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Los olvidados del terremoto de 1931: el tiempo no ha cerrado la herida

Foto(s): Cortesía
Octavio Vélez Ascencio

El 14 de enero de 1931, alrededor de las 20 horas, un terremoto de 7.8 grados, que duró tres minutos y 10 segundos, provocó una gran tragedia en la ciudad de Oaxaca y en municipalidades aledañas de los Valles Centrales y la Sierra Sur.

Hasta estos años, aún no se tiene un número puntual o aproximado del número de víctimas mortales, ni de edificaciones afectadas, que dejó ese fenómeno geológico con epicentro en Loxicha.

Únicamente, por versiones de aquellos años, se sabe que murieron alrededor de 10 mil personas en la capital del estado y en otras municipalidades de las regiones colindantes.

Ante la magnitud de la tragedia, por la inexistencia de Protección Civil y mucho menos de estrategias de gestión integral de riesgos, el entonces presidente Pascual Ortiz Rubio dispuso que el entonces delegado del Departamento de la Estadística Nacional, Rogelio R. Santaella, conformara el Comité Central y los Comités Locales de los Trabajos Censales de los Sismos, encabezados por el gobernador de ese tiempo, Francisco López Cortés y los presidentes municipales, para hacer un levantamiento de los perjuicios ocasionados por el terremoto.

De acuerdo con documentos del Archivo General del Estado de Oaxaca (AGEO), el funcionario federal hizo llegar al mandatario estatal diferentes escritos para iniciar los estudios y estadísticas que permitieran ver con más certeza los daños y las necesidades de los damnificados.

Fue así, que el 8 de junio de ese año se integró formalmente el Comité Central y desarrolló su primera sesión a las 17 horas en la sede del entonces Instituto de Ciencias y Artes del Estado.

Ese Comité Central distribuyó las boletas o formatos a los Comités Locales para recabar información sobre los fallecidos y los heridos, así como las afectaciones en edificaciones y los daños en instalaciones de energía eléctrica y agua potable.

No quedó una sola casa

En Oaxaca de Mis Recuerdos, Carlos Velasco Pérez escribió “toda la noche siguió temblando, aunque ya no con la misma fuerza del primer sismo trepidatorio que ha de haber sobrepasado el último grado de Mercalli y que duró tres minutos y 10 segundos. Oaxaca se arruinó todita y bajo sus escombros quedaron decenas de muertos. No quedó una sola casa en buen estado y hasta las torres de la Catedral se derrumbaron con estrépito. Para no dormir en la calle, nos fuimos a las oficinas de la cárcel de Santa Catarina, donde trabajaba mi patrón, cuando mis nervios estuvieron a punto de estallar debido a los gritos y lamentos de los presidiarios que demandaban la ayuda de algún médico o de un sacerdote, e inocentemente pedían que les abrieran la puerta para salir a ver a sus familiares, pero lo hacían con tanta insistencia que no nos dejaron dormir… Las humildes vendedoras de tamalitos, atole y tripitas de leche que se asaban y vendían en mi esquina de ‘El Chilero’ no volvieron a alegrar aquel típico lugar porque varias de aquellas infelices mujeres quedaron sepultadas bajo los escombros”.

La tragedia originó un éxodo

Mientras José María Bradomín, en Monografía del Estado de Oaxaca, apuntó “el 14 de enero de 1931 se registró el último movimiento sísmico de consideración en la ciudad y el valle, comparable en intensidad pero de mayor duración que los de marzo y abril de 1928. Esta vez, sí hubo algunas víctimas y desplomes parciales de construcciones resentidas ya por los efectos de los temblores anteriores, habiendo sido este movimiento el que abrió el éxodo de numerosas familias que se ausentaron definitivamente de Oaxaca, cuya población quedó reducida a dos tercios o sea, unos 40 mil habitantes”.

Más oaxaqueños que antes

El antiguo cronista de la ciudad, Everardo Ramírez Bohórquez narró en Itinerario Crítico de mi Ciudad de Oaxaca, que “el horroroso temblor del 14 de 1931, es decir en época reciente, (fue) cuando Oaxaca  resultó despojada de gentes y de esperanzas porque miles de paisanos emigraron ante la situación tan insegura. Nunca antes, ni siquiera en los años aciagos de la Revolución, cuando tantos se ausentaron por cuestiones políticas, mi ciudad soportó tan grave sangría.

“Bien es cierto que, sin casas, porque fueron desbaratadas o tuvieron que ser demolidas para evitar daños mayores, se careció de vivienda: a la zozobra se agregó la incomodidad. El valor de la propiedad cayó; muchos predios se vendieron en unos cuantos dineros. Pero el mayor duelo fue que centenas de familias, perdida la fe en el porvenir, en el motivo original, encontraron razones para alejarse del terruño, donde quedaba la tumba de sus antepasados. Tuvieron razón, pero no para renegar –el término es duro, pero justo–, de Oaxaca, como si Oaxaca hubiera tenido la culpa de su desastre, como si el desastre hubiera sido motivo de vergüenza. Y afirmo lo anterior porque al referirse a su pueblo, hablaban como de un lugar sin redención ni futuro, que jamás podría ofrecerles, menos aún a sus descendientes ni siquiera el azul del cielo…Por eso, quienes aquí permanecimos, ganamos el derecho de sentirnos más oaxaqueños que antes del 14 de enero de 1931”.

Montones de escombros

El periódico El Mercurio, fechado el 23 de enero de 1931, publicó una noticia del desastre.

“Al visitar los amplios patios de algunas casas que hoy son montones de escombros, unos y otros convertidos en verdaderos campamentos donde se presencian escenas reales, cuadros de dolor, capaces de impresionar a los espíritus más fuertes, ancianos y niños, tendidos sobre viejos petates y envueltos en miserables sarapes, con la tristeza realmente reflejada en sus demacrados rostros, pasan gran parte de la noche en el insomnio hasta que el sueño le vence para volver a despertar poco después ante la desconsoladora realidad que los rodea. Jóvenes de ambos sexos, en la plenitud de la vida y en peores condiciones aún que los ancianos y los niños, puesto que a estos les cedieron las escasas comodidades de que podían disponer, pasan la noche contemplando a los seres queridos y claman a los dioses al ver la impotencia de los hombres para contener o siquiera anunciar aquellos temblores de tierra que les acarrearon tantas desgracias y tanta desolación”.

Una fortaleza bombardeada

Genaro V. Vásquez relató en Para La Historia del Terruño. “La destrucción de los sotabancos y cornisas de todas las casas de la ciudad y el agrietamiento o derrumbamiento interior de las mismas, daba a la ciudad, diez días después del 14, el aspecto de una fortaleza bombardeada cuyo 95 por ciento de casas estaban totalmente inhabitables”.

El desastre en Oaxaca

Las pocas imágenes que se conocen de la tragedia fueron filmadas por el célebre cineasta ruso Sergei M. Eisenstein. Casualmente Eisenstein y su equipo se encontraban rodando ¡Que viva México! en el país, por lo que pudieron realizar este corto documental llamado “El desastre en Oaxaca”.

En la cinta, se retrata la devastación dejada por el terremoto del 14 de enero de 1931, fotografiada por el cineasta incluso desde el aire, cuando el avión se aprestaba a aterrizar en los terrenos del antiguo aeropuerto.

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