Óscar Maciel Reséndiz / Tercera de cinco partes
Tan absorto estaba que no sintió las gotas del rocío de un estornudo que le alcanzó la nuca y espalda rodeando su contorno hasta invadir el canasto y los estantes, momento preciso para aspirar profundamente aquel aerosol. Otro estornudo sucedió; era el tendero, que llevaba tres días enfermo.
─ ¿Qué le pasa, don Ernesto?; parece enfermo.
─Nada de cuidado, chamaco igualado, qué vas tú a saber; dime, ¿qué vas a llevar?
Tomó dos panes y una gaseosa, pagó y recibió el cambio: unas monedas pegajosas. Salió, brinca que brinca de uno a otro lado y en una banca bajo la sombra de una palmera, se sentó a disfrutar. Después, se encaminó a “la playa del dinero”, en la que cuando la ola se retira, deja al descubierto infinidad de conchas, monedas, cadenas, anillos y toda clase de objetos que pierden los bañistas; caminó por todo lo largo sin encontrar nada, cerró los ojos deseando tener suerte y recorrió de regreso. ¡Nada! “no se puede tener todo a la vez”.
Regresó al puente y debajo, en el remanso entre el mar y la laguna, ahí en el agua tibia y transparente, de arenas blancas y sin oleaje, pasaba la mayor parte del tiempo. Cuando sentía hambre acudía a la tienda y regresaba al mismo lugar.
Pasaron dos días del estornudo del tendero y una noche cálida del verano costeño, la madre de Juanito, se acercó a él, le dijo:
─Hijo, ¿por qué no cenaste?, dejaste todo.
Se acercó aún más, lo palpó, lo miró; sorprendida, dijo:
─Estás rojo, estás ardiendo.
De pronto, Juanito se encontró en una oscuridad pasmosa, sentía mucho frío, caminaba por el puente maltrecho, con angustia quería cruzarlo ─no puedo─, los cables estaban rotos, las tablas también.
─ Aaaayyy, ¿por qué no hay nadie? ¿Qué es eso?
Miró una sombra espectral. Escuchó:
─ Juaaaaaaaan, vengo por tiiiiii.
─¡Nooooooo, una araña. ¡Ayyyyyy!
Continuará el próximo lunes…