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Denarios: La historia de un heladero

heladero
Foto(s): Cortesía
Redacción

Sebastiana Gómez

En un pueblo cercano al Cerro de Perote, Veracruz, vivían don Tiburcio y su familia, compuesta por su esposa y dos hijos, Marcos de 15 años y Paco de 13. Don Tiburcio se dedicaba a hacer helados para vender y mantener a su familia. Los ricos helados eran elaborados con materias primas naturales. Usaba la leche de las vacas ordeñadas en el pueblo y las frutas de temporada de esa región, como el durazno, el mamey y las moras. También hacía helados de vainilla, café y los famosos mantecados, a los que, aparte de la leche y la vainilla, se les agrega crema y canela. A pesar de ser una zona fría, los helados se vendían bien.

Don Tiburcio tenía una debilidad, le gustaba beber alcohol. Siempre traía en su bolsa una botella de aguardiente, típico del estado, elaborado con jugo de caña de azúcar. Un buen día, cuando don Tiburcio terminó de hacer sus helados, tomó su carrito y su botella de aguardiente, que no podía olvidar, y se fue a recorrer la ruta de siempre.

En casa de don Tiburcio, tenían por costumbre comer todos juntos. Ese día ya todos estaban sentados alrededor de la mesa y el papá no llegaba. Todos se preocuparon, menos el hijo mayor. Un poco molesto, dijo que iba a buscarlo. Aseguró que lo encontraría por ahí, en algún lugar, durmiendo la borrachera. Salió a recorrer el pueblo, preguntando por su papá a las personas que se encontraba, pero nadie sabía nada.

Al ver la preocupación del jovencito, se reunieron varios hombres decididos a buscarlo. Alguien del grupo comentó que a lo mejor se mareó de más con el aguardiente y que agarró otro camino. Se formaron grupos para ir por distintos rumbos. A su hijo le tocó ir con el grupo que iba hacia el bosque. A medio camino, se encontraron con un joven que bajaba a toda prisa, con cara de asustado. Le contó al grupo que ahí, señalando hacia dentro del bosque, “mi amigo y yo vimos un carro de helados”.

—¡Mi papá!— gritó Marcos.

El joven siguió relatando que, junto con su amigo, escucharon voces de mujeres que no se veían, entonces su acompañante bajó corriendo y lo dejó. Él todavía alcanzó a ver a un hombre con los brazos extendidos como si lo estuvieran jalando.

—Me asusté, por eso venía corriendo— dijo el joven.

Todos los hombres, unidos a Marcos, fueron a buscar al heladero. Efectivamente, ahí estaba. Al verlo guardaron distancia, porque lo veían dando vueltas alrededor de su carro de helados. Cuando su hijo le habló, lo vio como si no lo conociera. Le dijo que se fuera porque a él lo perseguían esas mujeres, señalando a su alrededor. Los hombres se acercaron y le hablaron para volverlo a la realidad. Todo desconcertado, caminó con ellos hasta su casa.

Don Tiburcio se reunió nuevamente con su familia a la hora de comer, agradeciendo la valentía de su hijo y prometiéndoles que dejaría de tomar aguardiente, porque ya no quería volver a ver a aquellas mujeres.

 

“Ese día ya todos estaban sentados alrededor de la mesa y el papá no llegaba”.

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