vendedores y los visitantes.


Sin embargo, no todos los pasillos son iguales; a unos metros, el lugar luce abandonado, no aparenta ser un mercado; más bien, es como un cementerio que es visitado por algún doliente, solo camina una que otra persona; sobre esa galería, los locales se encuentran cerrados, los pequeños establecimientos lucen viejos y maltratados; los primeros rayos del sol iluminan el techo, aún así el piso permanece sucio, con grietas, las aguas negras corren sobre él; “acá, cada quien se encarga de su lugar”, menciona una de las locatarias ubicada sobre el pasillo de carnes.


Entre frutas y verduras


"¡Llévele!, llévele!, el kilo de plátano a 10 pesos!", es la voz de una mujer que vende frutas; en el mismo pasillo, de frutas y verduras, están las señoras que venden ajos de a 10 pesos el montón, o las que ofrecen 30 limones por 15 pesos, dependiendo de la temporada.


Epazote, perejil, cilantro y calabacitas son algunas hierbas y legumbres que la señora Lucía Martínez llevó a vender desde muy temprano a la central de abasto; ella tiene 67 años, recuerda que, desde muy pequeña, este centro comercial ha sido para mucha gente de su comunidad, un lugar para vender sus cosechas, aunque las cosas han cambiado; “antes nos iba un poco mejor porque vendíamos más, y las cosas eran un poco más baratas, pero ahora todo está caro, y a veces no alcanza para vivir; también el precio de los pasajes ha aumentado”.


Pago de piso


“Existen líderes que se quedan con mucho dinero, cobran hasta por pararse ahí”, expresó, molesta, una vendedora.


“Hágase más para allá porque a mí me regañan o me llaman la atención; vaya a pedirle permiso a la señora que vende manzanas en la esquina, a ver qué le dice”; de manera grosera fue como se dirigió la señora de los limones a don Aniceto Toribio, quien llevaba en las manos huipiles tejidos por su familia y supuestamente, ocupaba un lugar reservado para otra vendedora.


Don Aniceto tiene 78 años de edad, proviene de una comunidad ubicada en la Sierra Mixe, a cinco horas de distancia de la capital oaxaqueña; apenas y comprende el español.


Lo mismo le sucedió a Lucía, una señora que vende verdura: “Me dicen que pague 50 pesos por mis cositas, si apenas voy a sacar para la comida y mis pasajes; además, no vengo todos los días”.


Los pagos de piso van de 50 a 100 o 200 pesos, dependiendo de los metros que se abarque para sus productos; si no se paga, hay una multa de 100 pesos; “ yo nomás ando con mis bolsas de costal porque no voy a pagar lo que voy a ganar; si me paro en un lugar, me corren”, señala Carmen.


“Acá pasa de todo”


“Tenga cuidado con sus cosas, nunca saque su celular, y esa cámara ni por error la ocupe; de repente pasa alguien a su lado y le quita su bolsa, porque acá pasa de todo”, propuso José Manuel, uno de los visitantes.


Uno de los vendedores artesanos explicó que ”cuando en su momento construí mi pequeño local, uno de los líderes aseguró que me apoyaria con material para construcción; en ese momento eran las elecciones, y pues como siempre vienen a pedir nuestro voto, nos aseguraron el apoyo; finalmente, su ayuda fue de 2 bultos de cemento, y pues el chiste se cuenta solo”.


La Central de Abasto es un mundo donde se puede encontrar desde un puesto de cosas robadas, hasta las verduras más frescas, artesanía, comida, medicamentos, herramientas y demás; pero de igual forma, en cualquier momento, podrían aparecer personas con la intención de apropiarse de los bienes que se lleva consigo. La seguridad no es suficiente para las 21 hectáreas que comprende el inmueble.

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