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Gran remate de títulos, en el marco del Día Internacional del Libro

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Alejandro Guzmán

La idea del “gran remate” de libros es poner en circulación y a precios muy accesibles, que van de los diez a los ciento cincuenta pesos, una gran variedad de títulos que editoriales, distribuidores y librerías escogen de sus bodegas, por invitación del gobierno capitalino. 

Suman alrededor de trescientos stands distribuidos en once carpas en la explanada del Monumento a la Revolución. Hay libros saldados por las editoriales que reciben otra oportunidad antes de ser guillotinados, hay innumerables ejemplares de segunda mano que tampoco han sido leídos, esperando a la persona idónea, que probablemente nunca llegue. En esta clase de ferias la oferta excede a lo que uno es capaz de comprar, es una buena opción para cualquier persona ávida de libros. 

Como toda gran capital, qué maravillosas bibliotecas se podrían formar si tan sólo se proviese uno de libros en la Ciudad de México. En realidad se puede tener una biblioteca decente, de unos cien títulos, sólo escogiendo lo que hay en este lugar.

“Los libros ruedan al azar. Es un milagro que estén ahí, en el momento. Un milagro que no se puede exigir, sino aprovechar comprando en el momento”. 

En una librería es muy raro que alguien pregunte por determinado libro y se encuentre en existencia. Me preguntaron vía Instagram por la trilogía “Esferas” y como casualmente la tenía, decidí ir a dejar esos libros a la capirucha, aprovechando el puente vacacional de Semana Santa y de paso dar un rol en la 13ª edición de la feria, pues una época del año para no hacer negocios no existe. Había venido justo antes de la pandemia y sabía que la oferta era generosa. En esta ocasión pusieron tope al precio máximo, como ya dije, lo cual posibilita comprar más de un libro a múltiples lectores, pero por descontado deja fuera muchos otros. 

Los encargados de la Burocracia Cultural, Taibo II, director del FCE, el primero de ellos, piensan que la gente no lee porque los libros son caros (¿qué no es caro?) olvidando que “ningún descuento razonable hará que se venda un libro que no interesa”. Hay personas que sólo compran libros malbaratados, y terminan arrumbados en cualquier rincón, sin ser leídos.

Quedé de entregarlos a las ocho a.eme en la Alameda Central. “Al lado de la jacaranda de tronco chueco, sobre Eje Central”, me indicaron. Espere hora y media observando transeúntes y aves, repasando aforismos. A pesar de lo temprano de la mañana ya había una cierta tibieza mezclada con el aire fresco de principios de abril. El lector resultó ser una veinteañera de ojos rasgados y hermosos que apenas me intercambió las palabras justas, dándome el dinero restante, así que me dispuse a realizar hallazgos en la feria con todo el día por delante, previo desayuno y visita a Gandhi Madero. 

Los más sorpresivos fueron ejemplares saldados de Sexto Piso y La Bestia Equilátera, una confiable editorial argentina que nunca decepciona –a diferencia de SP– y cuyos primeros autores que conocí –Muriel Spark y V.S. Pritchett– los conseguí con el buen Joch de Mompracem. Cuando se acabaron las compras encontré una gran selección en un pequeño puesto con un verdadero librero, dónde conseguí un bello ejemplar de la “Vida” de Cellini, de Cátedra Editorial, y un Marcial completo en una edición setentera que desconocía. No recuerdo el nombre de la librería.

Lentamente cayó la noche. Una vez apaciguados los arañazos del hambre con cualquier cosa callejera me acerqué a ver la carta de uno de los bares con terraza de la zona. La cerveza estaba en ochenta pesos. “Mínimo tres… mejor regreso por otro par de libros”, pensé. Y resultó una buena decisión, pues al regresar hallé esos dos libracos, a 150 c/u, un precio ridículo. Luego, de felicidad, fui a un Oxxo por dos Modelo y me senté cansado en la explanada, justo arriba del museo, bebiendo a la discre, en el punto ciego donde no me veían los guardias mientras hojeaba los recién adquiridos y especulaba con su destino.

Me sentí animado y abatido después del par de cervezas recordando que un gran número de libros hace perder el gusto de leerlos y mata el placer. “Y pensando en la catarata de libros, los Niágaras de libros, los ríos torrenciales de libros, las toneladas y carros de libros que las prensas del mundo surcaban a la vez en aquel momento, poquísimos de los cuales merecía la pena mirar, no digamos ya leer […] pues los grandes libros, incluso los libros grandes a medias, y hasta los buenos y los bastante buenos, son extremadamente raros”. 

Reflexionaba que pasados treinta años nadie se acordaría de esos libros, que fluyen de la imprenta a la basura previo paso por estas ferias y bibliotecas municipales que a su vez los harían circular en mercados de pulgas, recicladoras de papel y librerías de segunda mano regentadas por saqueadores de difuntos; el resto, hechos polvo. Y, aunque fueran libros decentes, ¿a quién le importaría a la larga? La gente caminaba sin importarle si los relatos de Borges jamás hubiesen sido escritos. No podría importarles menos. “Sin embargo, cabe que me equivoque, y acaso no sea más que un poco de cobre y vino lo que yo tomo por oro y diamantes”.

Y pensando que era una de tantas cosas que hay en el mundo, verse y vivir entre libros, me sentí de pronto impotente y ridículo.

 

Notas de un librero en Oaxaca, 9.IV.2023.

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