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DENARIOS: Ella

iglesia
Foto(s): Cortesía
Redacción

Petra

Eran las cinco de la mañana del 22 de febrero de 2021; una inquietud sin razón me despertó. Intenté volver a dormir. Después de removerme por más de una hora en la cama, me levanté. Decidí salir a caminar. “Seguro que amaneció muy bonita la ciudad con la lluvia de anoche”, pensé. 

El señor que barre las calles del centro me saludó muy amable. No había nadie más a esa hora, algún automóvil circulaba. Después de unos minutos llegué al zócalo. La Catedral, con sus muros de cantera verde aún húmedos por la lluvia, parecía una gigante oruga dormida. Le tomé una foto con mi celular, es la mejor hora para lograr fotos bonitas; me gusta tomar fotos, es una manera de guardar detalles de lo que no te quieres olvidar. El reloj que está en el alto muro del costado, marcaba las siete de la mañana. 

En uno de los cafés del portal iniciaba la actividad; le pregunté al único mesero que estaba a la vista, si podía servirme un café.

—Solo café— me dijo —porque el servicio de alimentos inicia a las ocho de la mañana.

—Está bien— le dije. Yo sólo quería café porque me dio frío, mi intención era seguir caminando. 

Me senté y mientras esperaba el café, miré en mi celular para ver un portal de noticias. 

—¡Hola!— me dijo una voz idéntica a la mía.

Levanté la vista y sentí una sensación de adormecimiento en mi piel. "¿Es un espejo?" recuerdo que se preguntó mi cerebro. Parpadeé viendo alrededor en busca de una explicación. “Qué me pasa”, me dije, respiré despacio y profundo cerrando los ojos. Cuando los abrí, ya estaba sentada frente a mí.

—No te asustes, soy tú— dijo sonriendo. —Siempre me pregunté si a ti también se te marcaba ese involuntario movimiento del labio inferior hacia la derecha cuando sonreímos o hacemos algún gesto con la boca, ya veo que sí. Lo heredamos de mamá, afortunadamente es muy leve, pero en las fotografías sí se nota.

La espantosa visión estaba divertida con mi desconcierto, me di cuenta de que tenía la boca semi abierta y apreté los labios. Yo no podía dejar de ver, horrorizada, ese leve defecto en su sonrisa.  

—Te vengo siguiendo desde que saliste de la casa. Bueno, siempre te sigo a donde quiera que vas; desde que nacimos.

—¿Nacimos?— repetí casi en susurro con un gesto descortés.

—Sí, esto no es una locura. Ya viene tu café, regreso enseguida —dijo y se alejó. 

El mesero, indiferente, puso la taza enfrente de mí y se retiró. Aún no sé por qué no le pedí ayuda. 

—¿Sabes?— dijo cuando regresó —me gusta que podamos comer todo lo que se nos antoja, y cuando vamos de paseo me súper encanta. Estos zapatos nuevos que traemos son muy bonitos. Ja, ja, ja. Ya deja de poner esa cara. No, no estás loca, mejor dicho, no “estamos” locas.

Dejó de hablar por unos segundos y luego dijo:

—Bueno, a lo que importa. Me estoy presentando porque quiero pedirte que no te confíes. Esto del Covid aún sigue y tú ya te contagiaste. No pongas esa cara de susto, pero sí, te tienes que aislar. Para no asustar a mamá, yo tomaré tu lugar.

—¿Tú qué? —dije. 

Miré hacia el interior del restaurante y no vi a nadie cerca. Para ser alucinación ya habían posado varios minutos. Me levanté con brusquedad para ver si yo despertaba o aquello se iba. Caminé para regresar a mi casa. Nadie me detuvo por irme sin pagar. 

(Continuará el sábado).

"Te vengo siguiendo desde que saliste de la casa. Bueno, siempre te sigo a donde quiera que vas; desde que nacimos".

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