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Cecil Hotel: la extraña mu3rte de Elisa en el famoso hotel "maldito"

macabrona-portada
Foto(s): Cortesía
Redacción

Elisa Lam (su nombre original era Lam Ho Yi) era hija de una pareja de emigrantes chinos con problemas de depresión. Ellos habían llegado a Vancouver, Canadá, desde Hong Kong. Abrieron un restaurante en North Burnaby para ganarse el sustento. Después de sortear unos tiempos complejos de adaptación, terminaron por asentarse y acostumbrarse a su nueva vida.

Elisa nació allí, el 30 de abril de 1991, y tuvo una infancia tranquila. Cuando llegó la edad de hacer una carrera, eligió la pública Universidad de Columbia Británica. Fue por esa época que sus padres notaron que su ánimo había cambiado. No se la veía feliz. No comía, ni dormía. Consultaron a especialistas y el diagnóstico fue trastorno bipolar y depresión. A pesar de ello, se graduó en 2012.

Luego de haberse recibido parecía contenta y con planes. Quería mudarse a vivir con sus amigos. Pero antes de encarar ese gran cambio, quería viajar sola. Soñaba con conocer Estados Unidos y la meca del cine: Los Ángeles. Sus padres no estaban de acuerdo, enfrentaban algunos temores por su enfermedad.

Pero ella no les dio a elegir. Ajustó las vacaciones a su presupuesto y se lanzó a la aventura. Les concedió algo: llamaría a casa, cada día, para reportar cómo iba el viaje.

Así lo hizo... mientras estuvo viva.

 

 

El último día

El 26 de enero de 2013, Elisa llegó a Los Ángeles, California, luego de visitar San Diego. Ese mismo día se registró en el Hotel Cecil, un edificio del año 1924 con más de 700 habitaciones. Lo había seleccionado enamorada de su estilo art déco. En su red social Tumblr, calificó al hotel como “el lugar perfecto para que Baz Luhrmann ruede El gran Gatsby”.

Se alojó en el noveno piso. Estaría unos días y luego se iría más al norte, a la ciudad de Santa Cruz.

La noche en que desapareció era la última que pasaría en Los Ángeles. La tarde del 31 de enero, horas antes de esfumarse, compró libros y discos. La vendedora dio su testimonio a los investigadores. Contó que la había visto bien: “Extrovertida, amable y alegre”, y que solo estaba preocupada por el peso de los libros y sobre cómo incidiría eso en su equipaje de viajera.

La última foto que Lisa se sacó fue frente al espejo del baño de su habitación: no se le ve la cara, lleva puesto un buzo negro con capucha y empuña una cámara celeste.

Extraña foto para una noche que será misteriosa por siempre.

Cuando el 1 de febrero, los padres de Elisa no tuvieron noticias de ella se alarmaron. Pasadas unas horas decidieron llamar a la policía.

Dos días después, aterrizaron en Los Ángeles para colaborar en la búsqueda de su hija.

Un video aterrador

La búsqueda de Elisa comenzó, obviamente, en el hotel. Su habitación, los lugares comunes. La ley no permite revisar los cuartos de otros pasajeros si no hay suficientes pruebas para hacerlo. Así que eso no se hizo. No encontraron nada. Su celular tampoco fue hallado y Elisa no lo había usado desde el día 31.

El 14 de febrero, cuando ya habían transcurrido dos semanas sin noticias sobre la joven canadiense, la policía de los Ángeles dio a conocer un video escalofriante de las cámaras de seguridad del hotel. Allí se veía a Elisa Lam, en uno de los ascensores, actuando de forma extraña. A ella se la ve durante dos minutos y veintiocho segundos.

El video se vuelve viral en la web tanto en Estados Unidos como en China. Todo es tan misterioso que en las redes afloran miles de detectives aficionados dispuestos a ayudar a dilucidar el caso.

Muchos hablan de la oscura historia del hotel. En los primeros diez días el video es visto por más de 3 millones de personas que escriben unos 40 mil comentarios.

 

 

Un hallazgo concreto

A diecinueve días después de su desaparición y a tres de la publicación del video, Elisa aparece. Muerta.

Eso, lejos de resolver el misterio, abre nuevas incógnitas.

Los pasajeros del Hotel Cecil venían quejándose del sabor y del color del agua que llegaba a las habitaciones desde hacía días. La mañana del 19 de febrero se sorprendieron: el agua que salía de las canillas de los baños no tenía presión, era muy oscura y tenía un horripilante sabor dulzón. Eso dijeron los clientes.

