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Demián Flores, un artista con causa 

Foto(s): Agencia Reforma
Agencia Reforma

Por Eduardo Salazar Elizondo

MONTERREY, Nuevo León.- Cuando un joven Demián Flores determinó que quería dedicarse al arte, su padre, el poeta Miguel Flores Ramírez, lo llevó a conocer a su amigo Francisco Toledo (1940- 2019). Un encuentro que definiría su camino.

"Me dijo: 'Ve a ver al maestro, a que platiques, capaz que no es lo que (esperas)", recuerda en entrevista el artista nacido en Juchitán, Oaxaca, en 1971, año en que Toledo fundara ahí la Casa de la Cultura, donde tuvieron lugar sus primeros acercamientos con el arte, siendo todavía un niño.

"En esa pequeña casa de cultura había una biblioteca importantísima de arte. Antes de que la obra pasara al acervo de lo que hoy conocemos como Colección Toledo, fue el primer lugar donde se concentró todo. Entonces nosotros teníamos exposiciones, imagínate, de primerísima", agrega sobre su primera escuela.

No sería sino hasta antes de su ingreso a la entonces Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP, hoy Facultad de Artes y Diseño de la UNAM), cuando el padre de Flores lo llevó a la casa del importante creador oaxaqueño, con quien el poeta colaboró en la revista Guchachi' Reza, y a quien el joven encontró experimentando con tierra y lodo.

"Todo el patio de su casa era una gran escultura, que en la primera lluvia se cayó. Era impresionante ver todo eso, y yo entro a ese ambiente, lo veo trabajar, y pues no cruzamos palabra", rememora.

"Pero sí que cuando mi papá va por mí de nuevo, (Toledo) me dice: 'Ah, pues qué bueno que vas a estudiar, me da gusto'", relata. "En esos años era muy difícil, muy complicado que los jóvenes vinieran a estudiar a la Ciudad de México.

Y entonces me dijo: 'Qué bueno, y quiero que vengas, por favor, a verme y me traigas (tus trabajos), a ver cómo vas".

El joven le tomó la palabra, y entonces sus años de estudiante los vivió entre el tiempo en la UNAM y los retornos a su Estado, donde el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) -también bajo la tutela de Toledo- se volvería también fundamental para su formación.

Viajes en los que conoció, por ejemplo, a gente como Juan Alcázar, pintor y grabador al frente del taller Rufino Tamayo, espacio que acogió la primera exposición de Flores en Oaxaca. Una exhibición de los grabados que hacía en la ENAP, de donde eventualmente egresaría como grabador.

"Yo regresaba mucho a ver al maestro (Toledo), a mostrarle mis dibujos. Él me daba muchas lecturas", remarca. "Me dejaba libros para leer, pero además me dejaba los grabados de su acervo para revisarlos. Me decía: 'Oye, ve estos grabados de expresionismo alemán', y me dejaba los portafolios. Yo tuve la posibilidad de estudiar con el Goya en mis manos".

HEREDERO DE TOLEDO

Con tal influencia en su vida, no son fortuitos los esfuerzos de Flores por crear instancias de vinculación social a través del arte.

En su casa y estudio de trabajo al sur de la Ciudad de México, con un proyecto bautizado como La Cebada, abrió un cine para los niños del barrio; en la Ciudad de Oaxaca, por otro lado, crearía La Curtiduría, donde se imparten lo mismo un taller de grabado que las Clínicas para la Especialización en Arte Contemporáneo.

"Nace como eso, un espacio que intentaba yo hacer como esa casa de la cultura en la que tuve la oportunidad de estar", resalta sobre el recinto abierto en 2006, en una de las últimas curtidurías en el barrio de Jalatlaco, y de donde han salido creadores como el colectivo Los Tlacolulokos.

"Yo soy de Juchitán, del mismo pueblo que Toledo, y crecí desde niño cobijado por su infraestructura y por su vida y por su generosidad. La Curtiduría, digamos, es una consecuencia de eso, justo porque yo sí creo en el arte como un transformador. Y lo digo en primera persona, porque a mí me transformó de manera personal".

Y lo sensibilizó, siempre atento a cuestiones sociales.

Hechos como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa o las amenazas a la lengua zapoteca lo han convocado, por ejemplo, a través de su arte.

De ahí que no falte quien vea en Flores al heredero más claro del espíritu de Toledo, fallecido hace ya más de dos años.

Para el artista cuya vida al día de hoy continúa dividida entre la Ciudad de México y Oaxaca, la ausencia de su maestro "es un hueco imposible de llenar".

Por otra parte, la experimentación ha sido marca de Flores, moviéndose con libertad entre las diferentes artes gráficas; lo mismo del grabado a la pintura que de la escultura a la serigrafía. Un rasgo que le parece distintivo de su generación, que si bien todavía abrevó mucho de la tradición, también sirvió de campo fértil para que los nuevos lenguajes contemporáneos florecieran.

"En mi caso, pues toda esta idea que yo empecé a desarrollar de la gráfica, digamos, expandiendo sus propios límites", expone el creador para quien nociones como la matriz, el soporte o la multiplicidad dejaron de ser meros elementos de una técnica para convertirse en detonantes conceptuales.

Lo más reciente en este sentido es una serie de "pinturas plegables" que expone actualmente en Los Ángeles.

UN "JUCHILANGO" CERCANO AL GRAFITI

El recuerdo e impacto de su infancia en Oaxaca tiene un sitio especial en el imaginario pictórico de Flores.

"Vengo de una comunidad indígena, con una fuerte tradición, cargada de mitos, de leyendas, y de una realidad bien especial, específica", subraya el único artista al seno de una familia de comerciantes, algunos parte de la historia local.

"Por ejemplo, mi abuelo (Norberto Cortés), además de comerciante, antes también tuvo una vida política; fue Presidente Municipal de Juchitán", comparte. "Mi abuela era una mujer indígena fuertísima, de esas juchitecas que trabajó hasta su último día, siempre vestida de nahua, de huipil, hablando zapoteco".

A todo este bagaje se sumaría la asimilación de la cultura de masas a la llegada de Flores a la capital del País, radicando por mucho tiempo en una unidad en Villa Coapa, desde donde las vicisitudes de la época terminarían por moldearlo.

"Era justo en el momento antes del Tratado de Libre Comercio, cuando la fayuca existía, cuando las culturas suburbanas se conformaban, y a mí me tocó mucho esa época de los chavos banda.

"Dibujaba muchísimo; hacía muchas cosas para las chamarras de mis propios vecinos, o mis primeras pintas y grafitis; yo las hacía mucho también junto con esas culturas, a lo cual yo también pertenecía".

-¿Pintabas en la calle?

-Sí, yo llegué a pintar en la calle de joven, a hacer mis 'placazos' con esténciles. Y también hacía lo de las chamarras. A mí siempre me ha encantado la música, entonces también copiaba los discos, las portadas de Yes o de Pink Floyd.

He ahí el origen de los temas que atraviesan su obra, que suele mezclar imágenes de la cultura pop con destellos de tradición: la memoria, el territorio, la identidad; "cuestiones tan sencillas como preguntarme: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo? y ¿a dónde voy?", reconoce.

"Y, en mi caso, pues es una identidad trastocada, como yuxtapuesta. Tan es así que, en algún momento, mi forma de definirme, de definir mi propio trabajo, yo decía que era como una especie de 'juchilango', una mitad juchiteco y mitad chilango", continúa, recordando que incluso ese fue el título de alguna exposición de las muchas que integran su trayectoria, caracterizada por una poderosa conciencia social que no parece que vaya a desaparecer

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