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Su nombre es Broni, sobreviviente del Holocausto 

adulto-mayor
Foto(s): Cortesía
Aleyda Ríos

Érika P. Buzio/Agencia Reforma

CIUDAD DE MÉXICO.- A Bronislaw Zajbert le esperaba el 18 de abril un pastel de chocolate, verdadero chocolate, porque ese día cumplió 89 años. Logró sobrevivir al hambre y la enfermedad en las inhumanas condiciones del gueto de Lodz, en la Polonia invadida por los nazis.

De voz serena y ojos envejecidos, Broni recuerda que cada cumpleaños su madre se las arreglaba para cocinar un pastel con el desperdicio de café e invitaba a los niños de los vecinos para su cumpleaños y que su hijo sintiera que era un día distinto. El sabor amargo de aquel pastel lo tiene bien grabado en la memoria.

Vivían en la cocina de un departamento compartido con otras familias, en uno de los barrios más precarios al noroeste de Lodz, al que los habitantes judíos fueron obligados a trasladarse en febrero de 1940, durante un crudo invierno. Por el gueto llegaron a pasar alrededor de 200 mil judíos, y al ser liberado por los soviéticos, quedaban 877 sobrevivientes.

Broni sobrevivió junto con su hermano y sus padres. "No supe qué era la infancia, no tuve", me dice durante la entrevista en su departamento en la colonia Del Valle. Y es verdad, tenía solo seis años cuando su familia fue enviada al gueto. 

Era muy feliz como el hijo y nieto mayor, muy consentido, pero la guerra le puso "pausa" a su infancia. Piensa en su infancia perdida, imposible de recuperar. Pero al menos, ataja, "quieres seguir disfrutando de la vida".

Mientras algunos sobrevivientes del Holocausto y las atrocidades perpetradas por los nazis evitan hablar del pasado, Broni siempre estuvo dispuesto a contar, sus padres tampoco tuvieron secretos al hablar de la guerra.

"En cierta forma los que tuvimos la suerte de sobrevivir al Holocausto y el terror, tenemos el deber de que la gente sepa lo que pasó y en la medida de lo posible, que no se repita", responde.

Durante el confinamiento por Covid-19, se dedicó a escribir sus memorias ahora publicadas por Debate bajo el título “Mi nombre es Broni” (Editorial Debate). Recoge su relato retrospectivo de su vida antes y después del gueto de Lodz, la liberación, la emigración a Venezuela y luego, a México.

Cuando le pregunto por qué cree que logró sobrevivir, me responde que fue la suerte. En el libro narra cómo su familia se salvó de ser deportada a uno de los campos de exterminio cuando parecía su destino.

Pero también me cuenta de los enormes sacrificios hechos por sus padres, quienes se privaban de la poca comida disponible para alimentar a Broni y a su hermano menor.

 Por muchos años, inclusive ya casado, Broni necesitó ver siempre pan en su mesa, aunque no lo fuera a comer. En el gueto, dice, "si tenías pan, sentías que tenías comida". Ver un pedazo de pan le daba tranquilidad. Hasta hoy, no come cáscaras de papas. En el gueto, las cáscaras de papa eran muy codiciadas, pero su familia, como muchas otras debían conformarse con cáscaras podridas.

Recuerda que su madre le pidió a una cuñada que le cediera las cáscaras de papa que no usaba para no tener que alimentar a sus hijos con cáscaras podridas. Para sorpresa de su madre, la cuñada se las negó, le dijo que ya se las había prometido a otra persona, ajena a la familia.

Testigo de solidaridad en el gueto

Broni fue testigo de actos de solidaridad dentro del gueto, una solidaridad que no era la norma. "Si querías ayudar a alguien te arriesgabas". Un amigo de su padre trabajaba en el reparto del pan y siempre le ponía unos gramos extra en su ración, a pesar de que en eso se jugaba la vida. Si era denunciado, primero iría a la prisión y luego, a uno de esos transportes cuyo destino final era ignorado por los habitantes aislados del gueto.

Durante su luna de miel en Israel, Broni buscó encontrarse con aquel amigo de su padre, quien le explicó que era cajero en un banco. Hizo fila como cualquier cliente, al llegar su turno de ser atendido, el hombre levantó la cabeza y lo reconoció: "Tú eres hijo de León".

Mientras tomaban un café, Broni le dijo que difícilmente lo habría reconocido, pero aquel gesto de dar pan extra a su padre jamás lo olvidaría. El hombre, que había sido deportado y vuelto a Lodz al terminar la guerra, casi se echó a llorar.

