Pasar al contenido principal
x

La muerte de un valiente

miguel-hidalgo
Foto(s): Cortesía
Redacción

Leonardo Pino

Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, mejor conocido con el dulce título de Padre de la Patria, era un sacerdote culto que hablaba, traducía y leía con fluidez los idiomas latín, italiano, francés, por supuesto, castellano y, para comunicarse con su feligresía, aprendió a la perfección las lenguas purépecha, náhuatl y otomí. Era proverbial su afición a las bellas artes, especialmente a la literatura, la música, el teatro y el canto.

De acuerdo con Paco Ignacio Taibo II, la imagen que conocemos del Padre Hidalgo, es inventada, ya que don Miguel nunca fue retratado en vida; las primeras pinturas sobre él se realizaron 50 años después de su muerte, por instrucciones de Maximiliano. “Paradojas de las paradojas”, escribe Taibo; “la imagen del hombre que rompió amarras con el imperio español, se nos ha impuesto heredada por otro imperio”.

Este cura inquieto y con ideas de avanzada en lo social y político, se unió en el año 1809 a una sociedad secreta que pretendía convocar a un congreso para gobernar la Nueva España y obtener la independencia del país.

El 16 de septiembre de 1810, izando como estandarte insurgente a la Virgen de Guadalupe, el Padre Hidalgo dio el Grito de Dolores, con el que dio inicio a la gesta de independencia. Cuatro meses después y luego de haber tomado Guanajuato, Guadalajara y optado no atacar la ciudad de México, las tropas de Hidalgo fueron derrotadas en la Batalla de Puente de Calderón, que lo obligó a replegarse hacia el norte.

Traicionado por Ignacio Elizondo, fue capturado en Acatita de Baján, junto a Allende y 27 compañeros más, y encarcelado en un hospital de Chihuahua.

Durante este tiempo fue excomulgado y privado de su dignidad sacerdotal por miembros de la Inquisición, quienes asentaron el arrepentimiento del patriota; sin embargo, los testigos de su prisión aseguraron que Hidalgo nunca se arrepintió de haber iniciado la independencia de su patria.

El día final de su vida, fue llevado a la plaza donde sería fusilado; en el trayecto repartió dulces a los soldados y agradeció las atenciones de sus guardianes; pidió que lo mataran de frente, no de espaldas como a un traidor.

El oficial Pedro Armendáriz fue el encargado de dirigir el pelotón de fusilamiento aquel funesto 30 de julio de 1811; tiempo después de este acto abominable, Armendáriz se sumó a la Sociedad “Amigos de Hidalgo”, cuya misión era fomentar el culto a la memoria del Padre de la Patria. Otra paradoja de paradojas.

Aquella mañana, cuando lo sentaron en un banco atado a un madero y le vendaron los ojos, el Padre Hidalgo se colocó la mano en el corazón para indicarles a los soldados donde debían disparar.

La primera descarga de balas falló; aunque los soldados estaban a cuatro metros de él, solo hirieron parte de su estómago; el padre seguía con vida y la venda había caído de sus ojos. “Y nos clavó aquellos sus hermosos ojos que tenía. / Las balas de la segunda fila /  le dieron todas en el vientre…/ Poco estremo hizo, solo sí / le rodaron unas lágrimas muy gruesas. / Pero nada hizo desmerecer su hermosa vista”, nos relata el poeta Efraín Huerta.

La segunda andanada de balas le dio en el vientre, la tercera volvió a fallar; el jefe insurgente tenía destrozados el vientre y la espalda, pero mantenía un silencio digno y valiente.

Finalmente, Armendáriz, al ver que los soldados temblaban al apuntar contra el Padre de la Patria, “que llegó al cadalso como a un acto ordinario, / sin significación, como quien se dirige / a una ventana de su recámara / para ver si lloverá…”  (EH) -, ordenó disparar en forma directa sobre el corazón del héroe independentista.

Luegoescribió el mismo Armendáriz- se sacó el cadáver a la Plaza “para que lo viera el público que cuasi en lo general lloraba, aunque sorbiéndose las lágrimas”.

Las últimas horas del insurgente

En el último día de su vida, el Padre Hidalgo fue privado de su condición sacerdotal y le anunciaron que al otro día, a las 7 de la mañana, sería fusilado. Para esto, el Juez Civil, Ángel Avella, lo hizo ponerse de rodillas y le notificó que le serían confiscados todos sus bienes, tras lo cual le fueron colocados los grilletes. Antes de ser conducido a la celda, don Miguel pidió fumar un cigarro en la sacristía, donde charló con sus carceleros. El resto del día lo pasó en la habitación asignada donde fue atendido por el cabo Ortega y por el alcaide de la cárcel, Melchor Gauspe. A este último le pidió que le fueran dadas las mismas raciones de leche en la cena y en el desayuno, reclamó unos dulces, rezó un rato y se durmió profundamente. Al alba del 30 de julio, recibió los últimos auxilios religiosos. Cuando le trajeron el desayuno, reparó en que era insuficiente y reclamó con impecable lógica: No porque fuera a morir, le iban a negar la ración completa.

Antes de salir al patio donde lo fusilaron, escribió las siguientes décimas de agradecimiento sobre la pared de la celda, dedicadas a sus custodios, el cabo Ortega y Melchor Gauspe.

 

Ortega, tu crianza afina,

tu índole y estilo amable

siempre te harán apreciable

aún con gente peregrina.

Tiene protección divina

la piedad que has ejercido

con un pobre desvalido

que mañana va a morir,

y no puede retribuir

ningún favor recibido.

 

Melchor, tu buen corazón

ha adunado con pericia

lo que pide la justicia

y exige la compasión;

das consuelo al desvalido

en cuanto te es permitido,

partes el postre con él,

y agradecido, Miguel

te da las gracias rendido.

 

VENTANA

En recuerdo del maestro

Un atardecer, callada, discreta, suavemente, el maestro Francisco Toledo se elevó junto a una bandada de papalotes y partió hacia otras coordenadas espaciales.

Tlacuilo cósmico, ahora seguro anda liberando en el cosmos un nuevo bestiario de animales fantásticos, una inédita poética del erotismo y una proclama en defensa de la tierra, del maíz criollo, de todas las culturas y del patrimonio edificado.

Con una rosa de los vientos hecha de maíz tierno, seguro persigue a los vientos cuya temporada le gustaba, porque “veo imágenes de las mujeres a quienes se les levanta la falda con el aire o a los pájaros que se les mueven las alas y la cola por todos lados”.

Pero sabemos que también está acá, en los IAGO's, en el CASA, en la Biblioteca para Ciegos, en el Centro Fotográfico Álvarez Bravo, en el patio de El Pochote, en las calles de Alcalá, 5 de Mayo, Murguía. Está en la herencia de libros, discos, películas y grabados que nos legó. Pero sobre todo, en su ejemplo de hombre sabio, humilde y recto. Él no solo perduró; honró la vida.

El pasado 17 de julio, día de su cumpleaños, le ofrendamos hartos totopos, camarones secos, un gran bule con mezcal y nuestro recuerdo cariñoso. Gracias por todo, maestro.

Noticias ¡Cerca de ti!

Conoce los servicios publicitarios que impulsarán tu marca a otro nivel.