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Galerista Hilario Galguera abre otra expo de Hirst en Ciudad de México

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Francisco Morales/Agencia Reforma

 

En el dedo meñique de la mano derecha, el galerista Hilario Galguera lleva consigo a todas partes una suerte de amuleto: un anillo con una piedra amatista, ovalada y rotunda, que le recuerda el pacto de complicidad que lo une con el más polémico de los artistas que representa.

Un regalo que muestra en la terraza de la galería que lleva su nombre en la Colonia San Rafael, en el recorrido para prensa de New Spot Paintings & A Hundred Years (“Nuevas pinturas de puntos & Cien años”), la nueva exposición de Damien Hirst, el controvertido y mundialmente famoso creador quien es, para él, también su artista amuleto y uno de sus más grandes amigos.

Con otro anillo de calavera en el anular de la misma mano -un segundo obsequio del artista-, lentes oscuros, pulcro y de riguroso negro, Galguera recuerda cuando, hace 18 años, un importante sacerdote de una prelatura de la Iglesia Católica se paró en el centro de una sala e, indignado, le espetó de frente: "En esta habitación se siente la presencia de Satán".

Si ahora, en 2024, la obra de Hirst sigue escandalizando a ciertas conciencias, es fácil imaginar el revuelo que ésta causaba en 2006, durante su primera exposición individual en el país que, en febrero de ese año, declaraba inaugurada la naciente galería mexicana.

No ayudaba en nada para apaciguar las aguas, desde luego, que la muestra en cuestión llevara por título “La muerte de Dios, Hacia un mejor entendimiento de la Vida sin Dios a bordo de la Nave de los Locos”.

Tampoco que en ella se exhibieran, entre muchas otras piezas, uno de sus insignes tiburones sumergidos en formol con el título “Ira Dei” (La ira de Dios, en latín); un gabinete con cientos de píldoras manchadas de sangre llamado “Corpus Christi” (El Cuerpo de Cristo); un corazón rodeado con alambre de púas y perforado con agujas hipodérmicas, denominado “Sacrum Cor Jesu” (El Sagrado Corazón de Jesús), y el cadáver de cordero en posición de crucifixión titulado “In Nomine Patris” ( En el Nombre del Padre).

Advertido por un amigo sobre las reacciones que podría suscitar la exposición, Galguera había invitado al influyente sacerdote unos días antes de la apertura, en un esfuerzo por mostrarle que el arte de Hirst, con sus contundentes motivos religiosos y la dureza de sus imágenes, no era esencialmente sacrílego, pero la reacción del clérigo fue totalmente la opuesta.

Con la presión de la inauguración encima, ante la inminencia de un boicot por parte de la iglesia que podría ser fatal para la exposición, el galerista se jugó su última carta llevando al padre a comer, para intentar convencerlo de lo contrario.

En el meñique de la mano derecha, sonriente -y no sin cierta picaresca-, muestra el símbolo de una discusión teológica victoriosa que, 18 años después, todavía le permite traer a Hirst a la Ciudad de México, en correspondencia con la magna retrospectiva que el artista inauguró el pasado 23 de marzo en el Museo Jumex. 

 

 

La vida y la muerte según Hirst

En el centro de una de las salas de la Hilario Galguera, dos habitáculos de cristal contienen, de manera gráfica, literal y descarnada, a la vida y a la muerte.

En la primera de estas habitaciones, en un artefacto blanco se incuban gusanos que, al convertirse en moscas, podrán atravesar volando, por un agujero, hacia la segunda habitación. Ahí las espera una cabeza de vaca en descomposición que habrá de alimentarlas, pero, también, de manera fatal e inevitable, un aparato diseñado para electrocutarlas.

La pieza, Cien años, concebida en 1990, constituye un punto de inflexión en la carrera de Hirst (Bristol, 1965), y es la obra central de esta nueva exposición en la galería mexicana, que abre al público este viernes.

"Finalmente, es el proceso de la vida: el nacimiento, el desarrollo y el estar, hasta la muerte", señala Galguera en el recorrido. "Me parece que, definitivamente, dentro del arte contemporáneo, es la pieza que ejemplifica, de una manera muy directa y brutal, este concepto tan delicado, poético, podría yo decir".

"Habría entonces que analizar el hecho de que, en un principio, es una pieza que nos puede causar cierta repulsión, pero definitivamente ése no es el objetivo. Que eso suceda es algo también inherente al proceso de la vida; la vida no es fácil, es complicada, es dura", abunda.

Una obra de arte seminal para la carrera del artista que, de alguna manera, hace que esta exposición sea complementaria, como pieza de rompecabezas, con la retrospectiva del Jumex, que el propio artista decidió nombrar, a partir de un poema suyo, Vivir para siempre (por un momento).