Broni trabajó en una fábrica de madera dentro del gueto, la mayoría eran adultos, pero los niños eran reclutados a partir de los diez años. Un amigo de su padre ayudó a alterar la fecha de su nacimiento para poder trabajar en la fábrica porque implicaba tener un cupón extra de comida. Todo lo que se producía en las fábricas y talleres del gueto era exportado a Alemania.

En los últimos días del gueto, cuando la derrota alemana era inminente, el padre de Broni fue avisado de un refugio dónde podía esconderse con su familia. Antes de ir con su esposa e hijos, fue a buscar a su madre y hermanos para también llevarlos, pero se encontró con la casa vacía. Cuando llegó al nuevo escondite, descubrió que su madre y hermanos ya estaban ahí. Ninguno pensó en él ni en su familia.

La relación con esa parte de la familia jamás pudo ser reparada. "Algo que nunca entendí por qué te olvidas de tus instintos básicos de bondad, de familia y te vuelves muy egoísta y lo único que te preocupa eres tú", reflexiona. "¿Qué hace al ser humano portarse así? No lo sé ni lo entiendo".

El gueto resquebrajó el tejido social

Como apunta Yael Siman, profesora e investigadora de la Universidad Iberoamericana, el gueto "resquebrajó el tejido social, alteró los valores tradicionales y los referentes morales". Familiares, vecinos y amigos, padecieron las carencias. "Hubo luchas por la comida, la vivienda, la ropa, la supervivencia". Se calcula que murieron por hambre y enfermedades alrededor de 43 mil 500 judíos.

Cuando el gueto fue liberado, Broni se desmayó "quizá como un colapso involuntario ante lo vivido", supone Siman.

Broni y su familia pudieron volver a su departamento en el otro extremo de la ciudad. Algo poco común entre los sobrevivientes. Durante la guerra había sido habitado por unas maestras alemanas que huyeron. "Volví a casa, de cierta forma representó volver a la vida de antes".

La familia de Broni dio cobijo a varios amigos y conocidos sobrevivientes de los campos o que volvían de Rusia. Uno de ellos preguntó por el destino de su esposa e hijos y su padre le dijo que se los habían llevado. Lo acompañó al lugar donde vivieron en el gueto y en una pared encontraron escrito: "Nos vamos a lo desconocido".

En el gueto de Lodz, debido al aislamiento, nunca se supo el verdadero destino de aquellos transportes: los campos de exterminio.

Como refiere Siman, el gueto de Lodz fue el último en ser liquidado en Europa del Este en julio de 1944. A lo largo de casi cinco años, fue habitado por cerca de 204 mil judíos. Más de 77 mil fueron deportados a Chelmno. Más de 43 mil 500 murieron de hambre y enfermedades.

Más de 11 mil fueron deportados a campos de trabajo donde la mayoría murió. En agosto de 1944, cerca de 65 mil judíos del gueto de Lodz fueron deportados a Auschwitz, donde fueron asesinados. El resto fue enviado al trabajo esclavo en Auschwitz y otros campos de concentración. Muchos murieron en esos campos o en las marchas de la muerte. Alrededor de diez mil judíos del gueto de Lodz sobrevivieron.

Debido al aislamiento, dentro del gueto no se sabía cuál era el verdadero destino de quienes eran llevados en los transportes.

Lo que vino después del gueto

El padre de Broni pudo recuperar su empleo en una fábrica textil, cuyos dueños habían huido antes de la guerra. Él se hizo cargo de la fábrica y dado que ahora era propiedad del Estado, el nuevo régimen comunista se haría cargo de los sueldos de los trabajadores.

Un hermano de su madre, periodista que había sido parte de la resistencia francesa y que vivía en México, sirvió de conducto para que la familia pudiera dejar Polonia. El primer destino fue Venezuela, donde aún vive su hermano. En 1960 se casó con Zina Rapoport y se mudó a la Ciudad de México. Estudió ingeniería química y trabajó en la fábrica de chicles Adams. Abrió con su esposa la pastelería Hannah especializada en postres para diabéticos. Tiene una hija y un hijo, seis nietos y tres bisnietos.

 Con su perrita Cocoa a sus pies, Broni recuerda aquel cumpleaños cuando murió su abuelo en el gueto. Su madre no dejó de cocinar un pastel. "Pero ¿cómo? Si tú vas a ir al cementerio", le reclamaron. "Sí, voy a enterrar a mi padre, pero mi hijo está empezando a vivir", replicó.

