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Bartolomé de las Casas, protector de los indios

Foto(s): Cortesía
Redacción

Leonardo Pino

El cronista del rey, Juan Ginés de Sepúlveda, escribió, defendiendo la colonización y esclavitud de las personas originarias de América, que “esos bárbaros llamados vulgarmente Indios, de cuya defensa pareces haberte encargado, (…) (su) condición natural es tal que deban obedecer a otros, si rehúsan su imperio y no queda otro recurso, sean dominados por las armas; pues tal guerra es justa según opinión de los más eminentes filósofos”.

 Fray Bartolomé le contestó con claridad meridiana: “La guerra contra los indios, que vulgarmente llamamos “conquista”, es impía y anticristiana de por sí. Pues no hay motivo para hacerles la guerra, ni nunca en tiempos pasados cometieron contra nosotros un delito digno de la guerra, y menos porque ellos eran desconocidos en nuestros territorios”.

El primer y férreo defensor de los indígenas americanos, Fray Bartolomé de las Casas -el primer sacerdote ordenado en América-, nació en Sevilla, en el año de 1474.

De las Casas llegó a América, junto a su padre, en el segundo viaje de Colón a este continente. Antes de su profunda conversión religiosa y convertirse en el defensor de los derechos e igualdad de los indios, fue encomendero. Él mismo dejó escrito que hizo trabajar duro a los indígenas que le fueron entregados; incluso, tuvo esclavos negros a su servicio. Su transformación operó después de escuchar un sermón de fray Antón de Montesinos sobre la condición humana libre.

Se ordenó sacerdote dominico y fue obispo de Chiapas, donde fue considerado por los naturales de ese territorio “padre y protector de los indios”.

Escribió una dilatada obra en favor de los derechos de los aborígenes, plena de optimismo en los valores humanos y la suprema dignidad de hombres y mujeres de estas tierras. Entre los textos que produjo, destacan: Historia de las Indias y, quizás, el más conocido de todos, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, publicado en 1552.

José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba y de la causa de Nuestra América, la Patria Grande, destacó al padre De las Casas como un precursor de la liberación del continente y alabó “su medio siglo de pelea, para que los indios no fuesen esclavos; de pelea en las Américas; de pelea en Madrid; de pelea con el rey mismo: contra España toda, él solo, de pelea”.

Por su parte, nuestro inmaculado patriota, el ya casi olvidado Fray Servando Teresa de Mier, gran conocedor de la historia y obra de don Bartolomé –ya que leyó y estudió el archivo lascasiano– pidió que se levante una estatua de Bartolomé de Las Casas: “¡Americanos! La estatua de este santo falta entre nosotros. Si sois libres, como ya no lo dudo, la primera estatua debe erigirse al primero y más antiguo defensor de la libertad de América. Alrededor de ella formad vuestros pactos y entonad a la libertad vuestros cánticos; ningún incienso puede serlo más grato. Yo pondría ésta o semejante inscripción: Si amas la virtud, / pasajero: esta es su imagen. / Venera a Casas, que fue / de nuestros Indios el Padre”.

La vida y obra de fray Bartolomé de las Casas han dejado una huella imperecedera en nuestra memoria colectiva sobre la primera invasión a América. Su figura y lucha han originado polémicas, interpretaciones y estudios, como el que escribió –con claridad meridiana el doctor Enrique Dussel.

EX LIBRIS

Las Casas y la periferia “dependiente” y oprimida

Enrique Dussel

Las Casas fue, después de los dominicos de la Hispañola en 1511, el primer crítico de la conquista y colonización americana. Y, al decir “americana”, decimos mundial. Es decir, Bartolomé está situado en el inicio de la etapa imperial colonialista de la Europa moderna.

En el siglo 15, la Europa latino-germana estaba enclaustrada por el Oriente y el Mediterráneo por los turcos. Gracias a los rusos en el nordeste y a los españoles y portugueses en el suroeste, Europa rompe el muro que la aprisiona. Desde el siglo 16 al 20 surge entonces una nueva estructura geopolítica mundial: dentro del territorio de una sola ecúmene se sitúa en el “centro” Europa (y hoy también Rusia, Estados Unidos y Japón) y una inmensa “periferia” (América Latina, el mundo árabe, el África negra, la India, el sudeste asiático y la China).

Es bien sabido hoy, gracias a la socio-economía de la dependencia latinoamericana, que la explotación de los países coloniales y neocoloniales, gracias a la explotación capitalista, industrial e imperial metropolitano, produjo una fantástica acumulación en el “centro”. Esta acumulación se originó, en pleno siglo 16, por la explotación del oro y la plata americana, india.

Bartolomé se sitúa exactamente en el momento en que dicha acumulación comienza a producirse. El oro y la plata afluyen a la península ibérica procedentes de Hispanoamérica al comienzo, ya, que el Brasil entrará en la economía del oro hasta el siglo 18.

El oro y la plata fueron vistos por Bartolomé como el nuevo “dios” al que se inmolaban innúmeras gentes indias. Pero, además, y con exacta precisión, fue visto ese “llevarse el oro a España”, como una injusticia, como un robo. Se robaba al indio su trabajo en la encomienda, se robaban al indio sus riquezas en oro y plata, se robaban al indio sus tierras, se robaba al indio su poder político, se lo robaba en todo sentido.

Bartolomé lo vio, protestó por ello, hizo todo lo posible, anunció la destrucción de España (que, ciertamente, se produjo, ya que había elegido el mal camino de hacer trabajar al ciervo, pero no trabajando con sus propias manos)… pero fracasó. Todo lo indicado y anunciado fue justo, pero la oligarquía criolla encomendera en América y los intereses de los españoles de la península no supieron escuchar su profética protesta.

A casi cinco siglos de su obra, de sus trabajos, de su crítica, su figura se agranda, se agiganta. Bartolomé de las Casas fue el primer europeo que en su praxis y teoría, tan enorme una como la otra, descubrió el nuevo mundo colonial que se constituía. Bartolomé lo criticó desde una teoría de la liberación explícita, aunque nunca consiguió una metodología táctico-política para poder llevarla a cabo. Era demasiado pronto.

Nosotros hoy, no solo al fin de la época colonial, sino al fin de la época neocolonial, podemos comprender el legado lascasiano y cumplirlo efectivamente. El tiempo está maduro para la liberación de los pueblos oprimidos de la “periferia” mundial, para la liberación de América Latina y de los indios en particular. Aunque, no se crea, la lucha será dura y larga.

 (El estudio completo del doctor Enrique Dussel, fue publicado en 1974 por Contacto, Por una nueva Sociedad Latinoamericana, Cuadernos bimestrales del Secretariado Social Mexicano). 

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