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Las cartas de Kafka: realidad e irrealidad en los afectos

escritor
Foto(s): Cortesía
Redacción

Mónica Ortiz Sampablo

Un niño escuálido, de mirada profunda, de huesos impecables y mente brillante. Un hombre dedicado a las letras, letras danzarinas que con movimientos estrambóticos enmarañaban la realidad, o tal vez la esclarecían. Un hombre insecto, cuya piel exterior era la carcasa que protegía esa receptiva y blanda sustancia, germen de prodigios fascinantes.       

Muchos lo conocimos en la preparatoria; fue nuestra bandera de incomprendidos su "Metamorfosis"; le conocimos el rostro cetrino, los ojos profundos, las orejas élficas, con una actitud corporal que lo guarecía: (otra carcasa) brazos cruzados por el frente en todas sus modalidades.

La literatura de Kafka resulta fascinante por laberíntica, pero en esta serie de notas no pretendo abundar en mis interpretaciones sobre su narrativa, más bien abordaré sus cartas. Fue un hombre que escribía todo el tiempo y eso incluye el dedicado arte personal, pese a que en ocasiones, decía que el oficio de escribir sólo era un acto que desvirtuaba la verdad: “falsas manos que se tienden a uno mientras escribe”. Kafka en algún momento pidió o debo decir ordenó a su querido amigo Max Brod que quemara sus obras: “Querido Max, mi última petición: Todo lo que se encuentre entre mis cosas (en estantes, armario, escritorio, en casa y en la oficina, o en cualquier otra parte, y que llegue a tu conocimiento), sean diarios, manuscritos, cartas, propias y ajenas, dibujos, etcétera, debe ser quemado sin dejar nada y sin leerlo; lo mismo harás con todos los escritos o dibujos que poseas o que tengan otros, a quien se los pedirás en mi nombre, que se comprometan por lo menos a quemarlas ellos mismos”. No puedo imaginar la posible reacción al enterarse de que en gran parte del mundo ha sido leído gracias a la desobediencia de Brod, lo mismo al saber que algunos más curiosos nos atrevimos a leer sus misivas.

Al mirar a este hombre tan serio, o triste o serio y triste a la vez, me preguntaba si el amor se había hecho presente en su vida, si había tenido alguna novia; para mi sorpresa las tuvo, incluso estuvo a nada de casarse en tres ocasiones. Kafka podía parecer un tipo frío y sin sentimientos, marcado por la exigencia paterna; sin embargo, el amor lo atrapaba cuando por descuido dejaba la puerta abierta, no para que alguien entrara, sino para él salir.

Continuará el próximo miércoles…

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