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El cráneo

calaca
Foto(s): Cortesía
Redacción

Sebastiana Gómez

Marcela vivía en una comunidad llamada El Carrizal, cerca de la costa de Oaxaca. Ella era la doctora del lugar. No hace mucho que había llegado a la comunidad, pero ya contaba con un pequeño consultorio y con un espacio para atender partos. Su esposo, Mauricio, era ingeniero agrónomo y trabajaba en algunos ranchos cafetaleros del rumbo.

Para no estar sola, la doctora contrató a una muchacha que le ayudaba en la casa. Rita, como se llamaba, era una niña con todo el carácter costeño que vivía en un pueblo cercano a El Carrizal. Ella trabajaba de lunes a sábado y el domingo regresaba a su casa para pasarlo con su familia.

Un día lunes, Rita regresó a su trabajo trayendo bajo el brazo un envoltorio de papel periódico. Cuando la doctora abrió la puerta, Rita sonrió. Al entrar le dijo: "Encontré esto; lo traje pensando que podría interesarle", diciendo y dejando al descubierto un cráneo. Maricela se sorprendió, pero después agradeció el gesto. Mientras examinaba el cráneo, le preguntó dónde lo había tomado. Rita le contó que, cuando iba hacia la playa con sus papás, lo vio tirado a orillas de un terreno que estaban limpiando y no se los enseñó porque la iban a regañar. La doctora le dijo que lo limpiara muy bien y lo pusiera sobre su escritorio. Rita así lo hizo.

A partir de la llegada del cráneo, se perdió la tranquilidad de la casa. Cuando terminaban las consultas del día se cerraba el consultorio, solo se abría por alguna emergencia, por ejemplo, un parto. Después de la cena y recoger el comedor, la pareja y su empleada se disponían a descansar en sus respectivas habitaciones. Ya con las luces apagadas, desde dentro del consultorio se escuchaban ruidos del instrumental médico, sillas que se movían, pasos y quién sabe qué más. La doctora comentó que no le daba miedo, pero cuando no tenía pacientes, ella aprovechaba para dormir; sin embargo, ahora con el ruido, no lo podía hacer.

Un día, al amanecer, ella misma tomó el cráneo y lo sacó del consultorio, lo puso entre las ramas de un árbol de limón que tenía en el patio de su casa. En el día todo era normal, pero cuando empezaba a oscurecer, los ruidos del consultorio ahora se escuchaban en el patio, chisteaban a la doctora, tiraban piedras a los cristales de la cocina; a partir de entonces, ella comenzó a sentir miedo.

Un fin de semana, la doctora recibió la visita de Eliseo, un sobrino que vivía en la ciudad de Oaxaca. Después de disfrutar del mar regresaron al domicilio de la doctora, ya que Eliseo tenía que retornar al día siguiente a la ciudad. Eliseo vio el cráneo entre las ramas del limonero y le pareció interesante. La doctora se dio cuenta de su interés y aprovechó la oportunidad para decirle: "Si lo quieres es tuyo, te lo regalo". Él, sin pensarlo dijo que sí, y se regresó a Oaxaca con el cráneo adornando el tablero de su auto. No pasó mucho tiempo antes de que empezara a oír y a sentir cosas raras.

"Cuando la doctora abrió la puerta, Rita sonrió. Al entrar le dijo: 'Encontré esto; lo traje pensando que podría interesarle'".

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