Los tanques de agua que abastecían al hotel eran cuatro (cada uno tenía capacidad para 3.785 litros) y estaban situados en la azotea del edificio. Para llegar a ellos se necesitaban varias cosas: llaves, conocer los códigos de seguridad (solo los empleados tenían esos accesos), trepar con altas escaleras y mover unas tapas pesadas. Para mirar dentro, los técnicos que llamaron para resolver el tema del agua, tuvieron que poner escaleras especiales y asomarse.

Entonces lo vieron. Un cuerpo hinchado y verdoso, en pleno estado de descomposición flotaba dentro. Estaba desnudo y había algunos efectos personales nadando a su alrededor. Era Elisa.

Sobre su ropa nadie se puso de acuerdo, y las versiones que trascendieron eran contrapuestas: que flotaba también dentro del tanque; que había sido dejada fuera de él; que nunca fue hallada.

Los bomberos para sacar el cadáver debieron romper un lateral del tanque. Los policías no podían creerlo. Ya habían revisado la terraza, pero los perros que detectan cadáveres no se habían acercado a los tanques de agua.

La autopsia no encontró señales de agresión sexual ni de violencia física. En las pruebas toxicológicas tampoco hallaron demasiado: restos de un medicamento que Elisa consumía en forma habitual y un poco de alcohol. Los psiquiatras forenses descartaron un suicidio.

¿Qué había pasado con Elisa Lam? Nadie tenía una respuesta.

 

 

El extraño Hotel Cecil

Se supone que Elisa Lam desconocía la truculenta historia del edificio.

Fundado en los años 20 en el centro de la ciudad de Los Ángeles, el hotel pasó por distintos períodos. Cuando fue “la gran depresión”, a dos años de haber sido inaugurado, los dueños decidieron que para sobrevivir debían alquilar las habitaciones a largo plazo y a bajo precio. Fue entonces que aparecieron en sus pasillos personajes oscuros y polémicos. Entre los años 40 y 50, el hotel se convirtió en un antro de prostitución y drogas. Los crímenes se volvieron frecuentes intramuros y empezaron a construir su imagen de hotel maldito.

Fue uno de los últimos lugares en los que se vio viva, en 1947, a Elizabeth Short de 22 años. La joven fue brutalmente mutilada y descuartizada luego de salir de allí y su caso se convirtió en uno de los asesinatos sin resolver más mediáticos de la historia policial de los Estados Unidos.

Richard Ramírez, convicto por asesinar a 14 mujeres en Los Ángeles, vivió allí entre 1984 y 1985. Se autoproclamaba admirador de Satanás y varios de sus crímenes los cometió mientras vivía en el Hotel Cecil. Dicen que el número 14 era muy significativo para él: pagaba 14 dólares por cada noche, su habitación estaba en el piso 14 y había matado a 14 personas. Aprovechando la tétrica fama del lugar, otro asesino serial de origen austríaco llamado Jack Unterwerger, se mudó al Hotel Cecil seis años después. Quería homenajear a Ramírez. Se mezcló con la policía de Los Ángeles con la excusa de escribir un artículo donde compararía la prostitución de Europa con la de los Estados Unidos. Unterwerger, no logró superar a su siniestro líder, y apuntó en su currícula nada menos que 12 muertes.

Pero no solo había crímenes en la historia del edificio sino también repetidos suicidios. En 1931, W.K. Norton se envenenó en una habitación; en 1954, Helen Gurnee se tiró de una de sus ventanas; en 1962, Julia Moore tras pasar la noche en el hotel se suicidó ahí mismo; Pauline Otten, de 27 años, después de discutir con su marido saltó de la ventana del noveno piso (el mismo piso de nuestra protagonista Elisa Lam), con la mala fortuna que mató un peatón en su caída. Años después, Goldie Osgood fue encontrada violada y asesinada en el cuarto del conmutador del hotel.

A todos estos incidentes, por llamarlos de alguna manera, habría que sumarle los casos de gente que, estando alojada entre sus paredes, empezó a actuar de manera extraña o tuvo episodios de temor. Esos relatos los hay por decenas.

Causas para una extraña muerte

La Oficina Forense de Los Ángeles determinó, el 21 de febrero de 2013, que la muerte de Elisa había sido producto de un ahogamiento por accidente debido a su trastorno bipolar. Pero eso no respondía una pregunta: ¿cómo había llegado Elisa hasta allí?

Por empezar, no encontraron en ninguna otra videocámara del lugar indicios de ella yendo hacia su destino final.

La otra hipótesis era que alguien la hubiera asesinado, llevado hasta la azotea, escalado el tanque con el cuerpo y hubiera abierto la escotilla para tirarla dentro.

 

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