 Broni partió este 18 de abril, un pastel de verdadero chocolate.

El relato estremecedor de un niño judío que sobrevivió al Holocausto en el gueto de Lodz Con seis años de edad, la vida de Bronislaw Zajbert como la de toda la población judía de Lodz sufrió un cambio profundo y violento cuando el ejército nazi invadió la ciudad polaca en septiembre de 1939. 

Mi nombre es Broni es una historia memorable que evoca profundas reflexiones sobre el desplazamiento forzado y el desarraigo durante la Segunda Guerra Mundial, y nos ofrece un lente único para asomarnos al escalofriante mundo del Holocausto.

Era muy feliz como el hijo y nieto mayor, muy consentido, pero la guerra le puso "pausa" a su infancia. Piensa en su infancia perdida, imposible de recuperar. Pero al menos, ataja, "quieres seguir disfrutando de la vida".

Mientras algunos sobrevivientes del Holocausto y las atrocidades perpetradas por los nazis evitan hablar del pasado, Broni siempre estuvo dispuesto a contar, sus padres tampoco tuvieron secretos al hablar de la guerra.

"En cierta forma los que tuvimos la suerte de sobrevivir al Holocausto y el terror, tenemos el deber de que la gente sepa lo que pasó y en la medida de lo posible, que no se repita", responde.

Durante el confinamiento por Covid-19, se dedicó a escribir sus memorias ahora publicadas por Debate bajo el título “Mi nombre es Broni” (Editorial Debate). Recoge su relato retrospectivo de su vida antes y después del gueto de Lodz, la liberación, la emigración a Venezuela y luego, a México.

Cuando le pregunto por qué cree que logró sobrevivir, me responde que fue la suerte. En el libro narra cómo su familia se salvó de ser deportada a uno de los campos de exterminio cuando parecía su destino.

Pero también me cuenta de los enormes sacrificios hechos por sus padres, quienes se privaban de la poca comida disponible para alimentar a Broni y a su hermano menor.

 Por muchos años, inclusive ya casado, Broni necesitó ver siempre pan en su mesa, aunque no lo fuera a comer. En el gueto, dice, "si tenías pan, sentías que tenías comida". Ver un pedazo de pan le daba tranquilidad. Hasta hoy, no come cáscaras de papas. En el gueto, las cáscaras de papa eran muy codiciadas, pero su familia, como muchas otras debían conformarse con cáscaras podridas.

Recuerda que su madre le pidió a una cuñada que le cediera las cáscaras de papa que no usaba para no tener que alimentar a sus hijos con cáscaras podridas. Para sorpresa de su madre, la cuñada se las negó, le dijo que ya se las había prometido a otra persona, ajena a la familia.

Testigo de solidaridad en el gueto

Broni fue testigo de actos de solidaridad dentro del gueto, una solidaridad que no era la norma. "Si querías ayudar a alguien te arriesgabas". Un amigo de su padre trabajaba en el reparto del pan y siempre le ponía unos gramos extra en su ración, a pesar de que en eso se jugaba la vida. Si era denunciado, primero iría a la prisión y luego, a uno de esos transportes cuyo destino final era ignorado por los habitantes aislados del gueto.

Durante su luna de miel en Israel, Broni buscó encontrarse con aquel amigo de su padre, quien le explicó que era cajero en un banco. Hizo fila como cualquier cliente, al llegar su turno de ser atendido, el hombre levantó la cabeza y lo reconoció: "Tú eres hijo de León".

Mientras tomaban un café, Broni le dijo que difícilmente lo habría reconocido, pero aquel gesto de dar pan extra a su padre jamás lo olvidaría. El hombre, que había sido deportado y vuelto a Lodz al terminar la guerra, casi se echó a llorar.

Broni trabajó en una fábrica de madera dentro del gueto, la mayoría eran adultos, pero los niños eran reclutados a partir de los diez años. Un amigo de su padre ayudó a alterar la fecha de su nacimiento para poder trabajar en la fábrica porque implicaba tener un cupón extra de comida. Todo lo que se producía en las fábricas y talleres del gueto era exportado a Alemania.

En los últimos días del gueto, cuando la derrota alemana era inminente, el padre de Broni fue avisado de un refugio dónde podía esconderse con su familia. Antes de ir con su esposa e hijos, fue a buscar a su madre y hermanos para también llevarlos, pero se encontró con la casa vacía. Cuando llegó al nuevo escondite, descubrió que su madre y hermanos ya estaban ahí. Ninguno pensó en él ni en su familia.

