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Carta a Rosario Castellanos

escritora_rosario_castellanos
Foto(s): Cortesía
Redacción

Mónica Ortiz Sampablo

Rosario:

A las mujeres nos resulta proclive escribir sobre nuestra infancia, encontrar la esencia personal y volver a ella: un “algo” irrenunciable. Tu primera novela no solo retrata la problemática de una época, conflictos entre terratenientes e indígenas; también es la historia de una niña sin nombre, una niña con cuerpo, con voz, pero a quien, por ser mujer, su padre no le otorgaba importancia alguna.

Conocerte es fascinante, saber que la niña Argüello (solo con el apellido paterno) se salió de la ficción y se forjó un nombre que se grabó en la historia, no solo dentro de la literatura, sino más a allá de los límites de lo que en esa época una mujer podía aspirar. Cierto es que contabas con los recursos para lograr tus objetivos intelectuales, pero también dados los estereotipos que se tenían en esos tiempos, bien pudiste optar por seguir lo que se esperaba de toda mujer: estar en la casa al cuidado de los hijos y el marido. Pero no fue así, tomaste los cargos que se te ofrecieron, y tuviste que decir adiós en más de una ocasión.

Me sorprendió leer tus cartas, cuyo destinatario era el hombre amado, y al que renunciaste sin renunciar, pues lo que escribes en las misivas es el retrato de una relación enfermiza. Leerlas revela esos elementos que eran tema en tus novelas y ensayos: la contraposición de dos fuerzas que de tanto luchar logran coexistir en un espacio sin salida, o del que se sale a un precio muy alto.

 

Pero más allá de los formalismos, de tus cartas y tus textos, quiero decirte que hubo algo que llamó poderosamente mi atención: tus cejas, que enmarcaban una mirada penetrante, intensa, también juguetona y cargada de ironía. ¿Sabes? En estos tiempos es una moda someter las cejas a tratamientos que van desde la depilación, hasta el planchado o el tatuado. Como un rasgo de tu personalidad, intuyo que te gustaba lo poco convencional; tú misma lo dijiste: “la mujer rompe los modelos que la sociedad le propone y le impone para alcanzar su imagen auténtica y consumarse —y consumirse— en ella”. Eras una mujer misteriosa, a quien no nos tocó ver hacerse vieja, a quien la muerte se llevó cuando aún no pintabas canas; sin embargo, dejaste buen legado, no solo para las mujeres, ya que muchos hombres buscan en tu literatura esa sublime ironía que los lleve a entender de dónde vienen.

Gracias Rosario.

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