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El lector furtivo: Narciso, el hermoso

Foto(s): Cortesía
Luis Ángel Márquez

Rafael Alfonso

 

¿Qué es lo bello? El cuerpo de una mujer es bello y el cuerpo del hombre lo es también; esto es muy importante para efectos de lo que vamos a ver a continuación. Para los antiguos griegos, el cuerpo del hombre era una de las cosas más bellas del mundo. Baste decir que, según su propia mitología, los dioses helénicos tenían sus queveres, no solo con mujeres, sino también con hombres y viceversa; no en pocas ocasiones, las diosas gustaban de la compañía de hermosas doncellas, en fin.

Hoy traigo para ustedes la historia de un muchacho que era la criatura más hermosa de toda la creación. Era de oficio pastor, y era tan bello que todos cuanto le conocían se enamoraban de él: ninfas, sátiros, mujeres y hombres. Su gracia era ser hermoso -toda una gracia en un mundo que tenía en alta estima la belleza-. Por su parte, el pastor, de nombre Narciso, no sentía interés por nadie en particular. A pesar de que todos le tiraban el anzuelo, el joven siempre respondía con indiferencia.

Cierto que, alguna vez, Narciso mostró interés por una criatura. Era una ninfa, y era hermosa, como estos seres suelen serlo. Era linda en verdad, pero tenía un pequeño defecto: era muy chismosa. A esta ninfa le encantaba la plática, el chisme y el cotorreo, con ellos  entretenía a la diosa Hera mientras Zeus, su marido, le daba vuelo a la hilacha. Como no hay hilo que no se rompa por lo más delgado, un día la diosa se dio cuenta de la treta y al punto castigó a su acompañante, condenándola a repetir por siempre las palabras de su interlocutor. ¡A ella, que tanto le gustaba platicar!

Un día, Narciso, paseando por el bosque, encontró a la ninfa y le hizo plática, pero imaginen este diálogo. Él le dice “Hola”, y ella responde: “Hola”.  Él le dice “¿Cómo estás?”, y ella responde: “¿Cómo estás?” A pesar de que ella se derrite por él, lo único que puede hacer es repetir lo que Narciso decía. Las respuestas que la ninfa daba a las preguntas del pastor eran cada vez más absurdas, hasta que la chocante plática terminó por fastidiar al galán que, dando media vuelta, dejó tras de sí a una criatura desconsolada. Esta corrió a ocultarse a lo más profundo de las cañadas, donde hasta la fecha se la pasa repitiendo lo que otros dicen. Olvidaba decir que el nombre de esta ninfa es Eco, y que fue después de este episodio, que Narciso encontró a su verdadero amor.

No tardaron en llegar a Némesis, la diosa de la venganza, varias quejas por el desdén que Narciso mostraba hacia todos sus enamorados y, con estas, los reclamos de un castigo que se cumplió de la siguiente manera:

Narciso, apurado por la sed, se acercó a un estanque a beber agua, momento en el cual encontró flotando en la superficie la cosa más linda y maravillosa que hubiera visto jamás: su propio reflejo. Ahí estuvo el pastor por días, languideciendo de pasión por su propia persona. Ni siquiera bebía agua por no enturbiar el estanque. Al final, convencido de que nunca podría consumar su amor, se dio muerte a sí mismo.

¡Y pensar que todos tenemos un poquitín de Narciso! Porque -por increíble que parezca en algunos casos- todos amamos eso que somos, y algunos lo hacemos de una forma desmesurada, aunque nuestra propia imagen poco tenga que ver con la belleza y con la realidad.

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