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Miscelánea: Lázaro Cárdenas del Río, el general del pueblo

Foto(s): Cortesía
Redacción

Leonardo Pino

 

El general Lázaro Cárdenas del Río nació el 21 de mayo de 1895 en Jiquilpan, Michoacán. Debido a la muerte de su padre, debió asumir la responsabilidad de jefe de su familia, siendo un joven de 16 años. Su primer trabajo fue como aprendiz en una imprenta, donde, a través de las charlas de los liberales del pueblo que se daban cita allí, tuvo su primer acercamiento sobre el despojo de tierras a comunidades indígenas, la explotación de los campesinos, la concentración de la riqueza y la desigualdad. Fue en este espacio que Cárdenas comenzó a formarse políticamente.

En 1913, después del golpe de Estado que derrocó al presidente Francisco I. Madero, y, ante la posibilidad de ser detenido, se enlistó en las fuerzas revolucionarias a los 18 años. Tras una extensa y exitosa trayectoria militar, Cárdenas fue electo gobernador del Estado de Michoacán en 1928. Su gestión se caracterizó por el justo reparto agrario y la prioridad concedida a la educación, elementos que serían potenciados en su gestión de gobierno nacional. A dos años de asumir el gobierno michoacano, el general dedicó el 47 por ciento del presupuesto estatal para aumentar, de 357 a 899, los edificios escolares y triplicar el número de maestros y alumnos.

El general asumió la presidencia del partido oficial, el Nacional Revolucionario (PNR), a fines de 1930 y se convirtió en uno de los políticos más importantes del país. En mayo de 1933 fue postulado como candidato a la Presidencia de la República y tomó posesión del cargo, el 30 de noviembre de 1934.

Durante su gobierno se realizó la más completa reforma agraria de todo el siglo XX, más de 18 millones de hectáreas, y se realizó la expropiación de la principal industria nacional, el petróleo, que estaba en manos de compañías estadunidenses, inglesas y holandesas.

Al respecto, escribió en sus Apuntes el 19 de marzo de 1938: “He hablado al pueblo pidiendo su respaldo, no sólo por la reivindicación de la riqueza petrolera, sino por la dignidad de México que pretenden burlar extranjeros que han obtenido grandes beneficios de nuestros recursos naturales, y que abusan considerándose ajenos a los problemas del país”.

El gobierno cardenista también promovió la organización, la lucha y la movilización de los trabajadores atendiendo sus más antiguas demandas. El presidente apoyó los reclamos salariales, el derecho a la sindicalización y la firma de contratos colectivos que establecían mejores condiciones laborales para los trabajadores.

En síntesis, en el gobierno del general Lázaro Cárdenas, los obreros ganaron incrementos salariales y contratos colectivos justos; los campesinos, tierras, asistencia técnica y créditos como nunca antes; y el pueblo, dignidad y orgullo de pertenencia.

Este proceso popular y revolucionario, y con el apoyo de las grandes mayorías populares, convirtió a la gestión del general Cárdenas en un ejemplo de desarrollo económico con justicia social, de estabilidad política y en el mejor gobierno mexicano del siglo XX.

El general Cárdenas y la soberanía en el Istmo de Tehuantepec

La entrega del Istmo fue perpetrada por Antonio López de Santa Anna, en el infame Tratado de La Mesilla, firmado en 1853, y no por el Tratado Mc Lane-Ocampo, negociado en el año 1859.

El Tratado Mc Lane Ocampo nunca entró en vigor, pero el Tratado de la Mesilla sí; en consecuencia, el gobierno del Presidente Cárdenas, para recuperar la soberanía de esa región oaxaqueña, logró la anulación del Artículo 8° del Tratado de La Mesilla. Así lo anunció oficialmente:

LÁZARO CÁRDENAS, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos,
a sus habitantes, sabed: Que el trece de abril de mil novecientos treinta y siete se concluyó y firmó en la ciudad de Washington, D. C., por Plenipotenciarios debidamente acreditados, un Tratado entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América por el cual se deroga el artículo VIII del Tratado de Límites, celebrado entre los mismos países, en la ciudad de México, el treinta de diciembre de mil ochocientos cincuenta y tres (…).

La conjura de los dioses

Arturo Fajardo Núñez

-¿Qué ondita mi Tláloc?

-Nada, mi buen Cocijo, aquí nomás medio agüitadón; me regañó la Coatlicue que dizque, por mi pereza, se le está agrietando la piel de lo reseca que está. Ya le dije que yo he hecho mi chamba, pero que si no ha llovido es porque allá abajo no paran de cortar árboles y pues así no se puede, no hay humedad suficiente. Lo de siempre, mi querido Coci. Hace días me encontré a Chaac, el yucateco, y me contó una historia semejante. Los humanos mayas están extinguiendo los bosques para hacer mezclas para sus casas.

-¿Por qué no le echas un grito a Tajín y nos vamos a ver a la señora? Chance y hacemos un plan.

-Ya estás.

-A ver dioses, ya sé que los humanos han dañado la tierra, contaminado el agua, desecado los ríos y perturbado toda la naturaleza. Pero sucede que ustedes son sus dioses del agua, ¿no? Eso dice su título, para eso les pagan. Convénzanlos, capacítenlos, ya dejen de exigir sacrificios. ¡Innoven! Vayan y resuelvan todo o los pongo de patotas en la calle y mando llamar a los nuevos dioses; hay uno que se llama San Isidro, otro San Juan. Ándenle, ándenle… hablando y haciendo llover.

-Pero madre, recuerda que fueron ellos y sus errores quienes hicieron que dejara de llover en el Sahara.

-Naaa qué, eso no fue culpa de ellos, eso fue política de alto nivel, yo sí estuve en esa junta... órale, dejen de echar grilla a los extranjeros y pónganse a chambear. Ya agarraron contrato hasta Europa, concretamente en España e Italia.

-Oigan, ¿qué tal si les mandamos una mega lluvia a nivel nacional? ¿Con granizo y toda la cosa? Chance y agarran la onda, se ponen a plantar todo tipo de árboles y se salvan solos. Nosotros les mandamos agua y allá ellos. No creo que nos culpen. Espero que agarren la onda o se van a extinguir, y de paso se van a llevar a todos los animales con ellos.

-Pues podría ser, pero ya ves que a lo largo del tiempo no hacen caso y los meros meros nomás nos regañan a nosotros.

-Mira, yo propongo que por última vez les enviemos lluvia. O agarran la onda y se ponen a cuidar entre ellos, reforestan y aprenden, o terminan extinguiéndose y nos quitamos de broncas.

-Por mí está bien, pero si la cajeteamos se nos puede voltear y vamos a acabar como dioses importados.

-Pues no veo otra solución, o doña Coatlicue nos comerá vivos.

-Dirás asados con tanto fuego en los cerros, ja, ja, ja, ja. ¿Probemos, va? ¿Qué se puede perder? Ni de chiste los mexicanos aceptarían dioses árabes. Ja, ja, ja, ja… ¿se imaginan? ¡Ya parece!

-Tajín, agárrate de Veracruz a Tenochtitlán; tú, Coci, ni modos, agárrate Huaxyacac y el sureste. Chaac Mol, tú vete a tu tierra y dale.

-¡Ah, qué chiste; siempre a Tláloc le toca el Anáhuac!

-Ni modo, hay clases.

-Sale pues, nos vemos en dos milenios; ¿total, qué puede pasar?

-Ya estás… nos vemos en unos años.

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