Un título que, por otro lado, está emparentado con una escultura presente en la galería, diseñada para hacer flotar perpetuamente una pelota de ping pong, y cuyo título traducido es Quiero pasar el resto de mi vida en todos lados, con todos, uno a uno, por siempre, para siempre, ahora.

"Todas estas cosas están relacionadas con todo el cuerpo de obra. Es decir, ésta no es una exposición que esté completamente separada conceptualmente de lo que estamos viendo allá (en el Jumex), pero tampoco es un apéndice. Creo que es, sí, la presentación de la pieza más importante (Cien años) de uno de los artistas más complejos que ha habido en lo que va del siglo 20 y del siglo 21", apunta Galguera.

Una pieza que, a 24 años de su concepción, sigue desatando polémica, como reconoció Hirst en una entrevista hace unas semanas con este diario, pues un museo le pidió que la modificara para su exhibición, sin tomar en cuenta que, cuando la hizo, incluso los restaurantes vegetarianos tenían matamoscas.

"Creo que no deberías cambiar la pieza, sino tomar en consideración qué está pasando en el mundo cada vez que se quiera exhibirla. No creo que el arte debería salir de exhibición si, culturalmente, a las personas les conmociona alguna cosa; creo que es importante tener en cuenta las intenciones originales", explicó entonces.

Como una forma de crear una atmósfera contrastante y de contemplación alrededor de esta pieza de gran dureza, la galería ha sido poblada con 23 "pinturas de puntos" de reciente factura, parte de una serie que Hirst cultiva desde 1986 y que se ha vuelto una de sus insignias.

Con su juguetona paleta de colores y su simetría, dotadas cada una con títulos extraídos de un catálogo de productos químicos, desde medicamentos hasta drogas psicotrópicas, estas obras constituyen la contracara luminosa de su producción más sombría.

"Estas pinturas lo que pretenden es hacer un énfasis en este sentido un poco lúdico, o poético, a través de una serie de combinaciones, de una serie de formatos, de una serie de títulos también que se le dan a estas obras, para terminar siempre, como él dice, con obras felices", celebra el galerista.

Si éstas no fueran suficientes para equilibrar las partes más crudas, Hirst tiene en Galguera a uno de sus defensores más férreos, como quedó claro desde el principio, en su primera exposición del 2006.

 

Joyería papal

Sentados a la mesa de un restaurante en la Colonia Juárez, Galguera reviró las acusaciones del sacerdote sobre la primera exposición de Hirst en México: "Son ustedes los que están matando a Dios".

Impulsado por lo que, entre broma y no, describe como "una de las tres o cuatro iluminaciones que he tenido en mi vida", Galguera echó mano de su educación en escuelas jesuitas para discutir con el religioso sobre iconografía sacra y, también, sobre los casos de pederastia en la iglesia y los encubrimientos de altos jerarcas que terminan por alejar a los creyentes de su fe.

Durante tres horas, defendió, por ejemplo, la decisión de Hirst de mostrar un cordero crucificado por encima de un hombre sangrante, o la de representar al Sagrado Corazón de Jesús atravesado por agujas, como un símbolo los flagelos del hombre contemporáneo que sucumbe a las adicciones.

Al final de estas disertaciones, el clérigo decidió regresar a la galería para ver la muestra con nuevos ojos.

"Ésta es la mejor exposición de arte sacro que he visto en mi vida", concluyó.

Sonriente, divertido todavía con la anécdota, Galguera recuerda un día en el que llegó a su galería y encontró en el patio a 80 seminaristas dispuestos a tomar una visita guiada.

"De las 10 mil personas que la visitaron, 3 mil o 4 mil fueron clérigos", señala con orgullo, sobre el impulso que recibió dentro de la propia iglesia.

Hirst, quien está completamente al tanto de la anécdota, le regaló el anillo de amatista durante una visita a la joyería londinense donde se fraguó una de sus obras más reconocidas, el cráneo de platino decorado con 8 mil 601 diamantes titulado For the Love of God” (Por el amor de Dios).

Echando mano de su propio conocimiento de iconografía religiosa, Hirst recordó que la amatista es una joya que usaban los papas.

"Así, la próxima vez que te entrevistes con un clérigo tendrá que besarte la mano", bromeó el artista.

Un pacto que quedó sellado cuando tiempo después, en una visita al Vaticano, el británico inmortalizó su regalo con una fotografía elocuente: la mano de Hilario Galguera, con sus dos anillos, posando junto a la del Papa León Magno, en una pintura donde Rafael puso especial cuidado en retratar la joyería de amatista.

 

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