La relación con esa parte de la familia jamás pudo ser reparada. "Algo que nunca entendí por qué te olvidas de tus instintos básicos de bondad, de familia y te vuelves muy egoísta y lo único que te preocupa eres tú", reflexiona. "¿Qué hace al ser humano portarse así? No lo sé ni lo entiendo".

El gueto resquebrajó el tejido social

Como apunta Yael Siman, profesora e investigadora de la Universidad Iberoamericana, el gueto "resquebrajó el tejido social, alteró los valores tradicionales y los referentes morales". Familiares, vecinos y amigos, padecieron las carencias. "Hubo luchas por la comida, la vivienda, la ropa, la supervivencia". Se calcula que murieron por hambre y enfermedades alrededor de 43 mil 500 judíos.

Cuando el gueto fue liberado, Broni se desmayó "quizá como un colapso involuntario ante lo vivido", supone Siman.

Broni y su familia pudieron volver a su departamento en el otro extremo de la ciudad. Algo poco común entre los sobrevivientes. Durante la guerra había sido habitado por unas maestras alemanas que huyeron. "Volví a casa, de cierta forma representó volver a la vida de antes".

La familia de Broni dio cobijo a varios amigos y conocidos sobrevivientes de los campos o que volvían de Rusia. Uno de ellos preguntó por el destino de su esposa e hijos y su padre le dijo que se los habían llevado. Lo acompañó al lugar donde vivieron en el gueto y en una pared encontraron escrito: "Nos vamos a lo desconocido".

En el gueto de Lodz, debido al aislamiento, nunca se supo el verdadero destino de aquellos transportes: los campos de exterminio.

Como refiere Siman, el gueto de Lodz fue el último en ser liquidado en Europa del Este en julio de 1944. A lo largo de casi cinco años, fue habitado por cerca de 204 mil judíos. Más de 77 mil fueron deportados a Chelmno. Más de 43 mil 500 murieron de hambre y enfermedades.

Más de 11 mil fueron deportados a campos de trabajo donde la mayoría murió. En agosto de 1944, cerca de 65 mil judíos del gueto de Lodz fueron deportados a Auschwitz, donde fueron asesinados. El resto fue enviado al trabajo esclavo en Auschwitz y otros campos de concentración. Muchos murieron en esos campos o en las marchas de la muerte. Alrededor de diez mil judíos del gueto de Lodz sobrevivieron.

Debido al aislamiento, dentro del gueto no se sabía cuál era el verdadero destino de quienes eran llevados en los transportes.

Lo que vino después del gueto

El padre de Broni pudo recuperar su empleo en una fábrica textil, cuyos dueños habían huido antes de la guerra. Él se hizo cargo de la fábrica y dado que ahora era propiedad del Estado, el nuevo régimen comunista se haría cargo de los sueldos de los trabajadores.

Un hermano de su madre, periodista que había sido parte de la resistencia francesa y que vivía en México, sirvió de conducto para que la familia pudiera dejar Polonia. El primer destino fue Venezuela, donde aún vive su hermano. En 1960 se casó con Zina Rapoport y se mudó a la Ciudad de México. Estudió ingeniería química y trabajó en la fábrica de chicles Adams. Abrió con su esposa la pastelería Hannah especializada en postres para diabéticos. Tiene una hija y un hijo, seis nietos y tres bisnietos.

 Con su perrita Cocoa a sus pies, Broni recuerda aquel cumpleaños cuando murió su abuelo en el gueto. Su madre no dejó de cocinar un pastel. "Pero ¿cómo? Si tú vas a ir al cementerio", le reclamaron. "Sí, voy a enterrar a mi padre, pero mi hijo está empezando a vivir", replicó.

 Broni partió este 18 de abril, un pastel de verdadero chocolate.

El relato estremecedor de un niño judío que sobrevivió al Holocausto en el gueto de Lodz Con seis años de edad, la vida de Bronislaw Zajbert como la de toda la población judía de Lodz sufrió un cambio profundo y violento cuando el ejército nazi invadió la ciudad polaca en septiembre de 1939. 

Mi nombre es Broni es una historia memorable que evoca profundas reflexiones sobre el desplazamiento forzado y el desarraigo durante la Segunda Guerra Mundial, y nos ofrece un lente único para asomarnos al escalofriante mundo del Holocausto.

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