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Migración y pobreza, vivir en el limbo

Foto(s): Cortesía
Nadia Altamirano Díaz

Nacieron fuera de México, pero Oaxaca es el territorio que, por ahora, los abraza. Salieron de su país hace diez años, hace un año o apenas hace tres meses. Su estancia en tierras mexicanas es legal o está en proceso de regularizarse, pero aquí no dejan de ser mal vistos, discriminados, por ser extranjeros.


Irais se muestra reservada, arriba a las oficinas que la delegación del Instituto Nacional de Migración (INM) tiene en el centro de la ciudad de Oaxaca y, como un mecanismo de defensa, oculta su acento venezolano.


A pesar de que no ha migrado por la crisis que vive su país, sino por el deseo de recorrer Latinoamérica, ha constatado que entrar de manera legal a México es muy difícil y hasta humillante cuando es revisada por las autoridades migratorias.


Eso le pasó hace más de un año al llegar al México con su esposo, de origen oaxaqueño: "veníamos de estar tres meses en Guatemala, el viaje fue en auto y una agente de migración no me dejó entrar", le cuestionó los motivos de querer vivir en un país "en el que no había ni agua".


Ingreso ilegal


Rememora y los ojos de Irais se cristalizan, pero disimula la impotencia que le causó tratar de vivir un país ajeno al que debió ingresar por otra parte de la frontera, sin el acompañamiento de su esposo.


Desde hace cuatro años decidió viajar y, vendiendo artesanías, ha conocido otros cinco países: Colombia, Ecuador, Panamá, Costa Rica y Guatemala.


"No es que me guste estar aquí, pero por ahora no puedo volver a mi país, no hay las condiciones para alimentarse bien", acepta y se alista para concluir el trámite de su carnet de residencia por vínculo afectivo.



Una familia de siete integrantes, 5 de ellos menores de edad, procedente de Honduras e integrante de la Caravana Migrante

Una comunidad china


Frente a ella, Jacqui, una joven de 24 años que nació en China, espera concluir sus trámites para ampliar su estancia legal en México. No es que ella haya elegido vivir aquí, han sido sus padres, propietarios de uno de los 15 restaurantes de comida china que una comunidad de cien chinos han desperdigado en la ciudad.


"Primero estuvimos en Tijuana, pero luego encontramos un lugar para el negocio y aquí nos quedamos", dice con una voz suave y un dominio del español.


Por la sobrepoblación, las condiciones en China cuando sus padres migraron eran pocas para desarrollarse, pero cree que han cambiado. Hace apenas un año volvió de una estancia de tres años para estudiar negocios internacionales, pero le faltó uno para terminar.


Esperan visa humanitaria


A esa misma oficina de INM han acudido José Fernando y Miriam en espera de una respuesta para la regularización humanitaria que empezaron a tramitar en Ciudad Ixtepec, después de ser asaltados y violentados, pero el plazo para recibir la respuesta se alarga por la burocracia.


En agosto pasado Fernando fue deportado de Estados Unidos, en donde vivió desde los 16 años, cuando su familia salió huyendo. Al volver a Guatemala no encontró familia y emprendió la travesía de regreso a Estados Unidos.


Los tatuajes que oscurecen sus brazos, pecho y cuello son factor por lo que la gente lo mira y lo cataloga como delincuente, "a pesar de que no tengo algune que me emparente con alguna banda".


Encontrar un trabajo "es raro, toda la gente lo que tiene lo cuida, te negrean y no te pagan más de 150 pesos al día, aunque impliquen trabajos pesados.


Esa dificultad para encontrar trabajo, su nacionalidad guatemalteca y ahora el amor comparten Fernando y Miriam. Se conocieron a su paso por Arriaga Chiapas, pero hasta Ciudad Ixtepec decidieron formar pareja.


Amenazas y peligros


Sin viajar juntos a ambos los han asaltado. A él en La Ventosa, Juchitán dos hombres con machete y otros dos con armas de fuego le quitaron unos cuantos cientos de pesos. A ella, en La Arrocera, Chiapas además del dinero le robaron lo más valioso, sus zapatos. Encontrar un refugio le requirió caminar descalza por ocho horas.


Ese dolor es poco cuando piensa en sus hijas de nueve y cinco años, junto con su hijo de dos años y medio que dejó al cuidado de la familia de su hermano.


El 23 de julio, cuando se convirtió en inmigrante, lo hizo con 500 quetzales en la bolsa, alrededor de mil pesos mexicanos que, en un 60 por ciento gastó en el trayecto de Guatemala a Tapachula, Chiapas.


Cuando salió de su país no se enteró de la caravana de 7 mil inmigrantes a la que le hubiera gustado sumarse, pero sin los hijos que, sabe, la esperan.


Irais, Jacqui, Fernando y Miriam preferirían estar en el país donde nacieron, pero han decidido inmigrar, un derecho que casi nadie les respeta.

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