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Lecturas para la vida: La otra conquista

cuarto
Foto(s): Cortesía
Redacción

Gregorio Melgar Valdés

Después de siete largas horas, postrado en medio de una fila de asientos de tres plazas, mi estómago reclamó, mis piernas también y mis posaderas empezaron a manifestar ruidos de inconformidad. Caminé durante un buen rato como antiguo policía bancario por el pasillo de la aeronave, hasta que alguien me advirtió: “Señor, sírvase pasar a su lugar y ponerse el cinturón, estamos por entrar a una zona de inestabilidad y viento”. Sin entender a ciencia cierta qué era esto, y sin discutirlo, guardé silencio y me acomodé en mi lugar. Cuatro horas después, cuando mi humilde Timex estaba por marcar las ocho de la mañana, anunció por el altavoz el capitán, que iniciábamos el aterrizaje en el moderno, amplio, servicial, grande y bonito aeropuerto de “Las Barajas” o algo así. Para entonces, mi primera sorpresa: ¡Eran ya las cuatro de la tarde!

Concluidos prontamente los trámites en la aduana, pues nada, que saliendo del aeropuerto, un atento andaluz en su taxi nos llevó a la velocidad permitida a la moderna ciudad de los Madrides. Según nuestra fabulosa reserva -no se crea que llegamos a un hostal; no, no señor-, llegamos a un gran hotel, un tanto gris y no muy moderno con el arrogante nombre de “Petit Palace”. ¡Cómo lo voy a olvidar! Después de las bienvenidas y el clásico registro, nos guiaron a nuestra habitación; ¡qué habitación esta!, tampoco la olvidaré; resultó más pequeña que una casa de interés social del Infonavit, y el costo por noche más alto que una estancia en el Hospital Ángeles del Pedregal.

Desde ese momento acordamos mi noble dama y yo, que no repararíamos en gastos y pichicaterías. ¡Así que a divertirse! Ya la pobre Visa nos diría qué pasó al regreso. Para entonces, eran poco más de las seis de la tarde; decidimos cenar un par de sándwiches en el pequeño restaurante del hotel, pues nuestro estómago era un inconsciente que no sabía nada del cambio de horarios y reclamaba atención. Por otro lado, la comida iniciaba a las siete de la tarde. ¡Esa noche dormí como gato de casa rica!

A la mañana siguiente -como dicen en los cuentos-, ya el sol se levantaba sobre los tejados. Después de un buen y reconfortante baño matinal, nos preparamos para la “conquista de los conquistadores”. Sabíamos bien que, si quieres conocer una ciudad, debes hacerlo caminando.

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