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Estas letras que lees: Oaxaca: ciudad patrimonio y gentrificación

Foto(s): Cortesía
Redacción

Rodrigo Velásquez Torres

 

En días pasados se volvió a colocar la placa que establece a la ciudad de Oaxaca como Patrimonio de la Humanidad. Dicha placa fue entregada en 1987 y significa que, además de otras cosas, el centro histórico capitalino y las ruinas de Monte Albán aparecen en todos los catálogos de la UNESCO desde ese momento hasta la fecha, colocando el nombre de Oaxaca como uno de los lugares de mayor interés para visitar y conocer a nivel mundial.

Unos años después del reconocimiento al centro histórico y las ruinas de Monte Albán, las grutas prehistóricas de Yagul también fueron inscritas en el padrón del Patrimonio Mundial. También la gastronomía oaxaqueña ha sido reconocida por el organismo como un bien intangible y digno de conocerse, haciendo todavía más apetitoso para extranjeros el visitar Oaxaca; pero, ¿ha sacado algo bueno el pueblo oaxaqueño en general con tal denominación o se trata solamente de un catálogo de poblaciones bonitas a nivel mundial para aquellas personas que puedan costear el viaje hasta esas tierras? Es una cuestión que intriga a más de uno.

La ciudad de Oaxaca ha sido bella desde antes que la UNESCO se fundara; como prueba de ello están los cuadros de José María Velasco, los textos de Manuel Toussaint, la vida de Malcom Lowry que lo comprueban, como también lo dejó escrito Julio Cortázar en sus "Papeles Inesperados" en la visita que hizo a la ciudad de manera exclusiva, junto con Roberto Matta, para conocer el museo prehispánico donado por Rufino Tamayo. Todos ellos y muchas otras personalidades conocieron Oaxaca mucho antes que obtuviera el distintivo de Patrimonio. ¿Qué pensarían si la vieran ahora? ¿Seguiría teniendo el mismo impacto que en otros tiempos?

Con el reconocimiento internacional también llegó una mayor afluencia de personas interesadas en conocer aquello que había cautivado a tan ilustres personalidades y que ahora aparecían en catálogos internacionales, con fotos a color y toda la parafernalia propia de la voraz mercadotecnia encargada de transformar aquellas manifestaciones y expresiones culturales (desde la danza a la gastronomía) realmente propias en productos comerciales, listos para ser consumidos por una masa inculta que observa con ojos asombrados cómo una paisana corta una piña en el mercado y aplaude a un infante que toca el acordeón en alguna calle del centro de la ciudad.

 

La denominación de Patrimonio de la Humanidad pone a Oaxaca ante los ojos del mundo. Sin embargo y de acuerdo a los estatutos propios de la UNESCO, tal nombramiento puede ser retirado si se descuidan las normas y las características propias que le hicieron merecer dicho nombramiento. La Organización Internacional tiene planeado el realizar una revisión a fondo sobre el patrimonio mundial en el próximo año; si, para entonces, la ciudad continúa con su proceso de deterioro y destrucción, es muy factible que pierda el nombramiento, aunque es probable que el gobierno invierta millones para evitarlo, pero quizá sería mejor salirnos de tales catálogos, estar fuera de los ojos del mundo, para evitar una mayor gentrificación y volver a descubrir nuestra cultura y nuestras raíces sin hacer de ellas un espectáculo.

 

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