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El lector furtivo: José Zorrilla (última de 2 partes)

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Foto(s): Cortesía
Luis Ángel Márquez

Rafael Alfonso

 

Durante su estancia en nuestro país, José Zorrilla fue un atento observador de la realidad mexicana, misma que consignó en columnas semanales que aparecían en los periódicos de la época. Sus escritos tocan las costumbre de los pueblos, la vida religiosa y la política nacional. También se dio tiempo para involucrarse en varias relaciones sentimentales, como era su costumbre desde la juventud. En cuestión de amores, el poeta era ciertamente donjuanesco.

En México se decía voz en pecho “el Tenorio es nuestro”. Por supuesto, después de la designación de José Zorrilla como director del Teatro Nacional y tras la caída de la administración de Maximiliano, el poeta no contó más con la simpatía de los liberales nacionalistas. Por lo tanto, se daba un caso muy curioso: la obra de Zorrilla se convertía en una tradición que a la fecha sigue viva; no obstante, el autor era repudiado por su adhesión al Segundo Imperio, animadversión que era plenamente correspondida, como consta en "Recuerdos del tiempo viejo", las memorias que el poeta publicó en España en 1880.

Como comentábamos en la entrega anterior, José Zorrilla regresó a España con motivo del fallecimiento de su esposa, con la que había guardaba muchas desavenencias que tocaban incluso el terreno económico, ya que en su momento, la ahora fallecida, no dudaba en suscribir misivas amenazantes a quien tratara comercialmente con su marido. Esto trajo como consecuencia que no le fuera fácil encontrar socios con quienes emprender negocio alguno.

Les contamos también que en su juventud, el poeta abandonó la casa paterna para perseguir la aventura, disgustando con ello a su señor padre que muere por aquellos años de su vuelta a España, sin haberle otorgado el perdón. Sumado esto a que nunca mostró aprecio alguno por la producción poética de su hijo, la muerte del padre debió ser un golpe devastador para nuestro biografiado.

A su vuelta a España, el poeta entabló una justa, pero desigual querella en contra de quienes ostentaban los derechos de sus obras y particularmente de "Don Juan Tenorio", que se representaba durante el mes de noviembre en los teatros españoles y también en muchos teatros de  Francia y de América. Sin embargo, las fabulosas ganancias de estas representaciones iban a parar a quienes compraron los derechos de su obra, muchísimos años atrás, por un precio irrisorio. Dicha situación hubiera podido solventarse con apego a la Ley de Propiedad Teatral promulgada en 1847, pero esta carecía de carácter retroactivo.

Así, los últimos años del autor del Tenorio fueron bastante contradictorios; por un lado, era objeto de homenajes y reconocimientos -incluso se inauguró un teatro con su nombre-; y por el otro, amenazado por las deudas, trabajaba de forma frenética viajando para ofrecer recitales de poesía, alcanzándole dichos ingresos apenas para sobrevivir.

Aquejado desde su juventud de crisis epilépticas y de sonambulismo, en 1890 se conoció la posible causa de ello. Un tumor cerebral le fue extirpado, hecho que sirvió para que la reina María Cristina le otorgara una pensión que alivió en algo su precaria situación, hasta su muerte en 1893.

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