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Miscelánea: José María Morelos y Pavón, el Siervo de la Nación

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Leonardo Pino

 

Don José María Teclo Morelos y Pavón, hijo del carpintero Manuel Morelos y de doña Juana María Pérez Pavón, nació en la ciudad de Valladolid (hoy Morelia), Michoacán, el 30 de septiembre de 1765. Hasta sus 25 años de edad, se dedica al arreo de ganado en la zona de Tierra Caliente, actividad que le permitió ayudar a su madre y hermana. Cuando abandona esas faenas campiranas, el joven Morelos ingresa al Colegio de San Nicolás, donde era rector don Miguel Hidalgo y Costilla.

El 29 de diciembre de 1797, a sus 32 años, es ungido sacerdote y enviado a la parroquia de Tamácuaro: luego a la de Carácuaro, tan pobre como la anterior.

En octubre de 1810, se reúne con el jefe insurgente Hidalgo, a quien le solicitó ser nombrado Capellán del Ejército naciente; don Miguel le contestó: "Padre, me parece que mejor ha de ser usted un general”.

De vuelta a Carácuaro, Morelos informó a sus allegados las instrucciones recibidas, que decían así:

“Comisiono en toda forma a mi lugarteniente, el Bachiller D. José María Morelos, cura de Carácuaro, para que en la Costa del Sur levante tropas, procediendo para ello con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado.”

Después de aceptar la orden de insurreccionar “la costa del sur”, don José María se despide de su maestro y amigo. Nunca volverían a verse. Allí nace la epopeya del Rayo del Sur.

 

 “A acuartelarse en Oaxaca”

Esa fue la orden que el Generalísimo Morelos impartió a sus tropas en la Villa de Etla, el 25 de noviembre de 1812. Luego de dos horas de combate, el Siervo de la Nación celebra una misa de gracias por la toma de Oaxaca, en el entonces Llano de Guadalupe, hoy Paseo Juárez El Llano.

La toma de Oaxaca fue la principal conquista militar y política del ejército del Sur, ya que era la capital de la intendencia y sede del Obispado. El valor de lo rescatado como botín de guerra ascendió a la suma de tres millones de pesos, consistente en barras de oro y plata, grana cochinilla, alhajas y armas, principalmente. Escribió Morelos: “La ciudad de Oaxaca, que acabamos de tomar, además de ser sede obispal y de intendencia, está llena de hombres útiles, minas, puestos y granas, que convertiremos en fusiles”. Con toda transparencia, el informe completo fue publicado en el Correo Americano del Sur, dirigido por el intelectual oaxaqueño don Carlos María de Bustamante e impreso en la oficina tipográfica del fraile José María Idiáquez, que estaba ubicada en las hoy calles de Valerio Trujano y Flores Magón.

Al otro día de la conquista, el señor Morelos dispuso la celebración de una solemne ceremonia religiosa donde se honró a las cuatro primeras víctimas de la lucha insurgente en Oaxaca: José María Armenta, Miguel López de Lima, José Catarino Palacios y Felipe Tinoco.

En el escaso tiempo en que estuvo en nuestra ciudad, el Siervo de la Nación pudo organizar la elección libre para elegir al primer intendente, cargo para el que fue electo José María Murguía y Galardi. También estableció un taller para la fabricación de armas.

El Generalísimo abandona nuestra ciudad el 9 de febrero de 1813.

 

"Morir es nada, cuando por la patria se muere”

Capturado por las tropas del virrey Callejas el 5 de noviembre de 1815, acusado de hereje y de alta traición al rey -“no desconozco al rey por la sencilla razón de que no existe”-, el Padre de la Patria aguarda la muerte ineluctable.

Antes de enfrentar el postrer momento, confía en carta a su hijo Juan Nepomuceno Almonte: “…espero serás de los que contribuyas con los que van aún a terminar  la obra que el inmortal Hidalgo comenzó”. La muerte le evitó el dolor de saber que su hijo mayor se convertiría en un notorio reaccionario conservador y aliado de la invasión francesa al país.

Reducido en una celda austera en San Cristóbal Ecatepec, el Generalísimo responde al interrogatorio a que lo someten los poderes religioso y militar, sin delatar nunca a ningún compañero de gesta, ni revelar planes ni proyectos libertarios.

Antes de salir a la explanada donde habría de ser fusilado, seguramente Don José María Morelos y Pavón recordó ese mediodía en que conoció Oaxaca; debe haber entrevisto aquel parque en que fijaba su mirada y pensamientos desde el segundo nivel del caserón que habitaba en Trujano y Miguel Cabrera, y le debe haber llegado un relumbrón del valle prodigioso que lo albergó durante setenta y cinco días.

A las tres de la tarde de aquel 22 de diciembre de 1815, el Rayo del Sur recibe cuatro balazos y otros cuatro para terminar con su vida, jamás con los ideales por los que luchó y por lo que nunca se negó a morir.

 

EX LIBRIS

Los brazos de Morelos

Francisco González Gómez

Abolición de la esclavitud y reparto de tierras

Ocupado por los asuntos bélicos, Morelos no olvidaba la política social en beneficio de la población; por ello, expidió un bando para la abolición de las castas y la esclavitud:

“Por el presente y a nombre de Su Excelencia (Miguel Hidalgo) hago a todos los moradores de esta América el establecimiento del nuevo gobierno por el cual a excepción de los europeos todos los demás avisamos no se nombran en calidades de indios, mulatos, ni castas, sino todos generalmente americanos. Nadie pagará tributo, ni habrá esclavos en lo sucesivo, y todos los que los tengan, sus amos serán castigados. No hay cajas de comunidad, y los indios percibirán las rentas de sus tierras como suyas propias en lo que son las tierras. Todo americano que deba cualquier cantidad a los europeos no está obligado a pagársela; pero si al contrario debe el europeo, pagará con todo rigor lo que debe al americano...

“La pólvora no es contrabando, y podrá labrarla el que quiera. El estanco del tabaco y alcabalas seguirá siendo por ahora para sostener tropas y otras muchas gracias que considera Su Excelencia y concede para descanso de los americanos.

Que las plazas y empleos están entre nosotros, y no los puedan obtener los ultramarinos, aunque estén indultados.

Cuartel General del Aguacatillo, 17 de noviembre de 1810.”

Consciente de los compromisos contraídos con la población y de la necesidad de construir un nuevo orden, Morelos reiteró estas disposiciones políticas en su decreto del 18 de abril de 1811: formación de la provincia de Tecpan con esa población como capital; libertad del cultivo del tabaco que era un monopolio controlado por los comisionados virreinales y que enriquecía las finanzas de la corona española; lo más importante fue la insistencia para que las autoridades de los pueblos transfirieran lo recaudado a los comisionados insurgentes y entregaran “las tierras para su cultivo, sin que puedan arrendarse, pues su goce ha de ser de los naturales en los respectivos pueblos”.

(…) A diferencia de las propuestas de Morelos, ningún cambio a la propiedad de la tierra o a sus formas de trabajo y de explotación de la mano de obra indígena habría de recogerse en el Plan de Iguala, fundamento del programa de Independencia formulado por Agustín de Iturbide en 1821.

(Tomado de "Los brazos de Morelos"; Francisco González Gómez; Brigada para Leer en Libertad A.C, 2013).

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