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General Felipe Ángeles, el artillero de la Revolución Mexicana

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Foto(s): Cortesía
Redacción

POR: LEONARDO PINO

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El general Felipe Ángeles, nacido en Zacualtipan, Hidalgo, el 13 de junio de 1868, fue el militar con mayor preparación humanista y técnica de los que participaron en la Revolución Mexicana. En todos los ensayos y biografías escritos sobre su persona y trayectoria, se destacan el talento, sentido del honor y honestidad que lo caracterizaron.

Incluso, el general Emiliano Zapata a quién debió combatir en Morelos, le escribió al general Ángeles (cuando éste se encontraba en EUA): “Estimado general: Por varios conductos he tenido ocasión de ser informado de la correcta actitud que usted ha sabido conservar en ese país, sin manchar en lo más mínimo sus antecedentes de hombre honrado y militar pundonoroso, que hace honor a su carrera. De hombres así necesita la revolución (…)”.

Felipe Ángeles inició sus primeros estudios en Huejutla, continuando luego en la Escuela de Molango y el Instituto Literario de Pachuca. A los catorce años ingresó al Colegio Militar donde sobresalió como uno de los oficiales más brillantes, egresando como Teniente Técnico de Artillería, estudios que perfeccionó en Estados Unidos. En Francia le fue concedida la orden de la  Legión de Honor por los méritos realizados durante sus estudios.

Al ser derrotado Porfirio Díaz, quien renunció a la presidencia el 25 de mayo de 1911, fue proclamado presidente de la República Francisco I. Madero, luego de celebrarse unas elecciones extraordinarias. El nuevo presidente llamó a Felipe Ángeles –que se encontraba en Francia– y lo designó director del Colegio Militar. 

En junio de 1912, fue ascendido a general brigadier.

El 9 de febrero de 1913 fue derrocado el gobierno constitucional, por un cuartelazo encabezado por los generales Victoriano Huerta, Félix Díaz (sobrino de don Porfirio), Bernardo Reyes y Manuel Mondragón.

Los traidores recluyeron al general Ángeles en la prisión de Lecumberri y luego fue desterrado a Francia. El déspota Huerta no se atrevió a asesinarlo, porque se trataba de un militar ejemplar que gozaba de respeto entre sus iguales.

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De Europa, el general Felipe Ángeles volvió en el año 1918 para unirse a las fuerzas revolucionarias del general Francisco Villa que enfrentaba al golpista Huerta.

A propósito de esta unión, el general Ángeles escribió en carta a su amigo Manuel Calero: “Siendo Villa uno de los factores más importantes de la lucha actual, tendré que esforzarme por convertirlo de elemento de anarquía en elemento de orden”. Ángeles se convirtió así en el principal artillero de la División del Norte y a su sapiencia en el manejo de la artillería pesada y de la táctica de guerra, se logró la victoria en la Batalla de Zacatecas, entre otras destacadas acciones militares protagonizadas por el Ejército Villista.

Luego de cinco meses de camaradería y amistad, la relación con el general Villa se resquebrajó. De acuerdo al testimonio de unos de sus ayudantes, el general y Pancho Villa se separaron en la madrugada del 30 de octubre de 1919. Villa, refiere el ayudante, le dijo a Felipe Ángeles que se cuidara: “una vez más, le recomiendo que no se me ande usted con confiancitas”. 

Ángeles fue traicionado por uno de sus escoltas, Félix Salas, y fue capturado el 15 de noviembre de 1919, en una cueva del Cerro de las Moras, en Chihuahua. Trasladado a la capital del Estado, se le formó un Consejo Extraordinario de Guerra, dónde Felipe Ángeles sentenció: “Sé que me van a matar; pero también sé que mi muerte hará más por la causa democrática, porque la sangre de los mártires fecundiza las grandes causas”.

Fue condenado a muerte, acusado de rebelión. Al rechazar los servicios de un cura confesor, el general expresó: “Mejor que un confesor, debería estar aquí un psicólogo, que estudiara en provecho de la humanidad, los últimos momentos de un hombre que teniendo amor a la vida, no teme perderla”.

“Señores, hasta luego. ¡Que sean felices y que mi México amado goce de paz para siempre!", se despidió de sus amigos que lo acompañaban.

Muy erguido, el general Ángeles cruzó el patio a grandes pasos y, situándose frente a los fusiles ya tendidos de los soldados, él mismo ordenó, con voz fuerte: ¡Fuego! (Magazín de La Opinión, Los Ángeles, California, domingo 24 de mayo de 1931).

Era el 26 de noviembre de 1919.

EX LIBRIS

Carta del general Porfirio Díaz al general F. Ángeles

París, 18  de junio de 1913.

General Felipe Ángeles.

Habana, Cuba.

Estimado amigo:

No sé si habrá usted recibido una carta que le dirigió el señor Limantour. De cualquier manera le suplico me preste su atención a las ideas siguientes, que si se realizan, pueden significar la salvación de una institución que es para mí sagrada, habiéndole dedicado mis mejores esfuerzos; usted es miembro de esa institución y sabe lo que vale.

El acontecimiento de febrero colocó al ejército en un dilema terrible: o el ejército se sobrepone a la furia del pueblo que ya clama de una manera terrible y se establece la paz, y quizá el único Gobierno estable en México; o el pueblo aniquilará el ejército. La salvación del ejército es muy sencilla y usted es el más adecuado para este objeto, que significará la salvación del país.

Yo había pensado no mezclarme más en los asuntos políticos de mi país, por razones que es inútil mencionarlas ahora; pero ahora lo creo necesario intervenir de una manera privada, dirigiéndome a usted. Usted recordará que al ausentarme, la guarnición que me hizo los honores en Veracruz, bajo el mando del coronel Victoriano Huerta, hoy general, dije entre otras cosas: "Como usted muy bien lo ha dicho, coronel Huerta, el ejército, ha sido el objeto de ataque, y esto me hace que conciba la esperanza que el presente estado de cosas será firmemente defendido por el ejército, restablecer la paz. Si el país necesita de mis servicios, solemnemente me adhiero a mi palabra de militar, de colocarme a la cabeza bajo su bandera guiando a mis soldados y defendiendo con la última gota de mi sangre la muy amada tierra mexicana. Antes de mi partida recomendé al ejército la más completa subordinación, y aunque mi ausencia es temporal, mi corazón permanece con ustedes."

Mis palabras no significan que el ejército debiera convertirse en un simple y sumiso esclavo de inconscientes mandatarios, cuya rudeza los enviaría al desastre y al esfuerzo en contra del pueblo invencible por su furia. Tal vez el general Díaz y el general Huerta así lo comprendieron provocando el evento de febrero, con objeto de salvar el ejército y el país.

Debido a las circunstancias en que se encuentra usted, le toca a usted decidir sobre la suerte de la legión de bravos soldados que son sus compañeros de armas y de sufrimientos. Reflexione usted sobre mi carta y sobre lo que el señor Limantour me dice que le ha escrito.

Sinceramente suyo, Porfirio Díaz.

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