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MISCELÁNEA: Para leer a Hemingway, premio Nobel de Literatura

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Leonardo Pino

Aquel 28 de octubre de 1954, en que recibió el Premio Nobel de Literatura, Ernest Hemingway reveló lo esencial de su oficio, la cocina de su escritura, en un discurso lacónico de frases breves y contundentes (como sus mejores cuentos): Entonces –hace 65 años– afirmó:  “Escribir al mejor nivel, es una vida solitaria. Organizaciones para escritores mitigan la soledad del escritor, pero dudo que mejoren su escritura. Crece en estatura pública a medida que se despoja de su soledad y a menudo su trabajo se deteriora. Debido a que realiza su trabajo en soledad y si es un escritor suficientemente bueno cada día deberá enfrentarse a la eternidad o a su ausencia.

Cada libro, para un escritor auténtico, deberá ser un nuevo comienzo donde intentará nuevamente alcanzar algo que está más allá de su alcance. Siempre deberá intentar lograr algo que nunca ha sido hecho o que otros han intentado y han fracasado. Entonces algunas veces -con gran suerte- tendrá éxito.

Cuán fácil resultaría escribir literatura si tan sólo fuera necesario escribir de otra manera lo que ya ha sido bien escrito. Debido a que hemos tenido tantos buenos escritores en el pasado es que un escritor se ve forzado a ir más allá de sus límites, allá donde nadie puede ayudarlo”.

 

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El maestro José Emilio Pacheco escribió en la columna "Inventario" del 26 de julio de 1999 (Hemingway, vivo o muerto): "A Hemingway se le recuerda lo mismo en la academia que en los medios masivos; es un escritor que pertenece al canon y un ícono de la cultura popular”. Confirman lo escrito por JEP, miles de tesis y ensayos sobre la obra de Hemingway, así como una interminable serie de trabajos de divulgación sobre la vida azarosa del escritor: amores, safaris, aventuras en el mar y su relación con periodistas y críticos literarios. Era sabido que a Hemingway no le gustaba hablar sobre literatura y mucho menos sobre su obra ya publicada.

A propósito, María Laura Del Piano recoge esta anécdota en su blog: "Hemingway en el pico de su fama, un año antes de ganar el Premio Nobel, respondía preguntas a un grupo de periodistas sobre 'El viejo y el mar'. Un cronista, intrigado por esa fábula en apariencia simple y de clave alegórica, le preguntó al escritor qué representaban los personajes de su historia. Hemingway lo pensó un segundo y dio su respuesta: el pescador representa a un pescador; el chico, un chico; el barco, un barco, y el tiburón, un tiburón. De allí en más, todo corre por cuenta del lector”.

 

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Un día antes de su muerte, después de haber sobrevivido a tres intentos de suicidio, Hemingway visitó una clínica donde lo sometieron a una desgastante terapia de electrochoques. Fue el último intento de superar una depresión que lo afectaba desde hacía varios años. 

El 2 de julio de 1961, en Ketchum, Idaho,  Hemingway se descerrajó un potente disparo de escopeta dando fin a su vida. Es notorio y notable que el suicidio persiguió a su familia, ya que tanto el padre, dos hermanos y  su nieta Margaux optaron por el mismo final.

Las especulaciones acerca de la última decisión del gran escritor, son varias e inconexas entre sí. Algunos estudiosos del universo Hemingway atribuyen el suicidio a la depresión que sufría al percatarse que su carrera de escritor había terminado. Otros han afirmado que la causa directa fue un profundo desorden de su personalidad, originado por traumas infantiles. Una tercera corriente de opinión, culpa al FBI y la constante persecución que desplegó contra Hemingway, aunque uno de sus principales biógrafos, H.E. Hotchner, sostiene que fue ilusoria.

Gabriel García Márquez, gran admirador de Hemingway, escribió: “…Hemingway no parecía pertenecer a la raza de los hombres que se suicidan. En sus cuentos y novelas, el suicidio era una cobardía, y sus personajes eran heroicos solamente en función de su temeridad y su valor físico”.

Lo cierto es que aquella mañana del 2 de julio de 1961, casi de madrugada y con total sigilo para no despertar a su esposa, Ernest Miller Hemingawy se calzó una bata que le sentaba muy cómoda y que él llamaba “la túnica del emperador”; caminó a una sala donde guardaba las armas, tomó la escopeta favorita ‒una Boss calibre doce‒ y apoyó los cañones sobre su frente.

“No quisiera uno saber lo que sigue, sino dejarlo allí, suspendido en esos segundos antes de que jale el gatillo. Cuando, con los ojos cerrados, como lo imagina Francisco Hernández en uno de sus estupendos poemas, mira que se acerca un león”. (Rafael Vargas, Proceso, 29 / 6 / 2011).

EX LIBRIS

El de Hemingway (Fragmento)

Ricardo Piglia

El uso de repeticiones, reiteraciones —ya de palabras, asonancias o consonancias y yuxtaposiciones—, unido al uso de la elipsis, define el estilo inconfundible de Hemingway y refuerza la presencia de una voz narrativa áspera que constituye el marco para la resonancia emocional. La lógica de una escena no depende de la acción que se desarrolla ahí, sino de las reacciones fragmentarias y entrecortadas de una realidad en crisis. Hemingway sustituye la lógica de la acción con la presencia de un narrador que no quiere decirse a sí mismo lo que ya sabe.

“(…) Bien lo advirtió Ezra Pound: «Hemingway no se ha pasado la vida escribiendo ensayos de un esnobismo anémico, pero comprendió enseguida que Ulises, de Joyce, era un fin y no un comienzo». Joyce había escrito con todas las palabras de la lengua inglesa y había mostrado un gran virtuosismo, allí es donde Hemingway tiene una intuición esencial; no había que copiar de Joyce esa gran capacidad verbal, sino que era necesario empezar de nuevo, con un inglés coloquial, de palabras concretas, de pocas sílabas y frases cortas. Es a partir de aquí que construye un estilo de resonancias múltiples que marcó la prosa narrativa del siglo XX, de Salinger a Carver.

Hemingway trabajaba con los restos del lenguaje, buscaba una prosa conceptual que insinuara sin explicar, de ese modo se elaboró una escritura experimental; muy conectada con las vanguardias de su época. Beckett llegaría a la misma conclusión años después: para escapar del inglés literario que Joyce había agotado, decidió cambiar de lengua y escribir en francés. Lo importante de Hemingway, y de Beckett, es que no describían lo que veían, sino que se describían a sí mismos en el acto de ver. Sus relatos trascienden el nivel meramente descriptivo para desembocar en un estilo que bordea el idiolecto, avanzando desde lo concreto y particular hacia la emoción. Hemingway quería escribir historias mínimas, tratando de narrar los hechos y transmitir la experiencia, pero no su sentido. La simplicidad de la estructura de las frases y de la dicción —la de alguien fisurado emocionalmente— se ve reforzada por el uso restringido de adjetivos y adverbios. Casi no hay metáforas, ni comparaciones ni oraciones subordinadas; evita las técnicas tradicionales y puede ser leído como una versión personal que definió la renovación de la literatura moderna.

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