Primera de cuatro partes: Raúl Martínez García
Era plena primavera, hacía un día soleado en la región, y a pesar de que el día estaba iniciando, se sentía el peso de los primeros rayos de sol en el rostro.
Alba se dirige apresuradamente a la entrada del hospital, con su mascarilla puesta; sintiendo el sofoco antes de entrar, respira profundo y se dice a sí misma: "recuerda, por eso estudiaste medicina". Se da ánimos para lo inevitable: entrar una vez más a esa zona donde solo pocos se atreven.
En la antesala para entrar a la zona cero, y previo al ritual de ponerse capa por capa la vestimenta especial, que parece espacial, Alba y sus compañeras de jornada charlan brevemente para romper el silencio:
-¿Cómo está su familia, doctora?– le pregunta la enfermera Juanita.
–Bien, gracias– responde Alba-; el pequeño se despierta muy temprano y me pide que no me vaya, pero le explico que es mi trabajo y que tengo que ayudar a otras personas. Creo que lo entiende.
En el fondo, ambas saben que las dudas que realmente rondan sus pensamientos son las de todos los días: ¿Cuántos enfermos encontraré hoy?, ¿cuántos se quedarán?, ¿cuántos se irán?, solo que no lo expresan; a estas alturas, es una evidente incertidumbre cotidiana, que pareciera pesar más si lo dicen.
Alba termina de colocarse el hermético traje, y así, cubierta de cabeza a pies, no se nota su jovial sonrisa, ni luce su larga y encrespada cabellera que la caracteriza, pero con su mejor actitud, posa pulgar enguantado arriba, para la foto que mostrará a sus hijos. Y pregunta a un improvisado fotógrafo:
–Ni se ve que estoy sonriendo, ¿verdad?
Y aquel responde:
– Sí, se ve que sonríes con los ojos.
A Alba le causa gracia y sonríe aún más.
Se despide con un ademán, mientras atraviesa una puerta de seguridad de transparente cristal y otra más; desde afuera se ve cómo se va perdiendo a lo lejos; mientras va ingresando a la zona cero, como quien cruza portales a otra dimensión.
Continuará el próximo miércoles…
